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Milagros Eucarísticos
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ROCÍO FIGUERERO | Los cristianos sabemos que en el Pan y el Vino consagrados están el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, y tenemos certeza absoluta porque Jesús -que es Dios- así nos lo dijo.
Los sentidos sólo captan los aspectos sensibles, pero nuestra inteligencia no tiene como única fuente de conocimientos lo que se capta por los ojos o por el tacto: hay cosas que sabemos y de las cuales tenemos certeza absoluta que son así en la realidad porque nos las han dicho.
La fe es una fuente de conocimiento muy común en las personas; de hecho casi todo lo que sabemos lo conocemos porque nos lo han contado.
Y si el que nos habla es Dios, no hay mayor seguridad de que las cosas son tal y como Él nos las dice, pues la realidad es como Dios la ha pensado y la ha hecho y la verdad tal como Él la dice.
La Eucaristía es un premio para los humildes que se fían de lo que Dios dice. Pero además, Dios ha querido hacer algunos milagros a lo largo de los siglos para mostrar que Él puede haberse quedado escondido y vivo en las especies sacramentales.
Estos son solo dos de los muchos milagros eucarísticos.
1. Los corporales de Daroca
En el Libro bermejo de la Colegiata de Santa María de Daroca se halla el relato del milagro de los corporales que en dicha colegiata se guardan.
Y aunque el relato no lleva fecha, en otro manuscrito del año 1397 ya se refiere a él.
El relato dice que "según se narra extensamente en historias antiguas, el reino de Valencia lo detentaba el rey moro Zahén; y para que no molestase al reino de Aragón, Jaime I dispuso que el noble y valeroso señor Berenguer de Entenza con tropas de Daroca, Calatayud, Teruel y de sus comunidades mas otras gentes se acercasen a las fronteras del reino de Valencia...
Tras muchas acciones, Jaime I en persona con amplio ejército se unió al noble Entenza y en 15 de octubre de 1238 ocupó la ciudad de Valencia.
Una multitud de moros se retrajeron a Játiva, fortificándose y atacando diariamente a la perdida Valencia.
Por lo que el rey dispuso que Berenguer de Entenza con los suyos fortificasen cierto pueyo llamado Chío, en el término de Luchente, distante unas once leguas de Valencia...
Cierto día que Entenza tuvo premonición de ataque moro, dispuso junto con otros cinco capitanes suyos, confesos y contritos recibir antes del combate la Eucaristía en nombre de toda la tropa cristiana.
Un sacerdote de la iglesia de San Cristóbal de Daroca llamado Mateo Martínez, se dispuso a celebrar la misa en un altar dentro de una tienda de campaña que se alzaba sobre una piedra enorme en forma de ara.
Consagradas las formas, tras sumir el sacerdote su hostia, reservando otras seis para Entenza y sus cinco capitanes, súbitamente atacaron los moros, y los combatientes cristianos, interrumpida en este punto la misa, se aprestaron a rechazar la ofensiva mora, quedando las seis formas ya consagradas pero no sumidas al cuidado del celebrante, quien en vez de sumirlas las recogió en el lienzo de los corporales.
Los capitanes y sus gentes, tras rechazar el ataque moro regresaron a donde quedó el sacerdote, quien declaró haber escondido las seis formas consagradas dentro de los Corporales bajo una gran piedra a fin de evitar las profanase el enemigo moro.
Y sacados los Corporales de su escondite y extendidos, aparecieron las seis formas adheridas al lienzo y teñidas de roja sangre, como si se tratase de la propia carne y sangre de Jesucristo...
Acabada la batalla un 23 de febrero víspera de San Matías, año 1239, abandonado por los moros el castillo de Chío, Berenguer de Entenza ordenó derribar sus muros e incendiarlo.
Y al repartir el botín cogido a los moros surgió disputa sobre el destino de los Corporales: las gentes de Daroca adujeron la condición darocense del sacerdote que había consagrado las seis hostias.
Echadas suertes sobre las ciudades que pretendían los Corporales, por tres veces correspondió a Daroca; pero para evitar sospecha de posible subterfugio en aquellas suertes, se acordó buscar una mula blanca traída de tierra mora, aun no conquistada por cristianos, que desconocía por tanto los caminos de cristianos, y colocando sobre su costillar los Corporales, dentro de una arqueta sujeta con cordones de seda roja, se la soltó sin freno alguno, dejándola discurrir a su natural arbitrio, siguiéndola gentes con luminarias, para que la mula se dirigiera al lugar donde la Providencia designase para residencia de los Corporales.
