Calles en cuesta, rinconcillos pintorescos de antiquísimo sabor que invitan a soñar en rondas nocturnas, cuando los pueblos gozaban de salud y había manos hábiles para templar el laúd y gargantas afinadas y potentes que cantaban jotas, porque hasta aquí, amigo lector, llegaban los efectos costumbristas del vecino reino de Aragón. Calle de San Isidro, de la Fuente, de San Roque. Por encima de la calle de San Roque hay unas peñas sobre las que se apoya la barbacana. La portada románica de la iglesia restalla al sol con sus piedras repujadas. Uno siente pasión al mirarlas. En un intento inútil de arrancarlas de allí y llevarlas consigo, uno se entretiene en sacarles fotografías. Seguro que son las fotografías número diez o veinte que uno posee de los trenzados y de los relieves de la iglesia de Labros. Dentro, tras los muros ruinosos, malamente se sostiene todavía en pie el muro frontal del ábside, y por la bóveda de cobertura nada mejor que el azul inmenso de los cielos, en esta mañana pintada de nubes.
Al borde de la plaza, en donde aún parece latir el corazón del pueblo, se conserva, entre el pairón de San Isidro y el juego de pelota, una placa de vistosa azulejería talaverana en la que se puede leer: "A Labros, cuna de Lorenzo Cetina (1644), gaitero de por vida a cambio de 12 reales de plata. Y a todos los dulzaineros que han llevado el júbilo por los confines de esta tierra. La Escuela de Folclore de la Diputación de Guadalajara".
Como pueblo esencia de viejos costumbrismos molineses, en los campos de Labros hay cinco pairones, cinco enseñas de piedra en las que se volcaron las devociones de los campesinos andarines de sendas, de los trabajadores de sol a sol en su intento de arrancar, a fuerza de sudor y de sacrificios, el jugo de la tierra para sobrevivir, para seguir adelante llevando en alto el honroso testigo que heredaron de sus antepasados. No he visto los cinco pairones de Labros, es más, dudo que todos ellos existan todavía. Me han dicho que estuvieron dedicados a San Vicente, a Santa Bárbara, a San Juan, a las Angustias, y a la Virgen de Jaraba, ésto último ya lejos del pueblo.
La estela del pasado invierno, singularmente crudo, se hace sentir aún por estas latitudes. Bajos las sabinas en la carretera de Amayas, no lejos del pueblo, todavía quedan restos de la última nevada y placas de hielo cubriendo los charcos.
Lo más lógico es pensan que Labros sea un lugar de repoblación tras la reconquista de la zona a comienzos del siglo XII. Dentro de un territorio alto, frío e inhóspito, tras los asentamientos de la Edad del Hierro, en torno al siglo V antes de Cristo, no volvió a haber más que breves estancias de pastores, pero ningún asentamiento permanente. La llegada de muchas gentes del norte tras la promulgación del Fuero de Molina por su primer señor don Manrique de Lara, hizo que se crearan pueblos aquí y allá. Su templo, de estilo románico; el cercano asentamiento de Torralbilla del que hoy sólo queda la ermita, también románica, de Santa Catalina en término de Hinojosa, y esa referencia que Sanz y Díaz nos da de que en su término quedan "restos de castillos" en cuyas ruinas se descubrieron monedas romanas de cobre y urnas cinerarias, nos hace pensar que desde el siglo XII se concretara la habitabilidad de Labros.
Después, poco más. En un camino transitado que desde Castilla subía a Aragón, pocas hazañas bélicas se registraron en su término. Socidad rural permanente, quizás lo más llamativo en muchos siglos ha sido el brusco bajón de su población en los años sesenta de este siglo, tema que ha sido magistralmente descrito y analizado en una novela escrita por un natural de este pueblo, Andrés Berlanga, que en su obra La Gaznápira nos ofrece con magnífico acento de verismo y emoción la evolución de este pueblo en años no muy lejanos.
La torre de la iglesia es un gran ejemplar de planta cuadrada, toda ella construida con grisácea piedra sillar bordeaba a trechos de cornisas, coronada de grandes górgolas en forma de leones en sus remates esquineros. Un reloj de sol grabado en piedra de la torre, y un escudete con la fecha de 1548 en una esquina tallado, completan lo que de interés encierra esta ya inestable edificación.
Su interior aparece en ruinas, vacío. Antiguos cronistas describen minuciosamente el retablo que fue mayor hasta 1500, en que se cambió por otro nuevo, y que esta dedicado a Santiago Apóstol, patrón de la parroquia. En él se veían varias pinturas sobre tablas y en el centro una talla del apóstol, todo ello en neto estilo gótico de tradición aragonesa. Hace pocos años, todo cuanto de arte encerraba la iglesia fue vendido y en un furgón llevado del pueblo.
De interés son algunos viejos edificios como el portegao, que albergó antaño a la fragua, y ahora sirve de reunión a los veraneantes. Las múltiples caleras del término. Los pairones de San Isidro, bien remozado, con el emblema de Jesucristo en su frente; y los de Santa Bárbara (en la carretera), de San Juan (en el camino a Tartanedo), el de las Aleguillas, y el de la Virgen de Jaraba, o pairón del Espolón. O la ermita de Nuestra Señora del Regazo, que ofrecía hace años algunas lápidas con inscripciones romanas en sus muros.
En los alrededores de la ermina de San Juan Bautista se encontraron enterramientos de piedra, y en uno de ellos un esqueleto cuya calavera, agujereada, tuvieron los naturales del pueblo por reliquia de mártir. Las tradiciones del pueblo son tan ricas. Las cuentan, Antonio Martínez Yagüe, Mariano Marco, Kety Antolín, Isidro Gutiérrez y otros varios en las páginas de Labros, el periódico de la Asociación de Amigos del pueblo.