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Ford en el Pilar

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El escritor británico, dibujante y hombre de amplia cultura Richard Ford (1796-1858), pasó a residir en España en 1831, para cuidar de la salud de su mujer. Instalado en Sevilla y en la Alhambra, recorrió a caballo buena parte de España. El Manual para viajeros por el reino de Aragón será una nueva entrega de la edición completo de Manual para viajeros por España y lectores de casa, Londres, 1845. Ford también escribió Cosas de España, 1846, y Las corridas de toros, 1852.

Esta vez vamos a acompañar a Ford por aquella Zaragoza medio arruinada a causa de los Sitios. Ford nos invitaba a comenzar el viaje ante el puente de piedra sobre el Ebro, desde donde se divisaban las dos catedrales de Zaragoza. "La una es una iglesia antigua y severa, elevada en honor del Salvador. La otra, un templo moderno y teatral", el Pilar, cuyas "cúpulas arracimadas del exterior, cubiertas de azulejos verdes, amarillos y blancos que relucen al sol, tienen un aspecto arlequinesco oriental". A Ford no le gustó el azul de las columnas del templo, ni los frescos de Bayeu y Goya, a los que tachó de mediocres. Ford elogia el altar mayor que Damián Forment trabajó en alabastro de Escatrón, aunque "el detestable colorido nuevo de parte de la catedral hace que esta noble obra antigua parezca algo oscura y ruin". Ford afirmaba que Zaragoza era la ciudad de peregrinación de Aragón. Y explicaba que cuando los musulmanes cordobeses rompieron su lealtad con Oriente, y resultó inviable su peregrinación a la Meca, buscaron su sustituto en la meca de la mezquita. Los castellanos adoptaron a Santiago "para el papel de su Hércules" y los aragoneses "escogieron a la Virgen para el de su Astarté". En la capilla del Pilar, Ford halló los medallones de alabastro de José Ramírez cubiertos de polvo, salvo la mano de Santiago, "limpia por los devotos besos". El recinto de la Virgen estaba protegido por una baranda, al que tenían prohibido el acceso las mujeres. La pequeña imagen de la Virgen, según Ford, era "tosca y de segunda categoría". El 12 de octubre, día de su fiesta, Zaragoza recibía la visita de hasta cincuenta mil personas, que visitaban, como no, el Pilar. "¡Qué murmullo y qué ruido en la iglesia, qué cúmulos de voces, qué olor a ajo! Y, sin embargo, todos ellos confían que sus pequeños deseos y esperanzas serán concedidos gracias a su intervención. De esta manera, el Vaticano, facilitando una ayuda milagrosa para las más corrientes necesidades, se ha ganado a la masa, ya que les ofrece un sistema basado en la comprensión de las más humildes necesidades y dolencias. Este credo, descendiendo así hasta la humanidad, se vuelve aceptable y consolador para la muchedumbre, cuya fe en él es el sacrificio de los tontos".

Ford consideraba que la copla a la Virgen que señalaba que no quería ser francesa, resultaba irreverente. Sin embargo en España servía de "emoción religiosa", pues hacía las veces del aguardiente y de las raciones dobles de rancho de los protestantes, que eran más fríos. Ford escribía que el culto a la Virgen disputaba "su supremacía al del tabaco y el dinero". Incontables eran los mendigos, cojos, ciegos y tullidos que pedían la voluntad a las puertas del templo. Cita al cardenal Retz, quien cuenta en sus Memorias que vio en persona en 1649 a un hombre que había perdido una pierna y a quien le volvió a crecer con sólo frotarse con el aceite de las lámparas de la Virgen del Pilar. Era Miguel Pellicer, el cojo de Calanda.

"Los piadosos franceses", como los llama con ironía Ford, se habían llevado la mayor parte de los candelabros de plata del templo, entonces repuestos por los devotos. El viajero vio exvotos de piernas, ojos, narices y brazos curados por la Virgen en plata, lo que "pone a los sacerdotes muy contentos", aunque la cera era el material más usado por resultar más barata. Allí se vendían "toscos grabados" de la venida de la Virgen, pues colgados sobre la cama, "atraen a Morfeo y expulsan a Satanás y las pesadillas". En el Sagrario del Pilar se guardaba el "espléndido" guardarropa de la imagen, "más digno de una Venus que de aquella que fue tan mansa, pura y humilde". El oro y las joyas habían sido saqueados por los invasores franceses, porque "ninguna virgen se opuso a ello". Mellado, en su libro de 1843, calculaba el "obsequio" del Capítulo al mariscal Lannes en 129.411 dólares. A la salida del templo se podía visitar la Platería, donde comprar allí "honradamente" una Virgen de plata.

Ford escribe: "El culto a Isis, Astarté, Salambó y Diana, invento sexual oriental, fue injertado en la tierra ibérica por sus colonizadores fenicios, y se adapta mejor a las latitudes del sur que a las norteñas. Y de aquí que el marianismo sea la religión de la mayor parte de los españoles; y a pesar de que algunos de las clases altas no creen lo que los papas tienen por el evangelio, aquí ciertamente, el honor y la veneración debidos solamente al Creador se transfieren a la criatura".


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