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Abanicos y langostas
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FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El 1 de noviembre del 2003 se presentó a los vecinos de Carenas el retablo de Santa Ana de la ermita de esta villa dedicada a la Santa, una vez limpiado y restaurado. El retablo de Santa Ana fue contratado ante el notario de Carenas, Yusepe Hernando, por el escultor Bernabé Jauregui, vecino de Calatayud, y el labrador de Carenas Domingo Maga, por 1.200 libras jaquesas. En Calatayud, el 12 de marzo de 1678, el notario bilbilitano Francisco Alberto Lacal, recibía aquella capitulación, con un pacto especial por el cual el escultor Bernabé Jauregui debía cobrar 11.000 sueldos jaqueses de los bienes de Domingo Maga, un año después de la muerte de éste, con los que se saldaba el precio estipulado por el retablo. El escultor debía colocar el retablo en la ermita de Santa Ana de Carenas antes del 25 de julio de 1678. Jauregui vendía esta comanda de 11.000 sueldos jaqueses al médico y vecino de la villa de Carenas, Pedro Jacinto de Luna.
La villa de Carenas pertenecía al Monasterio de Piedra. Jaime I de Aragón, estando en Lérida el 12 de abril de 1257, concedió al abad del Monasterio de Piedra facultad para que pudiera poblar sin impedimento su heredad de Carenas ("Carenis"). Maribel Melendo recordaba, en su alocución previa a la presentación del retablo, el continuo abaniqueo de las devotas durante la novena, que precedía al día de la fiesta de Santa Ana. El busto se Santa Ana, que ocupaba la parte central de este magnífico retablo, se había acondicionado desde tiempo inmemorial para sacarlo en procesión sobre una peana y normalmente otra imagen de Santa Ana de cuerpo entero, que pertenecería a un retablo anterior, ocupaba su sitio. Con la restauración, la imagen original del retablo volvió a ocupar el sitio para el que se esculpió, provocando un considerable revuelo en Carenas, que todavía sigue.
En esta misma ermita se conserva en una pequeña capilla un Cristo de marfil en la cruz, que los vecinos conocen como el Cristo de las Langostas, pues durante una invasión de estos dañinos insectos, el Cristo fue sacado al campo, cesando milagrosamente la plaga.
En 1786 la reliquia de la Cabeza de San Gregorio de Ostia fue traída desde Sorlada, en Navarra, hasta la ciudad de Daroca y de allí recorrió todos los pueblos de aquella comarca que lo solicitaron, pues soportaban una plaga de gusanos que atacaban los árboles y las viñas. De allí pasó la reliquia a Calatayud y a sus pueblos que lo pedían. A Saviñán llegó el 27 de junio desde Villalba. Anteriormente mosén Juan Velilla había presentado en Villafeliche una carta, con ruegos para que la reliquia de San Gregorio fuera conducida a Saviñán. Las calles se habían enramado y las ventanas y los balcones se adornaron. Se recibió a la reliquia en el arco de San Pedro, donde se había dispuesto un altar. Y en procesión, con acompañamiento de música, se llevó a la parroquia donde se dio a adorar. Al día siguiente se llevó a la ermita de San Roque, desde donde se realizó un conjuro. De Saviñán pasó a Paracuellos y luego el día 29 a Morés. De camino, la reliquia paró de nuevo en Saviñán. La esperaban siete eclesiásticos, diecisiete seculares a caballo, con soldados turcos y escopeteros. El día 30, cuando pasaba la reliquia de Sestrica a El Frasno, se hizo otro conjuro en la ermita de San Blas de Saviñán, para los olivos de Trasmón.
En el Semanario de Agricultura y Artes dirigido a los Párrocos (1797-1808), fueron apareciendo varias noticias y artículos referidos a las plagas de la vida y del olivo. En julio de 1798 un párroco riojano hablaba del gusano de las viñas. En septiembre de ese mismo año, José García de Segovia, desde Málaga, enviaba una carta sobre el modo de destruir el pulgón de las viñas, que venía a complementar el remedio propuesto por Krause, jardinero de Berlín. Uno de ellos ya había sido dado por bueno por Vicente de Seijo en su tratado de agricultura de las viñas, impreso en 1795. Dos años antes un párroco de Vélez había sembrado la viña con habas, donde fue a parar el pulgón, quedando libres las cepas. Otro agricultor plantó yeros entre las cepas con el mismo fin. En ese año de 1795, Félix de Matilde, trataba del modo de acabar con los insectos de las vides. En diciembre de 1801 se extractaba para el Semanario una memoria de Vicente Coelho de Seabra, impreso en Coimbra en 1792, sobre el modo de curar el hollín de los olivos. Esteban Boutelou hablaba en 1805 y en 1806 de la rosquilla y de la mosca del olivo. Luis Carlos Zúñiga, párroco de Escalonilla, trataba en 1806 de los insectos de los olivos.
Y es que en la España del XVIII no había químicos, pues aún persistía la mala fama de la alquimia. El ilustre farmacéutico madrileño Félix Palacios, en su Palestra Farmacéutica chimicagalénica, editada en 1706 y 1723, aludía al Curso chimico de Lémery, traducido por él, que le precedió. Antes de estas dos obras, los boticarios españoles pensaban que químico equivalía a charlatán o a embustero.
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