JOAQUÍN DICENTA VISTO POR SU TIEMPO: UN VIAJE ALREDEDOR DE SUS CRÍTICOS
Fue Dicenta durante el periodo de un cuarto de siglo -y, por cierto, uno de los más ricos y apasionantes producidos por la literatura española- uno de los cuatro o cinco escritores más populares en la España de su tiempo. El nuestro parece haber olvidado tal extremo y sólo una monografía sobre su obra [Mas Ferrer, 1978] ha visto la luz desde hace tres cuartos de siglo. Los artículos a él dedicados que conozco son, asimismo, tan escasos como, generalmente, breves. No pueden explicar tal marginación las cochambres y censuras del franquismo pues otros autores igualmente proscritos tuvieron su reivindicación a lo largo de los últimos veinte años(1). Tampoco el papel de Cenicienta que le ha tocado al teatro en el campo de la erudición ya que el escritor tocó todos los géneros. Ni siquiera su retoricismo sino que, más probablemente, su independencia y la imposibilidad de adscribirlo a grupos generacionales en los que podía incluirse por edad -nació un año antes que Unamuno- lo situaron en una posición excéntrica, como a otros escritores de menor fuste a los que ha solido despacharse apuntándolos a esa bohemia, que en nuestro país nunca ha dejado de tener un tinte descalificatorio. Sin embargo, Dicenta rechazó una cartera ministerial [San José, 1952], escribió en la prensa más influyente de la época y fue una referencia inexcusable en lo social y en lo literario de esa España emergente a la que tan bien cuadraba el complemento "de la rabia y de la idea".
En este trabajo se quiere simplemente reparar en unos cuantos testimonios más bien olvidados que pueden dar una somera idea del modo contradictorio, pero muy a menudo perspicaz, con que Dicenta era percibido por sus cofrades, dejando a un lado los trabajos más amplios y conocidos. Como apéndice, incluyo una bibliografía que, en lo que me alcanza, es la más amplia que hasta el presente se ha publicado sobre ese prodigio de energía, desmesura y generosidad que fue el escritor aragonés.
Luis Bonafoux, uno de los primeros amigos y admiradores de Dicenta y correspondido por éste, escribió en numerosas ocasiones sobre el dramaturgo. Ya en 1887, antes del estreno de su primera obra, muy en su papel de niño terrible, nos informa de que, pese a militar fervientemente en la bohemia no mugrienta, se va "aburguesando" e ilustra sus aseveraciones con varias anécdotas. No falta en el artículo(2) un deje de complicidad que ilustra sobre las estrechas relaciones que sostuvieron entre ellos y que se proyecta en una actitud retadora de ciertos tintes postrománticos que ambos compartieron.
Muy bien vio esa levadura romántica un escritor tan inteligente y desaprovechado como Manuel Bueno(3) que lo contrapone al romanticismo delirante e individualista de Echegaray y considera a la rebeldía como motor de su obra. También advierte que, tal vez, el propio éxito le forzó a convertirse en una suerte de redentor y hubo de simplificar tanto sus ideas como la técnica literaria. Aunque los escenarios sean naturalistas, "los caracteres, las almas son tan arcaicos y legendarios como los personajes del teatro de Victor Hugo" (p. 113). Manuel Bueno ve en "Aurora" una tentativa simbolista(4) sin abdicar de sus procedimientos dramáticos y, aún tomando partido por su teatro no se recata en manifestar también la escasa complejidad de matices en la concepción de obras como "El crimen del ayer".
En el polo opuesto a los entusiasmos de Bonafoux se sitúa Clarín cuyas menciones de Dicenta frecuentan el descrédito. El 27 de Mayo de 1897, bien que dirigiéndose a un público no peninsular, dictaminaba que sólo la ausencia de verdaderos críticos ha permitido el éxito del "Juan José" y se congratula de que "El señor feudal", a la que califica que "vulgaridad", no haya entusiasmado a nadie(5). El 24 de Junio con motivo de la muerte de Enrique Pérez Escrich compara "Juan José" con "El cura de aldea" y elige ¡la obra del melifluo y ultramontano escritor levantino!
"porque arte fino en rigor no lo hay en ninguna de estas obras, y la de Pérez Escrich es más simpática por los buenos modos. Hoy, sin embargo, llamaría más la atención la muerte del autor de "Juan José" que la de Pérez Escrich… pero es posible que dentro de cincuenta años "el popular" los mida a todos por un rasero: el de la más absoluta ignorancia respecto de la existencia de tan apreciables señores(6).
Tampoco andaba tan desencaminado don Leopoldo en sus predicciones pero estos comentarios no ilustran, una vez más, sobre sus limitaciones tanto de orden personal como ideológico, para asumir el mundo estético y social que sobrevenía y para tolerar sin paternalismos el éxito literario de los jóvenes.
