La Comarca de Calatayud
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MANUEL LASSA, PRIMER PREMIO EN LOS JUEGOS FLORALES DE CALATAYUD EN 1896


En Aragón, Calatayud, fue la primera ciudad en el siglo pasado que instauró el culto a las letras y las fiestas de la poesía, celebrándose el primer certamen el 14 de septiembre de 1893, reverdeciendo glorias antiguas porque los Juegos Florales eran fiesta de alcurnia aragonesa, según han escrito los escritores de aquella época.

En este primer certamen literario correspondió el honor de ser mantenedor a don José Felíu y Codina, estando formado el jurado por los distinguidos escritores don Miguel Moya, don Carlos Fernández Shaw y don Antonio Sánchez Pérez.

Resultó premiado el poeta Benito Muñoz, natural de Aniñón, aunque por bilbilitano era tenido. La reina de las Fiestas, la señorita Encarnación Berdejo, hizo entrega al poeta premiado de una flor natural.

En los años 1894 y 1895 la Flor Natural fue ganada por un antepasado mío, natural de Aniñón, el oficial de Artillería don Manuel Lassa, verdadero acaparador de premios por todo el estado español. En estos dos años fue mantenedor el orador castelariano don Faustino Sancho y Gil.

En 1896 volvió a ganar la Flor Natural don Manuel Lassa, siendo el accésit para el señor Moneva Puyol y reina de las Fiestas, la señorita Pilar Ballestero.

El mantenedor fue el catalán don Víctor Balaguer, que había sido presidente-mantenedor del Primer Juego Floral celebrado en Zaragoza en 1894 y uno de los siete jóvenes que en 1859 habían logrado instaurarlo en Barcelona.

Según la prensa escrita de aquella época, don Víctor Balaguer fue nombrado hijo adoptivo de Calatayud, recibiendo en la mañana del 16 de septiembre de 1896 una despedida cariñosa del "selecto público bilbilitano", como lo define el periódico republicano La Justicia, en la Estación de Ferrocarril.

Esta fue la composición premiada en los IV Juegos Florales de Calatayud, de la que era autor, como ya se indica más arriba don Manuel Lassa:

¡Adelante, adelante!

¡Salud Augusta Bílbilis!; la noble,
la histórica ciudad cuyas almenas
vieron hundirse en el profundo foso
el pendón de las huestes agarenas.

Tu pasado glorioso,
parece palpitar sobre los muros
donde Alfonso primero
siempre grande en la lucha y victorioso
plantó con heroísmo
el lábaro inmortal del cristianismo.

Entre tus torres viejas
yace el polvo sagrado
de tus glorias y el río celebrado
que te besa los pies y que levanta
cadencioso rumor de su corriente,
en el silencio de la noche, canta
un himno a tu blasón resplandeciente.

¿Cómo olvidar que tú fuiste cabeza
de aquellas nobles villas que regaba
y hoy riega el Xalo con sus aguas rojas?

En ti, Marcial buscaba
la ardiente inspiración y la belleza
para escribir entre las verdes hojas
del bosque Botrodo sus canciones.

Aquel bosque florido que delicia
fue de Pomona por sus frutos de oro
y hacía a la deidad siempre propicia
con su rico tesoro.

¿Cómo olvidar que en tu famoso río
hundían los romanos las espadas
para templarlas en su seno frío
y hacerlas más preciadas?

En siglos posteriores presidiste
los fueros de tus nobles merindades
y al defender sus privilegios, fuiste
amparo de castillos y ciudades.

En ti famosas Cortes celebraron,
legisladores reyes
y en tus antiguos templos promulgaron
beneficiosas y notables leyes.

En tus calles las armas depusieron
los bandos de los Sayas y Liñanes
y aunque contrarias las familias fueron
unidas por su honra deshicieron
de un castellano rey los viles planes.

En el santuario augusto de la Peña
que con piedad tus hijos levantaron,
tu virgen venerada, nos enseña
los triunfos que alcanzaron
y traerá la memoria
los hechos más gloriosos de tu historia.

Al pie de tus murallas,
en justas y torneos,
contemplaste los bélicos arreos
simulando combates y batallas.

Hoy en tu noble seno realizas
otras justas de honor; no es el acero
lo que hoy empuñan los que plaza piden
en el nuevo palenque de tus lizas,
ni con la lanza los heraldos miden
el campo del torneo. Entre sus manos
la lira llevan de doradas cuerdas
acudiendo a concursos más humanos
los nuevos justadores.

También en otros días de ventura
los tiernos trovadores
coronados de flores;
llenos de inspiración ardiente y pura
sus dulces serventesios entonaron
y en públicos concursos aspiraron
al alta galardón de la violeta
áurea flor, codiciada
como el lauro mayor para el poeta.

A ti cabe el honor, ciudad ilustre
de ser en Aragón la que restaura
la noble gaya ciencia;
la santa poesía que de Isaura
fue encanto y embeleso.

