FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | La ciudad de Calatayud se levanta entre varios barrancos. Eugène Poitou, en su viaje por España realizado sobre 1876, escribía su impresión desde el tren: "Se pasa ante Calatayud, cuya silueta medio oriental aparece delicadamente sobre el fondo azulado de su doble montaña".
En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud celebrada en 26 de enero de 1861, el presidente señaló que cierta persona "de estudio y buen juicio", que quería mantenerse en el anonimato, había hecho algunos estudios sobre el desvío de las aguas del barranco de Soria, que estaba dispuesto a presentarlos a la consideración del ayuntamiento. Aseguraba que el presupuesto sería lo más económico posible, siendo mucho menor que el que se había calculado en otras ocasiones. La corporación autorizó al presidente para que esta persona presentara su proyecto y determinar lo más conveniente.
En la sesión celebrada el 25 de enero de 1862, se acordó que la Comisión de Obras investigara los antecedentes de las compuertas, colocadas antiguamente en el barranco de Soria, con el fin de contener las aguas a la entrada de la ciudad. Este mismo día se acordó también publicar un bando, prohibiendo dejar tierra de barrilla y escombros en las márgenes del barranco de Soria, bajo una multa de 100 reales, pues las avenidas del barranco arrastraban estas tierras hacia la Rúa.
En la Rúa, eje vertebrador de la ciudad, a la altura de la plaza de San Juan el Viejo, por donde desaguaba el barranco de Soria hacia el Jalón, un mural recuerda la figura de Rafael Benjumea (1876-1952), que "libró de un peligro constante a Calatayud, desviando el barranco de Soria". Este ingeniero de caminos, especializado en obras hidráulicas, obtuvo el título de conde de Guadalhorce, por los trabajos de regulación y aprovechamiento de este río. Fue ministro de Fomento en la Dictadura de Primo de Rivera, entre 1925 y 1930. Por Real Decreto de 5 de marzo de 1926, se crearían las Confederaciones Sindicales Hidrográficas. La Confederación Hidrográfica del Ebro lo haría también el 5 de marzo, poniéndose en marcha el 1 de julio de 1926, bajo la dirección del ingeniero Lorenzo Pardo.
La Rúa de Calatayud, calle principal muy transitada y travesía hacia tierras sorianas, sufría periódicamente graves inundaciones, que ponían en constante peligro a personas, casas y comercios. En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud del 11 de febrero de 1884, se leyó una comunicación del alcalde de Villafeliche, señalando el perjuicio que se ocasionaba a los carros cargados de pólvora, porque los vecinos de la Rúa no les dejaban pasar. Preguntaba si el ayuntamiento se ratificaba en la prohibición, para recurrir al gobernador. La corporación acordó que el presidente se entrevistara con el alcalde de Villafeliche, para convenir el mejor medio para armonizar ambos intereses. Ya en la sesión del 12 de noviembre de 1883, los conductores de pólvora de Villafeliche se habían quejado a un concejal, por el mal estado del camino de los Arcos, debido a los últimos temporales, por donde debían pasar por orden del ayuntamiento. Por esa razón pedían su arreglo o que se les marcara otro camino.
En la sesión del 7 de agosto de 1889, se vio una queja de varios vecinos de la Rúa, debido al mal estado del firme, desde el arco de San Andrés hasta la plaza de San Juan el Viejo. Solicitaban soluciones para evitar accidentes, debido al frecuente paso de carros, con las consiguientes frases malsonantes de los carreteros y con peligro constante para los niños. El 30 de octubre, el concejal Félix Sanz de Larrea informaba de una reunión que había tenido con los vecinos de la Rúa, cuyo pavimento se hallaba convertido en un perpetuo lodazal, con grave peligro para la salud pública. En aquella reunión se habían discutido los medios para evitar el paso de las aguas por esta calle, con la desviación del barranco. Para ello se había acordado abrir pozos en la parte alta del barranco de Soria, para conseguir que desapareciera la pequeña corriente de agua que discurría entonces por la Rúa. También se había acordado dirigirse a Cristóbal Lahuerta que, según noticias, había llevado a cabo estudios para la desviación del barranco, para conocer el presupuesto de las obras necesarias. El alcalde Juan Velasco señaló que ya se había entrevistado con Lahuerta, quien le había manifestado que no había practicado estudios serios sobre la desviación de este barranco, opinando que resultaría ineficaz la apertura de estos pozos para la absorción de las aguas. El concejal Ortega propuso que se convocara a los vecinos a una reunión, para afrontar este viejo problema.