Como pálida muestra de la recepción inmediata del "Juan José", elegimos por su perspectiva los comentarios de Salvador Canals:
"…aunque no haya un solo asomo de sermón, aunque ninguno de los interesantes personajes de "Juan José" arriesgue una sentencia ni una tesis, de ninguna de sus obras despréndese tanto como de ésa amarga filosofía de revolucionaria tendencia social. Sin una frase que enoje, sin una sola soflama antiburguesa que encienda la sangre (…) nada tiene tanta fuerza de convicción como los hechos mismos, en crudo y vivos, tales cuales los presenta el autor"(7).
No sorprende al crítico catalán, ni a muchos otros, lo que hoy se considera como una de las más notables aportaciones de la obra: el protagonismo de la clase obrera, sí, en cambio, el apropiado tono de la lengua de los personajes, más estimables por cualidades de "un estilista como él, tan dado a la frase relampagueante y de efecto. Excepción hecha del protagonista que, en algunos pasajes, deja de ver al señorito debajo de la blusa del albañil que no sabe leer, todos los personajes se expresan en lenguaje llano y sencillo, verosímil en sus labios y en sus costumbres"(8).
José Deleito y Piñuela dedica a Dicenta dos artículos de su interesante "Estampas del Madrid teatral de fin de siglo". Uno en el que comenta el estreno de su primer drama "El suicidio de Werther" y otro al "Juan José". En el primero resalta la buena acogida de público y crítica a la obra, la brillantez de sus versos y el romanticismo de salón a lo Echegaray que deparó que éste felicitara efusivamente al autor novel. Deleito termina resaltando que ese romanticismo impenitente le acompañó siempre "a través de sus evoluciones literarias y de los azares de su vida borrascosa"(9). En lo mismo insiste en el otro artículo sobre el estreno de "Juan José" donde, aparte de destacar el insólito éxito de público y crítica -el más sonado desde "Don Juan Tenorio", que además alcanzó el triunfo años después de su estreno-, reconoce la novedad en los escenarios, en el verismo de los diálogos y en el de la composición dramática que deparó, son sus palabras, "una revolución teatral" pero vuelve a señalar con acierto que ese realismo "seguía siendo romántico como romántico fue siempre… el genio poético de Joaquín Dicenta", lo mismo que el tema central de la obra "leit motiv de toda muestra exaltada y romántica dramaturgia nacional"(10).
Baroja califica a "Aurora" de sainete(11) y sus primeras palabras son para dictaminar que "el teatro no está lleno". Para el novelista vasco, Dicenta, como casi todos los dramaturgos españoles, pertenece a la clase de los que "forjan su trama y después acoplan los personajes a la trama forjada".
Vemos, pues, que, desde el principio hay una actitud hostil, tanto en la catalogación del género como en su observación sobre la cantidad de público asistente. Mas consistencia ofrece su última observación y la que deduce después respecto a la españolidad del autor por sus preocupaciones por el honor y la honra "…entidades metafísicas de las cuales no se cuidan los hombres nuevos, o si se cuidan no es la misma manera, ni de la misma forma arcaica que lo hacen los personajes de "Aurora".
Tras incidir en el esquematismo del drama -ahora ya lo califica de tal- remarca el carácter poco consistente de los personajes, en especial, de la protagonista, para él una de las tantas "perlas del fango que puso en boga Enrique Sue". Pese a reconocer los aplausos del público al fin de los actos y de la obra, Baroja dictamina una disparidad absoluta entre la fría reacción de los espectadores de butaca y la entusiasta acogida de los que pueblan el paraíso.
Prescindiendo del hipercriticismo barojiano y su bronco carácter, parece evidente que, para nada, se alineaba en las filas de lo que Dicenta parecía suponer y que consideraba su teatro -tal vez sin alguna razón- como perteneciente a otra época y actitud: "En el tercer acto se oye con frecuencia a Manuel la palabra 'caballero', la frase 'manchar mi honra', etc. etc., y otras que a mí no me parece que se armonizan bien en boca de hombres nuevos, dispuestos a formar humanidades nuevas". Sin embargo, no entra directamente Baroja en lo que era la entraña del problema: una actitud social nueva y revolucionaria pero dentro de unos moldes estéticos y superestructurales que Dicenta no consiguió saltar sino muy ocasionalmente.
Muy positiva es la visión de El caballero audaz en una de sus populares interviews de "la esfera", aunque no se recate en propalar su indesmentible afición al alcohol y las mujeres(12). También incide en sus costumbres disipadas Cansinos Assens quien califica de "romanticismo aristocrático"(13) la actitud humana de Dicenta del que elogia su estilo y profesionalidad de escritor(14), cuando ya sabemos cuán poco generoso con sus contemporáneos fue Cansinos en estas memorias, por otra parte, no destinadas a la publicación.