Justo a tu nombre esclarecido, impreso
de hoy más has de llevar con letras de oro,
el título de culta, cual Tolosa
que es proclamado a coro
en las lides poéticas famosas.

Mas ¡ay! que entre las cuerdas de su lira
no llevan enlazadas tus cantores
las plateadas hojas del olivo
que es símbolo de paz, querida España:
el brillo de sus cítaras se empeña
con la tea humeante
y de la guerra el eco resonante
llena el espacio con furor y saña.

Sí, patria mía; cuando más serena
en medio de una calma venturosa
como guiada por bendita mano
tu marcha paso a paso proseguías
y el fruto conseguías
bajo el amparo de la paz dichosa,
un monstruo de tus entrañas escondido
detiene de improvisto tu corriente
como altera un peñasco desprendido
el sosegado cauce de una fuente.

Resístese mi lengua
a pronunciar el nombre de una ingrata
y traidora provincia que es hoy mengua
y baldón de tu escudo, patria mía.
Aquella perla que Colón un día
en tenebrosos mares descubriera,
hoy alza la bandera
y el grito criminal de rebeldía.

Unos hombres malditos de otra raza
previenen en las sombras sus puñales
como aleves chacales
que acechan al viajero en su guarida
y estos son los que buscan con la guerra
su ansiada independencia y los que solo
habrán de conseguir llenar tu tierra
de luto y ruinas, de amargura y dolor.


¡Cuántas madres, ansiosas en la orilla
del inmenso Océano,
enviarán con la crispada mano
su maldición a la funesta Antilla!
Cuántas en sus hogares
por el amor filial santificados,
tenderán con los ojos anegados
su triste pensamiento por los mares!

Aislada y sola estás España mía:
los que doblaron la cerviz un día
ante tu egregia frente
y vieron que tu gloria se extendía
más allá de los mares de Occidente,
te abandonan; a ti que poderosa
leyes dictaste al asombrado mundo
y por él paseaste victoriosa
tu nombre sin segundo.

Mas ¿qué importa, ¡oh patria de gigantes!
que no te ayuden los demás? Acaso
para lanzar sus rayos rutilantes
¿pide prestada el sol su lumbre pura?

El pueblo que en los muros de Numancia
hizo a Roma temblar por su bravura;
quien con mano segura
de las columnas de Hércules el lema
"Non Plus Ultra" borró con arrogancia;
quien audaz ha sabido
surcar los mares de apartada zona
y un mundo revelar, desconocido
que engarzó en su corona;
el pueblo que tenaz, en cruda guerra
después de siete siglos de batallas
arrojó de su tierra
al africano infiel y en las murallas
y fuertes torreones
de ciudad en ciudad iba plantando
la cruz con los pendones
de Isabel y Fernando;
quien sacó de su seno
la indomable legión de Almogávares;
quien supo hacerse dueño de los mares
cuyas ondas copiaban
las barras de Aragón y Cataluña
que en sus tajantes proas ostentaban
las naves más temidas;
quien humilló del Asia el poderío
en las aguas gloriosas de Lepanto
de sangre enrojecidas
y fue en rudos combates por su brío
de la admirada cristiandad espanto;
quien muestra entre sus páginas más grandes
las campañas de Flandes;
quien jamás consintió del extranjero
la odiosa huella en su rincón querido
y en lucha memorable fue temido
por quien hizo temer al mundo entero;
quien llevó en Zaragoza al paroxismo
el valor sin rival de aquellos hombres
que morían cantando, satisfechos
porque sentían en sus rudos pechos
el fuego abrasador del heroísmo;
ese pueblo viril, lleno de gloria,
se basta por sí solo
para lanzar los rayos de su frente,
el mundo iluminar de polo a polo
y grabar sus empresas nuevamente
en las páginas de oro de la Historia.

Sí, madre España tornarán tu días
de pasada grandeza
y sacudiendo tu letal pereza
subirás a la altura que tenías,
con esfuerzo animoso;
que siempre ha sido augusta, siempre noble.

Así también, el roble
en el invierno helado y nebuloso,
a tierra cae por el hacha herido;
más la tornar fecunda primavera,
lo que resta del tronco retorcido,
como la vez primera,
con brotes nuevos mirase prendido.

Noble Calatayud; ciudad ilustre
que al escuchar mi voz en ese canto
tu pensamiento fijas en el mío:
cobija entre los pliegues de tu manto
las humildes estrofas que te envío.

Pueblo hidalgo y leal de aragoneses;
¡honor, honor a ti! Que siempre has hecho
las más grandes empresas inspirando
en la fé santa y pura.

No envuelvas tus laureles
en el polvo infecundo del pasado
levanta la cabeza hasta la altura
donde antes se cernía:
¡Adelante, adelante patria mía!

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