En la sesión del 6 de noviembre, Juan Velasco señaló que, en la mañana de aquel mismo día, se había reunido la comisión encargada de llevar a cabo los estudios de desviación del barranco de la Rúa, habiendo tomado el acuerdo de limpiar el pozo que existía en el barranco de Soria, para echar allí las aguas y observar el resultado de la absorción. También se había acordado que una comisión, compuesta por los concejales Ortega y Marco, pasara a invitar al señor Lyon, ingeniero encargado de los trabajos del ferrocarril Calatayud-Teruel, para que estudiara sobre el terreno la cuestión y formara un presupuesto de las obras. El 20 de noviembre Ortega señalaba la necesidad de facilitar trabajo a los jornaleros en invierno, que lo prefería al reparto de ranchos, como se había puesto en práctica en años anteriores, por lo que consideraba de máximo interés conocer pronto el trabajo de Lyon, sobre la desviación del barranco de la Rúa.
La memoria del ingeniero Lyon se vio en la sesión del 18 de diciembre. Estaba fechada el 29 de noviembre y en ella consideraba posible el proyecto y de fácil realización. Señalaba que las aguas se mantendrían por un dique, enfrente del primer barranco, saliendo de la puerta de Soria. Pasarían bajo la carretera, para entrar en un túnel en dirección al barranco de la Longía, donde llegarían después de recorrer una longitud de 800 metros, con una pendiente que no se detallaba. Allí encontrarían una bajada natural hasta el río, a donde serían conducidas con trabajos de mínima importancia.
El gasto de esta obra en su totalidad, dando al túnel dimensiones muy amplias y suficientes, para recibir siempre todas las aguas de las avenidas tan excepcionales como la última, que había causado tantas molestias y desgracias, ascendía aproximadamente a 200 000 pesetas, siendo conveniente añadir 25 000 o 30 000 pesetas más, para los revestimientos que podrían ser necesarios en el túnel, aunque consideraba que la mayor parte del túnel se mantendría con la piedra sin revestir. Lyon consideraba más práctico dividir la obra en dos partes. La primera se limitaría a construir la galería, que formaría un túnel suficiente para recibir todas las aguas de las avenidas ordinarias y gran parte de las avenidas extraordinarias, pasando en este último caso las aguas sobrantes por la Rúa, aunque sin ocasionar daños. En años sucesivos se podría seguir con los trabajos de ensanche del túnel y de las trincheras, según la conveniencia de la ciudad. Si estas ideas le parecían convenientes a la corporación, Lyon estaba dispuesto a realizar un proyecto de las obras, pudiendo dividirlas en dos partes, estimando el precio del proyecto en 5000 reales. El ayuntamiento, vista la memoria, acordó pasarla a la Comisión de Obras para su informe.
En la sesión del 21 de abril de 1890, se informó que una comisión de vecinos de la calle de la Rúa, pedían el apoyo del ayuntamiento para construir tres balsas próximas a los manantiales, para que retuvieran las aguas el mayor tiempo posible. Para ello pedían que el ayuntamiento acordara el arriendo o la compra de un prado, donde tenían proyectado abrir estas balsas, siendo los demás gastos de cuenta de los vecinos de la Rúa. Varios concejales se mostraron a favor de este proyecto, acordando que las Comisiones de Hacienda y de Obras se entendieran con el dueño del prado y procuraran resolver este asunto de la forma más ventajosa, dando cuenta de las gestiones.
El 28 de abril Escribano, en nombre de las Comisiones de Hacienda y de Obras, expuso que se había entrevistado con Manuel Grimal, dueño del pradillo existente a las afueras de la puerta de Soria, con el fin de utilizarlo para la construcción de estas balsas. Para ello habían convenido tomarlo en arriendo por espacio de dos años, pagando 20 pesetas anuales y entregando 7,50 pesetas al actual arrendador, Ignacio Saldaña, por la parte correspondiente al arriendo de ese año, para poder utilizar el terreno inmediatamente. Escribano opinó que el ayuntamiento debía limitar su compromiso al pago del arriendo convenido y de ninguna manera a los perjuicios que pudieran ocasionarse por estas obras, que iban a acometer los vecinos de la Rúa. El ayuntamiento acordó hacer contrato de este arriendo.
