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Virgen de Rodanas
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FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El padre Faci escribe que la Virgen de Rodanas se veneraba en un convento de Tolosa (Francia), pero que debido a una persecución sacrílega a las imágenes, la Virgen se le apareció a un pastor en el paraje de Rodanas, a dos leguas de Épila. Allí se construyó una ermita siendo el primer capellán el licenciado mosén Miguel Vidayna, beneficiado de Épila. La Virgen era de alabastro, de tres palmos de alta, llevando un manto de seda azul con algunas flores de lis en el momento de su aparición. La Virgen fue trasladada a la nueva capilla el 7 de mayo de 1685. La Virgen se encuentra en una urna, protegida con un cristal, que regaló Fernando de Sada, marqués de Campo Real. Al arzobispo de Zaragoza, Antonio Ibáñez de la Riba, le pareció bien este regalo y pidió que no vistiesen a la Virgen, a pesar de los ricos mantos que tenía. El retablo se hizo a cargo de Joaquín Navarro y Vela, infanzón de la villa de Añón. El padre Faci cuenta que delante de la Virgen ardían dos lámparas de plata, aunque el humo nunca había ennegrecido la capilla. Una de ellas era regalo de José Gracián Serrano, deán de la colegial de Calatayud, y la otra también era regalo de Ramón Rocafull y Rocaberti, conde de Peralada, quien ayudó a terminar la reja. En la sacristía se guardaban abundantes exvotos, debido a sus muchos favores. El padre Faci señala que de un cántaro manaba abundante aceite, del que los fieles se servían como segura medicina. Pero en 1707 cesó de manar aceite pues, según el sentir popular, alguien se había valido de él para alguna superstición. Desde entonces, aunque el cántaro se conservaba húmedo, se echaba en él otro aceite, que se repartían los fieles devotos en busca de la salud perdida. Se cuenta que en 1707 y 1720 se llegaron a contabilizar en Épila hasta trescientos enfermos graves. La Virgen se condujo a la villa y todos los enfermos lograron consuelo y alivio a sus males. En 1688 visitó la ermita Pedro Azlor, canónigo de Zaragoza, donde cogió un clavel seco que tenía la Virgen. Lo colocó en una bolsa de reliquias, donde había un relicario con una pasta de Inocencio XI, protegida con un cristal. Al cabo de unos días el canónigo abrió la bolsa y comprobó que el clavel había traspasado el cristal, permaneciendo unido a la pasta. Este prodigio lo notificó al arzobispo de Zaragoza, Antonio Ibáñez de la Riba. Este relicario pasó a manos de los condes de Guara.
En el número primero de la Revista de Aragón, de 6 de octubre de 1878, se daba noticia de una larga carta de mosén Julio Bernal que se había recibido en la redacción. En ella se decía que el pasado 4 de octubre se habían celebrado en Tabuenca unos solemnes festivales, con motivo de la bendición de la ermita de Nuestra Señora de Rodanas. Entonces se repartieron tres lotes para tres huérfanas pobres, instituyéndose esta caridad anualmente. El bienhechor era un fraile oriundo del lugar que había muerto recientemente en Montevideo. Se llamaba Fr. Manuel Vela y Sanjuán. El 25 de marzo de 1712 murió el vicario de San Pedro de Saviñán, mosén Miguel Vicente Villalba, dejando para gastos y para su alma 30 escudos. Con el sobrante de esta cantidad debían fundarse en su parroquia seis aniversarios y el miserere de los viernes de Cuaresma. Entregaba a su iglesia dos casullas y dos albas. El vicario nombraba como ejecutores de su testamento a mosén José Cerellón, vicario de Paracuellos y comisario del Santo Oficio, y a Fr. José Gracián, abad de Alcolea. Mosén Miguel Vicente Villalba se enterró con alba y casulla en el carnerario del Capítulo de Saviñán, de la capilla de la Virgen del Pilar.
Había dictado testamento cinco días antes de morir, anulando otro de 1704. En él dejaba a su amigo y capellán de Nuestra Señora de Rodanas, José Navarro, seis sillas de moscobia y un bufete de nogal para que adornase la casa de la Virgen y sirviera para sus huéspedes, además de una Virgen del Pilar. Mosén Miguel Viente Villalba fundaba también una capellanía en la capilla de la Virgen del Pilar de Saviñán, para que en ella fuera capellán su sobrino mosén Juan de Afuera. A su muerte, esta fundación pasaría a Nuestra Señora de Rodanas. El 15 de febrero de 1713 se reunieron en el santuario de Rodanas los ejecutores testamentarios del vicario de Saviñán, donde se dio cuenta de su última voluntad.
En el presbiterio del santuario de Nuestra Señora de Rodanas hay algunos enterramientos modernos. En el medio está el de mosén José Navarro, prior de Rodanas y beneficiado de Épila, que murió el 20 de noviembre de 1713. Debe tratarse del amigo del vicario de Saviñán. A la derecha se encuentra el de Micaela Fernández de Moros, de Calatayud, que murió en 1803. Y a la izquierda el de Isabel Asín, viuda de Antonio Algora, que murió a los 92 años el 6 de abril de 1809. Adorna la piedra el escudo con las armas de los Algora de Berlanga. En un lateral de la ermita se halla una baldosa de cerámica que señala el enterramiento de Juan Antonio Babiel, que falleció en 1834. Encuadradas se conservan unas sentidas coplas de Elena Rodríguez Langarita.
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