En este caminar sucederían varios hechos milagrosos...
Y por la vía de Teruel, la mula, despreciando detenerse pese a halagos que recibía en su caminata, un 7 de marzo de 1239, se aproximó a la ciudad de Daroca, a más de cincuenta leguas de Luchente, llegando hasta el hospital de San Marcos, después convento de la Trinidad, hincó patas en tierra y expiró, enterrándola en el atrio.
Los darocenses alborozados y llenos de devoción inusitada trasladaron la arqueta con los Corporales a la iglesia principal de Santa María, instalándolos en altar definitivo para tal relicario.
Y es tradición, que noticioso Jaime I de estos sucesos vino a Daroca a adorar los Corporales, y regaló una custodia de plata sobredorada, concediendo además otros dones y privilegios".
El 10 de mayo de 1263, accediendo a las súplicas de Daroca, el Papa Urbano IV concedió indulgencias a los que concurrieran a la fiesta que se celebraba en Santa María de Daroca.
2. En la Villa de Vilueña
El día 8 de noviembre de 1601 tocaron dos niños las campanas de la iglesia de La Vilueña con el fin de anunciar las exequias que se celebrarían al día siguiente por el alma del difunto D. Pedro Goñi, hijo y vecino del pueblo, fallecido el día anterior.
Cumplida la misión, los niños bajaron de la torre e impulsados por el miedo del recuerdo del cadáver recientemente enterrado, corrieron hacia la puerta de la iglesia y, en su carrera tiraron una vela encendida.
Eran las 11 de la noche cuando un vecino del pueblo vecino de Munébrega vio un resplandor y acercándose a Vilueña descubrió que la iglesia ardía. Los vecinos intentaron apagar las llamas pero el templo quedó reducido a cenizas.
El cura párroco, Don Miguel, se acercó donde estuviera el sagrario y, removiendo los escombros, con dolor advirtió que no estaba la arqueta donde se guardaba la píxide que contenía las Formas.
Con lágrimas en los ojos anunció la pérdida a las gentes, que se pusieron a buscarlo por entre las ruinas pues el corazón les decía que allí debía de seguir.
Observaron que a quince pies donde había estado el altar brillaban unas ascuas, y allí se pusieron a buscar diciéndose que, si los Magos de Belén fueron conducidos por una estrella, aquel refulgor era una señal.
Con un pico levantaron una baldosa y allí encontraron la arqueta que contenía el copón.
El párroco la abrió y dentro estaba la cajita de plata con siete formas consagradas, que mostró al pueblo.
Todos los fieles congregados se pusieron de rodillas para adorar.
Como la iglesia estaba en ruina, se traslado la arqueta a la planta baja de la casa de Don Joaquín Pujales, por ser amplia, con los pocos objetos de la iglesia que respetó el fuego, y allí estuvo hasta que terminaron de restaurar la iglesia (que fue mucho más tarde, en 1817).
Pocos días después del incendio, las autoridades del pueblo enviaron noticias de este prodigioso milagro a los Reyes Don Felipe y Doña Margarita de Austria, que a la sazón se encontraban en Valladolid, donde habían trasladado la Corte en 1600. Interesados del suceso enviaron a su primer ministro, Don Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma, que informado de los hechos y veracidad de ellos dio cuenta a sus soberanos, los cuales concedieron en aquel año algunos honores, entre ellos el que pudiera ostentar en lo sucesivo el título de Villa.
Los fieles de esta Villa quisieron que anualmente se conmemorase tan grande milagro el día 9 de noviembre, fundando al efecto una Cofradía. Corría ya el año 1608, siete años habían transcurrido desde el horroroso incendio, las Sagradas Formas estaban en un estado tal de conservación que nada hacía presumir la más pequeña tendencia a descomponerse. Cuando en la visita pastoral que hizo en aquel año el entonces Obispo de Tarazona, Fray Diego de Yepes, movido de algún escrúpulo, las consumió quedando privados de aquel tesoro incomparable, y conservando solamente la arqueta y caja donde estuvo encerrado el Santísimo Sacramento.
Siembra Amor (12-9-2009)
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