En la sesión celebrada el 18 de junio de 1902, el presidente informó que José Domínguez Martín, hijo de la ciudad, se había ofrecido para llevar a cabo por su cuenta, las obras necesarias para el desvío del barranco de la Rúa. Su deseo era comenzarlas cuanto antes. Para ello estaba formando un expediente con arreglo a la ley. En la sesión del 13 de septiembre y a causa de las recientes inundaciones, el ayuntamiento acordó activar las gestiones, para que el Estado se hiciera cargo de la travesía de la Rúa. En la sesión del 8 de octubre, el presidente informó que se le había enviado el expediente formado a instancia de José Domínguez Martín, para que lo entregara en la oficina correspondiente. En la sesión del 15 de octubre, Domínguez aclaró que sería de su incumbencia la construcción del muro de contención, para la conducción de las aguas a la boca del túnel, con su entrada y salida, y las obras correspondientes hasta el camino del cementerio. El ayuntamiento, por su parte, debía ponerse de acuerdo con los propietarios de las eras y fincas por donde iba a atravesar el canal y con los colindantes a la salida de las aguas, para fortificaciones y muros, y para seguridad de las fincas. El ayuntamiento acordó estudiar estas obras, de las que no se hacía cargo Domínguez, formando un presupuesto y, en su vista, comunicar a Domínguez la decisión. El proyecto de Domínguez aún se discutía en algunas sesiones municipales de 1903.
En la sesión del 20 de junio de 1920, el concejal Lorente achacaba la magnitud de las constantes y copiosas avenidas del barranco de la Rúa, a que se había reducido el cauce del barranco, como consecuencia de las roturaciones llevadas a cabo en los montes públicos y de la pérdida de altura de la muralla del llamado Azud Sagrado. Por ello proponía que se estudiara este importante asunto para evitar más perjuicios, como así se acordó.
Otra persona importante en este proyecto sería Darío Pérez, como así lo demuestra la carta que dirigió en agosto de 1923 al entonces alcalde de Calatayud. Los desbordamientos a los que hacía referencia en la carta, se habían tratado en la sesión del 13 de julio de 1923. Unos días más tarde, en el acta de la sesión del 27 de julio, se copió un telegrama de Darío Pérez que decía: "Cumpliendo promesa he propuesto hágase proyecto desviación Rúa. Dícemelo Ministro mostrándome deseos servirnos". Pero con la llegada al poder del general Primo de Rivera, Darío Pérez causó baja de diputado por el distrito de Calatayud el 15 de septiembre de 1923. En la sesión del ayuntamiento del 26 de septiembre, se leyó una carta del diputado, informando del cese en su representación, ofreciéndose al concejo y vecindario para trabajar en pro de los intereses de Calatayud.
Por Real Decreto de la Presidencia del Directorio Militar del 30 de septiembre, quedaron suspensos los ayuntamientos, debiendo constituirse una nueva corporación, de la que resultó elegido alcalde Antonio Bardají Zabalo, en la sesión extraordinaria celebrada el 1 de octubre. Bajo su mandato se llevaría a cabo el anhelado desvío del barranco de Soria.
En el número de junio de 1927 de la revista Ingeniería y Construcción, se informaba de la aprobación del proyecto de encauzamiento y desviación del barranco de Soria de Calatayud, debido al ingeniero Nicolás Liria, con un presupuesto de contrata de 402 455,02 pesetas. Antes de acordar la subasta debían completarse los planos, que se habían omitido indebidamente y cuidar, al hacer el replanteo definitivo, de abocinar el origen de la desviación, procurando evitar los terraplenes no defendidos, dándoles el talud que exigiera la naturaleza del paramento y adaptando en lo posible la planta de dique a la curvatura del cauce, para evitar los cambios bruscos de dirección. En el número de La Nación del 16 de mayo de 1927, se reprodujo un telegrama dirigido al presidente del Consejo de Ministros y firmado por centenares de personas de Calatayud, mostrando su alegría y gratitud con este proyecto.
