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No quedan espejismos en el Sahara
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España,
vente a la cárcel negra de El Aaiún,
llevo treinta años pronunciando tu nombre,
España, tu nombre en vano.
Lo grito cuando me torturan los charcuteros,
los vejadores del simún,
lo escupo cuando aspiro al milagro de vivir
y me acaricio para sobrevivir.
Observa mis heridas del color de las rejas
de esta execrable cárcel de dioses abandonados.
Somos doscientos saharauis
hacinados como lápidas, como bestias sin voz,
y unos 200.000 en medio de la nada
de la hamada hostil.
La nada son 5 bajo cero de noche
y 45 grados bajo el sol del olvido
del campo de refugiados.
Vente a la cárcel negra donde Aminetu escribe:
Estoy tan segura de vosotros como lo estoy del mar
que me espera a 25 kilómetros, tan segura de que esos niños
volverán a su tierra liberada…
Lo gritan nuestros niños cuando se lanzan al sol
y caen en tus piscinas de Madrid, Euskadi…
Esos delfines buscan respuestas en tu secreto hipócrita
y regresan a casa con tu nombre en los labios.
España no te laves las manos otra vez,
no te daré mi melfa para secarte.
No me abandones a mi suerte de fósforo y napalm.
Tienes una herida sobre el Trópico de Cáncer,
supura por el norte, con el río Draá,
supura por el este en las montañas del Zemmur,
por el valle del Tiris los dátiles, los oasis supuran,
supura el manantial de las dunas del Azefal
y llega por el oeste la hemorragia al Atlántico.
España, no pidas calma
a los hombres azules con el tiempo en las manos
y el corazón de arena. No pidas silencio
a los presos políticos, los desaparecidos,
ni paciencia a este pueblo ocupado, expoliado
que lleva un siglo soñando contra el sol
sometido a banderas y demonios ajenos.
No quedan espejismos en el Sahara,
también aquí volaron el arco iris
con hermosas palabras y bombas de racimo.
Ángel Petisme, Demolición del Arco Iris (Baile del Sol, 2008).
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