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Cofradías de Inogés
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FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Sobre un mogote con la cumbre arrasada, donde se alzó un santuario celtibérico, se levanta la parroquial de San Miguel Arcángel de Inogés, un modesto templo de una nave del siglo XVI. El retablo mayor con San Miguel, San Vicente Ferrer, San Cristóbal y una Inmaculada en el ático es del siglo XVIII. En 1819 doró este retablo el pintor dorador Vicente Gutiérrez, siendo vicario mosén Antonio Asensio y Blasco, cobrando 120 reales, y con el frontal que se olvidó, ascendió todo a 145 reales. En la parroquial de Inogés se guardan algunos libros referidos a las cofradías del lugar. El Libro de la Cofradía de San Miguel data de 1769. En él se apunta que el 30 de septiembre de 1795 se obligó a Joaquín Belilla, músico de Morata de Jalón, a tañer en todas las fiestas del año, con la condición de entrar como hermano en la cofradía, pagándole por cada una de las fiestas 6 pesetas. Entre los gastos anuales de la cofradía se incluían la comida del predicador, los dos sermones, el músico y la misa. Antonio Ximeno y Pablo, oriundo de Sediles y vicario general, apuntaba en su visita pastoral del 25 de enero de 1796, que en las elecciones y cuentas de esta cofradía se comía y bebía abundantemente, siendo la ruina de las familias pobres. Por ello prohibía tales excesos, aún a expensas de los interesados, haciéndolo extensible a todas las cofradías del pueblo, bajo pena de 50 ducados. En el libro de la Cofradía de Nuestra Señora de Jerusalén se informa que esta cofradía fue fundada en 1775. En este mismo año hay apuntados 37 cofrades. En 1777 se nombró prior a Cristóbal Ratia, mayordomos a Manuel Asensio, mayor, y a Pedro Martínez, y llamador a Miguel Blasco. Al prior se le entregaron 15 reales para que comprara tres varas y una virgen de plata de un coto de alta. Otro libro tiene por título: Cabreo del Santuario de Nuestra Señora de Jerusalén, hecho el 8 de marzo de 1734, siendo Administrador de la casa de Nuestra Señora de Jerusalén el Licenciado Juan Antonio Longares, abad de Oñatte. En él se enumeraban todos los bienes propios del santuario. Sabemos que en 1771 murió Juan Martínez, soltero de 78 años y ermitaño de Nuestra Señora de Jerusalén. Donó todos los bienes a la ermita, siendo enterrado en ella. En 1820 murió Javier Hernández, santero de 65 años y marido de Josefa Cebamanos. No hizo testamento porque era pobre de solemnidad.
La Hermandad de San Roque fue fundada en la parroquial de Inogés el 16 de agosto de 1834. Esta Hermandad se regía por nueve artículos que firmaba mosén Claudio Gil. Suprimido el cargo de prior del Santo Sepulcro de Calatayud, rigió esta parroquia bilbilitana Vicente Calvo, de 1851 a 1854, y Claudio Gil de 1851 a 1871, fecha en que pasó a ser regente de la parroquia del Sepulcro de Calatayud Vicente Calvo.
La Hermandad celebraba el día de San Roque con completas y misa con sermón, tocando para la fiesta un gaitero. El prior debía buscar al predicador para la fiesta y mantenerlo. El primer mayordomo buscaría al gaitero y su mantenimiento correría a cargo de los cinco mayordomos de la cofradía. El prior y los cinco mayordomos pagarían a partes iguales los gastos ocasionados por el predicador, el gaitero y la cera, que además alumbraría a San Roque todos los días festivos del año. Todos los hermanos tenían la obligación de acudir a las celebraciones. El prior y los mayordomos que no buscaran gaitero para la fiesta, debían pagar 60 reales a la Hermandad.
En la visita pastoral efectuada a Inogés por el arcipreste de Tarazona José Munarriz en 1755, se pedía que al tiempo de celebrarse los oficios no hubiera juego alguno, ni se trabajase sin licencia. Las mujeres no debían sentarse en las tarimas de los altares y los hombres tampoco podían descansar en ellos, ni colocar allí la ropa ni los sombreros. Nadie podía entrar a la iglesia con gorro o red y bajo pena de 10 reales prohibía a las mujeres ir a la procesión de la sierra. Debe referirse a la romería de Santa Brígida, que tiene una ermita en la sierra de Vicor, junto a una nevera. El vicario general José Mancho en 1766 constataba que algunas mujeres salían a contraer matrimonio fuera del pueblo. Y para evitar murmuraciones pedía que no lo hicieran sin licencia. En la ya aludida visita del vicario general Antonio Ximeno y Pablo en 1796, se decía también que los feligreses no guardaban como debían las fiestas religiosas, pues trabajaban en estos días sin necesidad y sin licencia. A todos ellos el vicario general les imponía una multa de 1 peseta. Igual pena asignaba a los que se desbocaran en palabras sucias y a los que jugaran a la pelota o a las cartas en la taberna, mientras se estuvieran celebrando los oficios, aplicándose lo recaudado a la luminaria del Santísimo. A los novios les pedía que evitaran todo trato personal y que no entraran a las casas de sus prometidos o prometidas, bajo pena de 5 escudos. Al vicario le daba facultad para que velase sobre este particular.
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