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El Tribuno y los baños de Paracuellos
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FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | En El Tribuno, diario democrático de la mañana, cuyo propietario era Calixto Ariño, periodista, político y fundador del Diario de Avisos de Zaragoza (1870-1937), Manuel Regidor su director y su imprenta estaba a cargo de Heliodoro Pérez, en la Plaza del Rey de Madrid, aparece reiteradamente un anuncio de los Baños Nuevos de Paracuellos de Jiloca, que eran propiedad de Jaime Cortadellas. El dueño decía contar con un sólo manantial de 30.000 litros de agua sulfurosa salina por hora. El balneario "puesto con el gusto y elegancia que requiere todo lo moderno, reúne toda clase de comodidades, gabinetes hidroterápicos, magníficas pilas de mármol, salón de baile, gabinete de lectura, mesas de billar, buenos y caprichosos paseos, capilla para celebrar, y cuanto pueda desear el bañista". Y añadía que la Dirección General de Sanidad y Beneficencia había expedido una disposición en la que se prohibía a Felipe García Serrano el uso de "único en la roca", al referirse a su balneario de Paracuellos. Un reciente acuerdo del real Consejo de Sanidad, reconocía la utilidad pública del manantial de Cortadellas, situado también en la roca y más abundante que el de García Serrano. Felipe García Serrano había comenzado a edificar al lado de la roca del manantial hacia 1848. Dos años más tarde el agua se declara de utilidad pública y en 1869 el empresario ya dispone de 48 habitaciones. Pero en 1875 la familia Cortadellas alumbra un nuevo manantial, que al año siguiente es declarado de utilidad pública, lo que lleva a los dos propietarios a un pleito.
El diario El Tribuno, que se editaba salvo los lunes, era órgano de la llamada Unión Democrática, junto con La Nueva Prensa, La Democracia, La Discusión y El Liberal. Los ejemplares conservados en la Hemeroteca Nacional de Madrid van del 19 de mayo al 31 de diciembre de 1879. Corta vida en la que sufrió dos suspensiones y tres condenas por el tribunal de imprenta. El diario tenía una larga lista de colaboradores, o más bien de adeptos: Azcárate, José Fernando González, Fernández de los Ríos, Figueras, Isábal, Labra, Salmerón, Dulong, Escosura, Piernas Hurtado y Sancho y Gil.
El 29 de julio escribía Argüelles y Piedra en sus páginas, que para que hubiera unión era preciso que las partes fueran homogéneas, cosa que no ocurría entre el partido federal, el posibilista y el progresista-democrático. A pesar de esto sus componentes sí eran demócratas, por tanto podían unirse como tales. El articulista remataba: "Necesitamos la unión de los demócratas y no la coaligación de los partidos democráticos". El 27 de agosto se publicaba una carta del corresponsal de Huesca, con fecha de 18, dando noticia de la Unión Democrática en Huesca. Se dolía de las disputas entre los periódicos de una "misma comunión". Y añadía: "Nuestro deber en las circunstancias actuales, consiste en agruparnos, constituyendo la Unión Democrática, y contribuyendo a la acción común de todos los demócratas sin distinción de procedencias ni ideales; y mientras no nos penetremos bien de esta verdad, de ninguna manera podremos prometernos el resultado que para bien de la patria apetecemos".
El 13 de abril de 1879 se había celebrado una sesión en el teatro Pignatelli de Zaragoza, de la que había nacido la Unión Democrática. Escosura, que presidía la mesa, había afirmado que todos los presentes eran "ramas de un mismo tronco, hijos de una misma madre, soldados de los mismos principios fundamentales". Por tanto todos los presentes proponían la unión de todas las fracciones democráticas, manteniendo cada una sus principios.
El Tribuno era un tantico anticlerical. El 11 de julio se daba cuenta de que el obispo de Tarragona había repartido limosna. Y exclamaba: "¡Oh! Si los obispos no tuvieran palacios...". Pero en aquella ocasión una niña había muerto ahogada entre la muchedumbre. Y el redactor sentenciaba: "Hasta en eso ha sido feliz esa niña ¡Morir en un palacio!". El 17 de julio se informaba que el obispo de Valladolid había prohibido la lectura del Compendio de Historia Universal, de Juan Ortega y Rubio, tres tomos que se ofertaban a dos duros. El Tribuno catalogaba al autor de ilustrado, docto e imparcial, sin embargo los colegas de La Fe, que el redactor de El Tribuno llamaba Mala Fe, pedían que Ortega fuera separado de su cátedra en Valladolid. El redactor pensaba, quizá con razón, que con los libros que compraran los aficionados a leer todo lo prohibido, que debían ser muchos, y los libros que compraran los arzobispos para destruirlos, "malo ha de ser que no saque más de lo que pudiera la cátedra producirle". El 3 de septiembre se recogía que el obispo de Palencia deseaba que se tuviera con el clero las mismas consideraciones que con las tropas de mar y tierra. "¡Verdaderamente! ¿No son unos y otros gentes de armas tomar?", se preguntaba El Tribuno.
El día 3 de julio se publicaba que en Barbastro se había cogido una liebre con dos cabezas y cinco patas, que había sido enviada a Madrid para su examen. El redactor del diario exclamaba: "¡Si pudieran hacerse hombres así!". Y además, democráticos.
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