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El artillero Camilo y Calatayud

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El primer tomo de las memorias de Camilo José Cela se publicó en 1959, bajo el título de La rosa. El segundo y último, aparecido en 1993, se titula Memorias, entendimientos y voluntades. En este segundo tomo de memorias, que comprende desde la llegada de su familia a Madrid en 1925, hasta la aparición de su primera novela en 1942, La familia de Pascual Duarte, se cita a Calatayud en varias ocasiones, aunque siempre de pasada.

La 17 batería del Regimiento de Artillería Ligera nº 16, a la que pertenecía el artillero Camilo José Cela, despidió el año de 1938, en plena guerra civil, en Gallur. Cela cuenta que allí estaba alojado en casa de la tía Julia la Borjana, que "era grande, sólida y fría; nos lavábamos la cara y hacíamos nuestras necesidades en el corral y con un palo en la mano para defendernos de las ocas". A las afueras de Gallur los alemanes, que "eran poco simpáticos", tenían un pequeño aeródromo militar. Una mañana apareció un cartel en la plaza del pueblo que rezaba: Parken verbotten, y como nadie sabía lo que quería decir, el capitán mandó a Zaragoza al artillero Camilo con el camión de suministro, para que lo averiguase. En Zaragoza pasó Cela tres o cuatro días, donde averiguó que lo que prevenía el cartel era prohibido el aparcamiento y donde descubrió el cabaret Royalty, uno de los pocos de la zona nacional. Pero a los pocos días recibieron órdenes de salir para Extremadura y lo hicieron en unos vagones de mercancías, "sobre unas pellas de heno que habíamos robado en Ateca o en Alhama de Aragón". Ya en tierras extremeñas, los artilleros estuvieron en Torremejía desde el 8 de febrero hasta el 3 de marzo de 1939. De este lugar era el "pobre títere Pascual Duarte", que con el tiempo daría nombre a la Biblioteca del pueblo. A Duarte también le fue dedicada una calle en Campillos, "en el borde occidental de los Llanos de Antequera y por debajo de la laguna de la Fuente de la Piedra". En aquella ocasión la tropa estuvo alojada "en los galpones para almacenar cereal del palacio de los condes del Álamo". El día de los santos Jovino y Basileo recibieron la orden de salir para Calatayud en tren. "A Calatayud llegamos el día de las santas Perpetua y Felicitas a las dos de la tarde, llevábamos ya más de cien horas de viaje y estábamos todos algo cansados y aburridos como cabe colegir". Sin abandonar en Calatayud el tren, partieron de nuevo hacia Levante. A las tres de la madrugada del siguiente día llegaron a la estación de Mora de Rubielos-Alventosa. Aquella misma tarde los acercaron en camiones hasta Burriana, luego a Villarreal y por fin hasta el nuevo emplazamiento en el camino de Les Marches.

Tras la toma de Madrid, de la que se enteraron por los prisioneros, el artillero Camilo pidió un permiso al capitán, con el fin de encontrarse con su familia en Madrid. El 30 de marzo partió de Burriana con el permiso. En un camión militar fue hasta Vinaroz, donde lo recogió "de caridad" un señor de Zorita del Maestrazgo, procurador de los tribunales jubilado, que viajaba en un taxi con su señora, que había estado ingresada en el hospital. La noche la pasó a cubierto, en la fonda del tío Quico en Morella, en una cama muy alta, con cinco colchones de hojas de maíz. El tío Quico no le cobró nada, pues no lo hacía a los militares, para celebrar el fin de la guerra. Por el mismo precio desayunó sobre "una larga mesa de anchas tablas fregadas con lejía... tres huevos con panceta y un cuenco de café con leche que parecía un orinal y que achiqué con tortas en aceite, quizá más de una libra". Hasta Alcañiz fue en un camión que llevaba bocoyes de vinagre. Cela parece confundirse cuando dice que desde Alcañiz llegó a Fraga en un camión que transportaba ataúdes, y hasta Zaragoza en el sidecar de una moto de un representante de Hilaturas Puig y Puig, de Tarrasa. "Zaragoza estaba invadida, sacudida, incluso convulsionada por un entusiasmo histérico y competitivo, la gente se abrazaba, saltaba, cantaba jotas y el Cara al sol, bebía a morro de las botellas de vino, de coñac y de anís, comía chorizo y pan y daba vivas a España, a Franco y a la Virgen del Pilar". En Zaragoza contactó con un compañero de carrera de su padre que lo llevó a dormir a su casa y al despedirse le regaló doce cuarterones de tabaco de picadura, doce librillos de papel de fumar marca la sota de oros y una botella de quina reconstituyente Nuestro Señor Jesucristo. A la salida de Zaragoza le paró "una balilla de dos puertas y cuatro plazas". En Calatayud "paramos a tomar café y una copita de anís, me invitaron a las dos cosas; en Alhama de Aragón llenamos dos garrafas de agua en la fuente que hay a las tapias del balneario; en Medinaceli ayudé al señor a cambiar una rueda; en las cuestas de Torija nos encontramos con un camión volcado lleno de milicianos sentados todos alrededor, no había heridos pero tenían todos un aire de muy triste abatimiento...". Madrid, al que llegaron a media tarde, "estaba confuso, jolgorioso y turbio, el espectáculo era muy diferente al de Zaragoza, la gente se mostraba más desentrenada en los previstos hábitos del patriotismo porque todo precisa ensayo y todo quiere su tiempo".

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