Luis Taboada(15), Antonio Casero(16) y José Francés(17), inciden en lo anecdótico, aunque este último resalta el carácter revolucionario en varios aspectos del "Juan José" y lo pujante de su talento y temperamento. Le censura, como otros, el no haber sido capaz de repetir el acierto de su obra emblemática, como lo hace en sus divertidos "Retratos al aguafuerte"(18) el pintoresco Manuel Gil de Oto que también le reprocha "sus socialistas desplantes", su tremendismo, su poco cuidado del lenguaje y las pretensiones literarias de su hijo. Una versión distante, socarrona y pendenciera de Dicenta da el pintoresco novelista Benigno Varela, autor de la muerte en duelo de su correligionario en ideas republicanas Juan Pedro Barcelona que luego trocó por la defensa ultramontana de la monarquía(19).
Eugenio Noel, al que le unían a Dicenta tanto su pasión por la bohemia como su acendrado ocio a la injusticia y el empeño en abanderar causas nobles y difíciles, escribió del dramaturgo con sus habituales peripecia y buen estilo: "despreció la celebración pura de las formas, la simplicidad cromática de las posibilidades y se acercó a una labor, más difícil entonces que hoy mismo; a la tarea de encontrar en los problemas sociales de España la cantidad de corazón que tienen y a plasmar esa sangre aunque para ello hubiera que resolverla"(20). Percibirá el lector avisado que Noel igualmente pudiera estar hablando de sí mismo, como cuando aduce: "…para ver España ha sido necesario ser mordido por su sensibilidad irreductible y crudelísima, por su incontinencia y emotividad avasalladora. Esta raza nuestra es un racimo de uvas que alcoholiza a quien le exprime, y al dar la vida la quita. Había que beber, y bebió. Tuvo que contaminarse de zumo pasional, contagiarse de su eterna disconformidad con todo y ganarse su simpatía por asimilación de rebeldías y afectos"(21).
Noel otorga a Dicenta cualidades de precursor por haber vivido esa España que denuncia y por haberse servido de los temas más nacionales y castizos para darles la vuelta en su interpretación (22). Igualmente, forzó la contradicción, -él, "que no creía en nada, ni en él mismo"- traduciendo "El místico" de Rusiñol o utilizando a Raimundo Lulio como tema de una ópera. De nuevo Noel da muestra de su agudeza cuando lo considera inventor de la "izquierda" literaria, que él encontró no en los teóricos sino en la calle, cuando lo relaciona con Knut Hamsun en su sentido de la naturaleza que se encuentra también en rudo modo de sentir la libertad y la pasión por parte de sus personajes(23). Su inconmensurable energía se correspondía, sin embargo con un corazón envuelto en nieblas que necesitaba la fuerza raigal de la vida que encontraba en las correrías por las tierras y las tabernas de España. Todo ello le da oportunidad para oponerlo a la falta de voluntad, optimismo y vida que se percibe en los escritores de hoy -Noel escribe al menos treinta años después del estreno del "Juan José"- a los que califica de indecisos, miedosos, aguados, inarticulados y falsos.
Pero a que también Noel considera a Dicenta dominado por "Juan José", como el título del artículo explicita no vacila en calificarlo de "hombre de genio…, señor de la inquietud, y hasta… verdugo de sí mismo"(24). El artículo de Eugenio Noel, en su brevedad, es espléndido y, sin sombra de duda, de los más excelentes que se ha escrito sobre nuestro autor.
Abundantes aciertos en la interpretación dentro de una actitud que tiende al panegírico ofrece el inteligente crítico Andrés González Blanco(25), y todo lo contrario se puede decir de las opiniones, más que del análisis, de Cejador(26), pero el carácter monográfico de sus obras nos exime del comentario.
En el florilegio que hemos espigado vemos como los contemporáneos percibieron con agudeza los aspectos más destacables de Dicenta en lo social, lo estético y lo personal aunque la natural falta de distanciamiento impida el análisis riguroso. Destaca que las dos visiones más negativas provengan precisamente de dos consagrados como Clarín y Baroja. El hecho, lo mismo puede ilustrarnos sobre la peculiaridad del carácter nacional, que tolera difícilmente la competencia como sobre el hecho de que su situación de mayor autoridad e independencia les permitiera arbitrar juicios de mayor radicalidad. Sin embargo, y volviendo a las palabras expuestas al principio, Dicenta sigue reclamando su lugar crucial en las perspectivas que conforman el estudio de las relaciones entre literatura y sociedad en el periodo de intersiglos. Su inmiscución en la tan mal estudiada bohemia, su decisiva influencia en la conformación de una ideología entre lo estrictamente peculiar y lo republicano radical, su peculiar visión del problema religioso, su personal teoría dramática, su labor como dinamizador en el terreno del publicismo y su eclecticismo esperan los estudios que, inexplicablemente, han tenido que aguardar un siglo.