El 1 de agosto, El Eco Patronal publicaba que, hasta las trece horas del día 22 de agosto, se admitirían proposiciones para esta subasta en el Negociado de Trabajos Hidráulicos del Ministerio de Fomento y en todas las Jefaturas de Obras Públicas de la península. La subasta se verificaría en la Dirección General de Obras Públicas el 27 de agosto, a las doce horas. El presupuesto ascendía a 402 455,02 pesetas y la fianza provisional a 12 074 pesetas. En el número 1.194 de Madrid Científico se informaba de la adjudicación definitiva a José Daudén Iñigo, de la subasta de las obras de encauzamiento y desviación del barranco de Soria.
La Época publicaba el 13 de abril de 1929, que el ministro de Fomento había recibido al alcalde de Calatayud, quien le había solicitado el revestimiento del túnel de desviación del barranco de Soria y la sustitución de un paso a nivel de la carretera de Calatayud a Daroca. La Libertad informaba el 14 de abril, que el alcalde de Calatayud había firmado el día anterior con el Banco de Crédito Local, una escritura de préstamo de millón y medio de pesetas, destinado a obras urbanas. Este mismo diario señalaba el 7 de septiembre de aquel mismo año que, por decreto del Ministerio de Fomento, se había aprobado el proyecto reformado de encauzamiento y desviación del barranco de Soria en Calatayud.
En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud, celebrada el 6 de agosto de 1923, se leyó una carta del diputado a Cortes por Calatayud, Darío Pérez García, fechada en Madrid el pasado día 2 de agosto y dirigida al alcalde de la ciudad, Francisco Lafuente Zabalo.
"Sr. D. Francisco Lafuente
Mi querido amigo:
Hace muchos años, desde que colaboré en el ilustre Ayuntamiento y desde las columnas del diario La Justicia, que dirigí, como Vd. recordará, acaricio la idea de que fuese una realidad la desviación del barranco de la antigua calle de la Rúa, por considerarle la obra magna de Calatayud, que libraría a nuestra ciudad para siempre de las pérdidas enormes que periódicamente sufre, y de lo que es peor todavía, de una amenaza constante de que llegue un día en que lo que hasta ahora tuvo relativa gravedad, se convierta en una catástrofe inmensa de resultados irremediables. Siendo tan vieja mi preocupación por el problema bilbilitano, calcule Vd. cuánto se habrá intensificado esa preocupación desde que resido en Madrid, sobre todo desde que ostento la representación en Cortes de ese distrito.
Sin embargo, nunca hablé a Vds. del asunto. Lo tuve -a no ocurrir alguna cosa extraordinaria- por irrealizable o poco menos, y todos mis intentos en Obras Públicas se estrellaron, ante la imposibilidad de que legalmente pudiera hacerse por el Tesoro, una obra que corresponde al municipio, y singularmente teniendo en cuenta su gran importancia.
Opté pues por acariciar en silencio esas ilusiones y procuré no despertar en nadie, ante el temor de que más tarde quedasen defraudadas. Hoy empero abrigo una leve esperanza, y digo leve porque no quiero precipitar los acontecimientos y porque continúan vivas enormes dificultades para la realización de la obra.
Un suceso desgraciado frecuente en nuestro país, ha servido de coyuntura para que naciese en mí idea de la realización. Me refiero a las últimas inundaciones, que motivaron mi petición de que un delegado del ministro de Fomento girase una visita de carácter facultativo a este término municipal.
Como Vd. sabe, buscando la raíz del mal, preferentemente a su alivio, hicimos fijar la atención a dicho delegado en la necesidad de la desviación del barranco de la Rúa. Aquel técnico reconoció la razón de nuestras peticiones y ofreció no olvidarla en el dictamen que diese, después de recorrer las zonas inundadas de la provincia.
En cuanto dicho funcionario, Sr. Díez, regresó a Madrid, empecé una cotidiana labor en el Ministerio de Fomento, con el propósito de que la suspirada obra bilbilitana figurase en la propuesta del Ministerio de Fomento, y éste y el director general de Obras Públicas la acogieren favorablemente.
