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Entre la prudencia y la contemplación (pero a golpes de katana)
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VICENTE HUICI | En estos tiempos en los que hay que tirar mayormente de los recursos propios - toda vez que, además, para mí, se ha cerrado ingratamente la biblioteca de referencia - tengo siempre sobre la mesa del estudio dos libros.
Los dos están escritos en el siglo XVII y sus autores son, a su vez, dos aragoneses, jesuita uno y acaso también el otro, intelectual ortodoxo (¿y disfrazado?) el primero, y heterodoxo explícito y condenado el segundo - así lo consigna aquel gran bebedor de café que fue Marcelino Menéndez Pelayo en su célebre Historia de los heterodoxos españoles.
Se trata del Oráculo manual y arte de prudencia (1647) de Baltasar Gracián, en la cómoda edición de Emilio Blanco (Cátedra), y de la Guía Espiritual (1675) de Miguel de Molinos, en la magnífica edición crítica de José Ángel Valente (Barral).
Y así, entre trabajos 'banausicos', que diría Ernst Jünger, herencias de mi ya pasada vida académica - y que continúo aceptando con mucho gusto- alterno pasajes de ambas dos obras, sobre todo tras recibir las noticias de la calle.
La lectura de Gracián me frena una y otra vez y me induce a la prudencia en palabras y obras, sin que al cabo consiga ponerme a tono con una adecuada 'sindéresis'. La de Molinos, que conecta en su 'quietismo' con el budismo-zen que, por otro lado, me es tan próximo, me reclama al abandono del mundo que cada vez me parece más inmundo.
Pero lo cierto es que, con cierta frecuencia, me veo imprudente, incluso ante la incultura sin culpa o el tecnocratismo inconsciente, y, por otro lado, constato que no puedo dejarme llevar a la contemplación entre tanta estupidez y megalomanía. Y, claro, me sale el 'samurai' agachado atacado por la espalda e intento recomponerlo todo a golpes de katana, pues estos son y no otra cosa, en ocasiones, estas columnillas.
Con todo, espero que las aludidas lecturas vayan, con el tiempo, teniendo su efecto y que, por fin, a una edad más provecta de la que ya tengo, alcance la síntesis que será, no tengo duda, la directa escritura de un haiku por cada estación del año, intentando señalar "desde el lenguaje y con el lenguaje una experiencia que el lenguaje no puede alojar", como dice y bien José Ángel Valente. En fin, ya se verá… ¡O no!
El Paseante (22-9-2020)
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