Núm. 20
Verano 2001
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Nuestra escuela de los años 60
Era, la nuestra, una escuela unitaria y mixta en la que nos instruíamos todos los niños y niñas de edades comprendidas entre 6 y 12 años. Y ¡con qué ilusión íbamos a la escuela! Era donde mejor nos lo pasábamos. Si ya estaba la maestra dentro, nuestro saludo al entrar era "Ave María Purísima", "Sin pecado concebida", respondía ella. Nos poníamos nuestros babys blancos y, cada día, uno de nosotros sacaba la bandera y la colgaba a un lado de la ventana. Nos sentábamos en pupitres por parejas y si era invierno encendíamos la estufa. La leña se guardaba en el cuarto oscuro que servía también de castigo a quien se portaba mal. La llamábamos el "cuarto de los ratones".
Leíamos todos en la misma enciclopedia Álvarez, realizábamos las actividades que en ella venía y cada día eran firmadas y reflejadas, de la manera más pulcra posible por un alumno, en el Cuaderno de Rotación, ues sería revisado por la inspectora en sus visitas periódicas. Nuestras maestras enseñaban bien y nos hacían trabajar, nosotros les correspondíamos pero, si las disgustábamos con trastadas, nos castigaban mirando a la pared, sin recreo o algo parecido y nuestros padres nunca quitaban la razón a la maestra. Querían hacernos hombres y mujeres "de provecho" y, a nuestro modo, lo entendíamos.
Tres grandes ventanales por los que entraba el sol a raudales, una tarima acogedora y plantas verdes que adornaban algún rincón, hacían de la escuela un lugar agradable. En la pared frontal, dos grandes encerados pintados, los retratos de Franco y José Antonio y, en medio, un crucifijo. Tras las filas de pupitres, dos armarios con libros de lectura y las perchas para colgar babys y abrigos. El recreo era un momento muy esperado, jugábamos al truco, al escondite, al pilla pilla y a resbalarnos por la barbacana. También en el recreo, se tomaba el queso o la leche en polvo que los americanos nos regalaban. La leche se batía bien dentro de una gran olla con agua caliente pero siempre quedaban algunos grumos y el sabor era tan malo que de no haber sido por el cola cao y la vigilancia de la maestra habríamos hecho trampa para no beberla.
Cuando llegaba el buen tiempo, las chicas salíamos por la tarde a coser a las "escalerillas" y la maestra se quedaba dentro con los chicos. Aprendíabos distintos puntos de costura que luego aplicábamos a peinadores, cubrebandejas, delantales y mantelerías: las más avanzadas bordaban sábanas con el bastidor. Al final de curso, se realizaba una bonita exposición con todos los trabajos y era visitada por nuestras madres un domingo al salir de misa.
Con el buen tiempo, también, hacíamos excursiones al Castillo o al campo y marchábamos cantando las canciones que habíamos aprendido: "Ya se murió el burro", "De la uva sale el vino", "Cómo quieres que tenga la cara blanca"...
El mes de mayo era el más bonito. Preparábamos las poesías a la Virgen e íbamos a coger flores para armar un ramo que luego sería depositado en un jarrón, a los pies de la Virgen, por la niña a la que tocara recitar los versos. Nuestras madres venían a cantar "Con flores de María" y a escucharnos; y casi siempre lloraban.
Durante el curso, preparábamos las "Comedias", principalmente cuentos o sainetes cortos, qeu escenificábamos para los padres. Al terminar el curso, se improvisaba en la escuela un escenario. Era una auténtica gozada vestirse del personaje que representabas y hablar delante de tanta gente. También bailábamos algún baile regional.
Aunque mi escuela fue una pequeña escuela rural y mis maestras me habrán castigado más de una vez, algo que he olvidado, ya los tengo mucho cariño y siempre presentes en mi recuerdo, pues me han inculcado muchos valores esenciales que a mi vez, como maestra, quiero transmitir. Entre todos: el amor a la lectura, el respeto a los demás, el aprecio por el trabajo bien hecho y el poner mucho esfuerzo pra conseguir lo que cada uno se proponga.
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