Mi proyectado veraneo -que por cierto me es harto necesario para restablecer mi salud- lo demoré y lo demoraré cuanto sea preciso para continuar mis gestiones.
Previos estos antecedentes, y he aquí el principal objeto de ésta, ruego a Vd. que si lo estima conveniente, reúna al Ayuntamiento y fuerzas vivas de esa población y enterándoles de cuanto manifiesto, les haga saber que se vislumbra como realidad lo que al través de los años se consideró una utopía; y que ello me hace preciso conocer el criterio de la población para el curso de mis gestiones, en lo que respecta a la ayuda que pudiera necesitar.
De acometerse la empresa y si llego a conseguir que se incluya en obras a realizar por el Ayuntamiento, con la ayuda del Estado (medio viable si tropezamos con la imposibilidad de otro que pudiera tener probabilidades de éxito), sería necesario que el municipio contribuyera con el 25% del coste. Bien es verdad que ese 25%, como Vd. sabe, se puede aportar en terrenos cedidos de la propiedad del común y en efectivo, a pagar en 25 años, incluyendo la cantidad en el reparto de la contribución y que en tan largo número de años correspondería a muy pequeñas anualidades.
Si esta carta fuera una consulta, con ella parecíame ofender los patrióticos sentimientos de mis paisanos. ¿Cómo sospechar siquiera, que si fuese indispensable sacrificio tan baladí en comparación del enorme beneficio a conseguir, pueda haber un solo bilbilitano que pusiera el reparo más pequeño?
No es pues una consulta; es más bien el cumplimiento del deber de informar a todos del estado de mi gestión, y de tener yo elementos de juicio con relación a la colaboración de Calatayud con el Estado, para el caso que fuese preciso.
Con lo dicho creo haber expuesto lo suficiente para justificar la propuesta que contiene esta carta y, como es un momento muy interesante para la vida local, le autorizo para que dé a estas líneas toda la publicidad que estime necesario, rogándole que, si la reunión que propongo se celebra, sea muy pronto porque el tiempo apremia y, como queda dicho, necesito conocer la opinión de Vds.
Pero, sabiendo la impresionabilidad de nuestro carácter, importa afirmar que mi propuesta no quiere decir que el anhelo de Calatayud, como ya creo suponen algunos, sea cosa resuelta y definitiva.
Problema muy difícil, que en tantos años ni siquiera se intentó acometer con caracteres de viabilidad, ya es mucho que me permita abrigar esperanzas de realización; pero no hablemos más que de esperanzas. Ojalá llegara a ser realidad porque ellas, sobre hacer el bien de esa ciudad, me reportaría la mayor satisfacción de mi vida.
Lo que puedo asegurar es que no faltará toda mi buena voluntad y el inalterable estímulo de mi amor a Calatayud.
Le saluda afectuosamente, Darío Pérez".
Una vez leída la carta, el presidente señaló que había citado a una reunión al ayuntamiento y a las fuerzas vivas de la ciudad, tomándose estos acuerdos por unanimidad:
-La ciudad aceptaba en todas sus partes el contenido de la carta.
-Se dieran las gracias a Darío Pérez por sus trabajos, celo e interés desinteresado a favor de Calatayud, otorgándole un amplio voto de confianza y otro al alcalde para que, en representación del ayuntamiento, continuaran su labor encaminada a la consecución de tan anhelada mejora, para que el Estado llevara a cabo esta obra y, si no fuera posible, se hiciera con la ayuda del ayuntamiento.
-Se telegrafiara a Darío Pérez, dándole cuenta de estos acuerdos.
Documentos consultados
Archivo Municipal de Calatayud, Libro de acuerdos del Ayuntamiento Constitucional de Calatayud, 1861, Sig. 114.
AMC, Libro de acuerdos del Ayuntamiento Constitucional de Calatayud, 1862, Sig. 115.
AMC, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1883, Sig. 136.
AMC, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1884, Sig. 137.
AMC, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1889, Sig. 141.
AMC, Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1890, Sig. 142-2.
AMC, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1902, Sig. 145-5.
AMC, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1920, Sig. 160.
AMC, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1923, Sig. 162-0.
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