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NOTAS
(1) Véase a este respecto el muy interesante trabajo de Francisco Carrasquer, "La literatura española y sus ostracismos", Cuadernos de Leyden, Universidad de Leyden, 1981. El autor reprocha a la "intelligentsia" española y a las excrecencias de las exquisiteces institucionales, universitarios y epígonos del 27 el olvido de los escritores más genuinamente vinculados con las luchas populares.
(2) "Cosas del santo" en Aramis (seudónimo), "Literatura de Bonafoux", Madrid, Tip. De Manuel Ginés Hernández, 1887. pp. 128-131.
(3) Manuel Bueno, "Teatro español contemporáneo", Madrid, Biblioteca Renacimiento, V. Prieto y Cía Ed., 1909, pp. 109-125.
(4) Eduardo Bustillo también había remarcado los resabios simbolistas de un drama como "El señor feudal". V. "Campañas teatrales (Crítica dramática), Madrid, Establecimiento tipográfico "Sucesores de Rivadeneyra", 1901, pp. 217-221.
(5) "Los artículos de Clarín publicados en 'Las Novedades' de Nueva York, 1894-1897", "Cuadernos Hispanoamericanos" Lo Complementarios nº 13-14, Junio 1994, p. 156.
(6) Op. Cit. p. 165.
(7) Salvador Canals, "El año teatral 1895-1896", Madrid, Establecimiento Tipográfico El Nacional, 1896, p. 149.
(8) Op. Cit. p. 154.
(9) José Deleito y Piñuela, "Estampas del Madrid teatral de fin de siglo" I, Madrid, Calleja, s.f., p. 60.
(10) Op. Cit. p. 201.
(11) V. Pío Baroja, "Crítica arbitraria", pp. 15-21, Madrid, Cuadernos literarios, 1924.
(12) V. Su reproducción, con glosa final adecuada a los momentos de postguerra en que se publicó, en "Galería", Tomo II, Madrid, E.C.A., 1944, pp. 631-637.
(13) No entendemos demasiado el calificativo de Cansinos. El romanticismo, como se vio, es una referencia que, en cambio, reseñaron muchos críticos entre los que también cabe señalar a Diego San José, "Gente de ayer", Madrid, Editorial Reus, 1952, p. 41.
(14) Rafael Cansinos Assens, "La novela de un literato", 2, Madrid, Alianza Tres, 1985, p. 213.
(15) Luis Taboada, "Intimidades y recuerdos (Páginas de la vida de un escritor)", Madrid, Administración de "El Imparcial", 1900, pp. 287-289.
(16) Antonio Casero, "La honra golfemia", Madrid, La Novela de Hoy, 8 de Enero de 1926.
(17) José Francés, "Contar vejeces", Madrid, C.I.A.P., 1928.
(18) Manuel Gil de Oto, "Retratos al aguafuerte", Barcelona, Bouzá, 1917.
(19) Benigno Varela, "Isabel, distinguida coronela", Madrid, Imprenta de Antonio Marzo, 1910, pp. 40-45 y 54-55.
(20) "Un hijo de "Juan José": Dicenta", artículo recogido por José García Mercadal en Eugenio Noel, "España, fibra a fibra", Madrid, Taurus, 1967, pp. 120-126.
(21) Op. cit. pp. 120-121.
(22) A este respecto es ilustrativa la polémica suscitada por "Curro Vargas", a la que se acusó de ser un plagio de "El niño de la bola" de Pedro Antonio de Alarcón. V., para la polémica, el artículo firmado por F. P. en "Gente de bastidores (El libro del año)". Director, Ricardo Ruiz y Benítez de Lugo, Madrid, Est. Tipográfico "Sucesores de Rivadeneyra, pp. 351-362.
(23) Esa su pasión por la naturaleza es señalada, asimismo por otros autores como Luis Ruiz Conteras que, en fecha tan temprana como la de 1894, analizando el drama "Los irresponsables", escribe: "siéntese profunda y noblemente la pasión de la Naturaleza… que viene a ser, en el desarrollo de los acontecimientos, un colosal personaje", "Palabras y plumas", Barcelona, López Editor, 1894, pp. 175-181.
(24) Op. cit. p. 120.
(25) Andrés González Blasco, "Joaquín Dicenta, Antología crítica de sus obras". Madrid, La Novela Corta nº 281, 30 Abril 1919.
(26) Julio Cejador y Frauca, "Historia de la Lengua y Literatura Castellanas", Madrid, Tip. de la Revista de Archivos, Madrid, 1915-1922.
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