"En el confín de la provincia de Guadalajara junto a la de Soria, allá en las alturas de la sesma del Campo, en el Señorío de Molina, donde huele a sabinar y la alondra es cierta como la lechuza en la noche, allá se columpia en la altura del cerro el pueblecillo de Labros, donde vivió la gaznápira (ya con minúsculas porque Andrés Berlanga la sustantivizó de tan viva) y donde queda todavía, como por milagro, una iglesia románica.
Nos ocuparemos hoy de la iglesia románica de Labros. Es fundamental que su estampa bella, silenciosa y olorosa a juníperas ocupe un puesto en este recuento de los edificios medievales que bajo el epígrafe del románico de Guadalajara pueden formar un cuerpo de consistencia merecida. Además, así llegará hasta la cámara de quien busca y numera estos templos, hasta la pupila benévola y añorada de quien los mira y evoca.
Todo lo que queda en Labros de su primitiva iglesia parroquial es la puerta abocinada del templo. El resto fue desmoronándose con los años y el abandono: la torre, los muros, la techumbre por supuesto: todo vino al suelo de malos modos. Quedó la portada, una pulcra, una elegante obra de finales del siglo XII o comienzos del siguiente. Se alberga su estructura en un cuerpo saliente que tras las sucesivas reformas sufridas a través de los siglos, actualmente no se aprecia. Tres arquivoltas semicirculares (la central moldurada y las extremas de arista viva) apoyan sobre dos pares de columnas las más superiores, y sobre una jamba lisa la más interna. Rodeando la arquivolta externa, corre un semicircular resalte de delicada y perfectamente conservada ornamentación, con una parte central ajedrezada, y dos laterales a base de roleos románicos.
Entre las arquivoltas y los capiteles, corre una imposta cuya parte frontal es lisa, pero que va cargada de una simétrica y trabajosa hilera de entrelazados de triple hilo y roleos a todo lo largo de su cara inferior, de tal manera que es lo único que resalta al contemplar la portada a un par de metros. Solo falta una mínima parte de este imposta en su parte derecha.
El interés fundamental de esta joya del arte románico molinés radica en sus cuatro capiteles. Estos apoyan sobre sendas columnas sencillas, exentas, pero muy juntas a los ángulos de las jambas, y descargando en sus respectivos basamentos de curvilínea traza. Como en la mayoría de estos capiteles del arte románico rural ocurre, es difícil la interpretación de sus figuras y cargamento iconográfico; más aún que la acción devastadora del tiempo y los elementos atmosféricos, es culpable la rudimentaria manera de hacer de los tallistas medievales, que, sibien reciben sus modelos de la corriente nórdica (ruta jacobea, etc.) luego no son capaces de conseguir una identidad total entre lo que pretenden y lo que obtienen. Es éste, por el contrario, el mayor encanto del arte románico rural: su doméstico decir, su ingenio interpretar, su corazón latiente en piedras e impostas, aunque luego la palabra resulte arcana.
De izquierda a derecha, vemos en el primer capitel una figura humana cabalgando un irreconocible animal. La figura masculina, por sus facciones rudas, viste ropa talar, signo de jararquía en la Baja Edad Media: un clérido, un profeta, un magnate. Frente a él, un pajarraco con cabeza humana, incluso sonriente. El mundo mítico de la Edad Media española, sin estudiar apenas, está reflejado a lo largo y ancho de nuestro románico.
El segundo capitel, a base de complizado entrelazo de triple hilo, goza en nuestra provincia de amplios antecedentes, todos ellos más sencillos y rudos que éste: en la capilla románica del castillo de Zorita (muy probablemente traído de las ruinas de Recópolis); en una ventana del ábside de Campisábalos, y en la portada rojiza de la parroquia de Hijes, aparecen sendos capiteles con idéntico motivo. Este de Labros es, sin duda alguna, el más perfecto y mejor conservado.
El tercer capitel representa, de nuevo, un par de aves de presa (águilas, lechuzas...) con cabeza humana, si bien mejor trazadas que la del primer capitel. Es, finalmente, el cuarto y último de estos ejemplares iconográficos, el de más difícil interpretación. Dos animales aparecen en extrañas posturas contorsionados. Acerca de su más directa influencia, podría aducirse el dato de los capiteles ilustrados de la vecina ermita de Santa Catalina, en el término de Hinojosa, otro de los ejemplares relevantes del románico molinés, que ahora ha sido magníficamente restaurada.
Este ejemplo de Labros es, por sí solo, todo un motivo de peregrinación y concita el viaje y la admiración de cuantos están por estudiar y apreciar este tipo de arquitectura. Dependiente también de la diócesis de Sigüenza en el momento de su construcción, este templo parroquial de tan recóndito lugar ofrece la evidencia de una especial atención por parte de su población y de las autoridades que lo financiaron. La delicaceza de la talla de sus capiteles y ornamentos le hacen quedar como un elemento aislado en el contexto del románico de nuestra provincia, y el capitel del entrelazo que hemos descrito puede pasar entre lo más hermoso del conjunto. En cualquier caso, un motivo para el viaje, y una nota más a añadir en el catálogo del románico de nuestro entorno.