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Carlos II El Hechizado en Daroca

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Carlos II con su comitiva salió de Madrid el 21 de abril de 1677 rumbo a Zaragoza, para efectuar la tradicional jura de los Fueros aragoneses. De esta forma cumplía con su promesa verbal hecha a los diputados del reino de Aragón, Jaime de Palafox y Cardona y José Aragón y Moncayo, marqués de Coscujuela, refrendada más tarde por escrito del 30 de septiembre de 1676. Francisco Fabro Bremundáns, nacido en Besançon, condado de Borgoña, en 1621, fue cronista oficial de este viaje, cuyas incidencias publicó en Madrid en 1680.

La comitiva real llegó a la raya de Castilla y Aragón el 26 de abril, siguiendo la ruta de Used, Daroca, Mainar, Cariñena y Muel, entrando el primero de mayo en Zaragoza. Las dos leguas que distaba Daroca de Used, las recorrió la comitiva por una carretera bien acondicionada por la Comunidad, aunque bastante sinuosa. Se salió de Used a las dos de la tarde, llegando a la Puerta Baja de Daroca sin ningún percance, donde aguardaba el Justicia Gerónimo Marco, con el Consejo, con mazas y ministros. Pensando que el rey haría la entrada a la ciudad a caballo, se tenía preparado un palio brocado, que llevarían los más nobles ciudadanos de Daroca, pero el rey no bajó de la carroza. Se apeó en las casas de Benito Villanueva, primogénito de Gerónimo de Villanueva, marqués de Villalba y Protonotario de Aragón, casas que había levantado el que fuera arzobispo de Zaragoza Martín Ferrer de Valencia. Aquella misma noche se corrieron dos toros encohetados, quemándose fuegos por las calles. Al día siguiente, Pedro Pérez Lop, jurado y regidor de la ciudad, ofreció al rey un presente de dulces y viandas. Después llegó el arcipreste de Santa María, diputado prelado del reino, acompañado de la nobleza y de algunas autoridades de la ciudad. Aquella misma mañana del día 27 de abril, el rey adoró los Santos Corporales, mandando hacer una copiosa limosna para adelantar la fábrica. Por la tarde se corrieron cuatro toros de ronda antes del anochecer, que el rey vio desde su palacio. Y a las siete de la mañana del día siguiente, la comitiva marchó de Daroca.

Baldomero Mediano y Ruiz (Paracuellos de la Ribera, 1847-1893), escribió el prólogo del Tomo IV de la Sección histórico-doctrinal de la Biblioteca de Autores Aragoneses, que corresponde a la Historia de las guerras civiles de España (de 1700 a 1708), de Agustín López de Mondoza y Pons, conde de Robres, que fue editada por la Diputación de Zaragoza en 1882. En él, Mediano tachaba a Carlos II El Hechizado de "rey degenerado e imbécil", que murió sin descendencia el 1 de noviembre de 1700, entre las imágenes de las Vírgenes de la Almudena, de la Soledad y de Atocha, y las reliquias de San Isidro y San Diego de Alcalá. En la agonía le cubrieron la cabeza con palomas que acababan de morir y le aplicaron entrañas de cordero aún palpitantes sobre el vidrioso abdomen. Se cuenta que el duque de Abrantes salió al dintel y dirigiéndose al embajador de Austria le dijo: "Tengo el placer, mi buen amigo, y la satisfacción más verdadera en despedirme para siempre de la ilustre casa de Austria". Mediano escribe con ironía que "toda catástrofe o convulsión política en España tiene, por lo común, un prólogo cómico".

John Nada escribe en su libro de 1958 Carlos II El Hechizado, que el rey había nacido en día de luna llena, bajo el signo de Escorpio en conjunción con Mercurio, cuando el primer minuto de Acuario se encaramaba al horizonte, mamando la leche de catorce nodrizas distintas, más las dieciséis de repuesto a las que se recurría si era menester.

Antes de enamorarse del retrato de la princesa María Luisa de Orleans, sobrina del rey Luis XIV de Francia, Carlos II no toleraba que ninguna mujer se acercara a él, pues según le confesó a su madre: "Huelen a lana mojada las mujeres de la corte de Castilla". Se cuenta que una vez casados, Carlos II, que se las daba de rijoso, prohibía a la reina calzar bragas. Pues bien, ocurrió un buen día que la de Orleans quedó enganchada por un pie al estribo de su caballo desbocado. Dos caballeros acudieron a socorrerla, pero como la visión de los muslos reales llevaba aparejada la pena capital, tuvieron que huir de inmediato, mientras el Consejo del Reino deliberaba. El rey, presionado por aquellos individuos del Consejo, indultó a los caballeros, pero condenó al caballo a la horca, levantándose un patíbulo en los jardines de palacio, donde se cumplió la condena.

Un buen día un fabricante de medias de Zamora, envió a la reina una caja con trescientos pares de seda, pero la duquesa de Terranova se negó a recibirlas, contestando airadamente: "¡La reina de España no tiene piernas!". Esta anécdota la cuenta Ramón J. Sender en su deliciosa novela Carolux Rex y Sánchez Dragó en el prologuillo a su Historia mágica de España, pero con cambio de papeles. El mercero era de Béjar y doña Mariana, madre del rey, la ofendida. A cada cual, lo suyo.

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