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La soprano que lo dejó todo por amor
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Matilde Pinilla |
MARIANO GARCÍA | Aragón es tierra de grandes genios pero, también, de estrellas fugaces. Una de ellas fue Matilde Pinilla, que llegó a triunfar en el Real y en el Liceo, pero que vio cortada bruscamente su carrera. En 1928, cuando se publicó esta entrevista de Emilio Colás, se decía que por amor, aunque en aquella época se metían en el mismo saco amor, desamor y desengaño:
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"Lo que vamos a contarte, lector, no es una ficción. Es un sucedido que viene a demostrar una vez más la fuerza indomable de nuestra raza. De esta raza de gigantes y cabezudos que se propone seguir un camino y por muy invencibles obstáculos que se presenten, llega al final luchando con tenacidad digna de todas las suertes. Hasta que un día…
Pero mejor que divagar alrededor de la figura objeto de nuestra historia, ¿por qué no descubrir a ella misma?
Esta tiple aragonesa, que cuando apenas comenzaba a saborear las mieles del éxito y de la gloria, vió truncadas en flor sus ilusiones de artista, es la señorita Matilde Pinilla, perteneciente a una distinguida familia de Calatayud. Matilde Pinilla, contra toda opinión familiar, quiso ser tiple de ópera y lo fue. Ni los halagos de una posición envidiable, ni los tranquilos encantos de un hogar feliz, fueron suficientes a domeñar las inclinaciones de la señorita, con todo mimo y cuidado atendida por los suyos. Matilde Pinilla logró al fin vencer la resistencia de sus familiares y marchó a Madrid, donde estudió el canto con Tamayo y Simonetti, los viejos y competentes profesores. No era un capricho de niña bien el que había guiado a la novel artista bilbilitana, era por el contrario una realidad, que hubiera sido imperdonable malograr por equivocaciones y prejuicios de poca monta.
La aficionada podía y debía muy bien aspirar a vivir del arte, y lo señalado en ese difícil y vasto campo del género lírico. Todos cuantos entendidos la oyeron, así lo vaticinaban. En la comarca bilbilitana, los progresos de la señorita que se había dedicado a tiple eran seguidos con verdadera devoción y entusiasmo. Se la empezaba a denominar por algunos, la futura 'Barrientos' aragonesa.
Matilde Pinilla comenzó al fin la vida artística que con tanta ilusión se había trazado y puede decirse que de sus primeros pasos a los últimos, no encontró en su camino más que flores. Cantó en el teatro Liceo, de Barcelona, y su triunfo fue rotundo, completo. Estuvo en Zaragoza y se presentó ante nuestro público en el teatro Principal, en compañía de una figura tan prestigiosa como la del divo Lauri Volpi. El papel de la tiple se cotizó en aquella ocasión tan alto como el del tenor. Y vino el momento deseado y temido. El de someterse a la sanción definitiva. El de hacer su aparición en el primer coliseo lírico de España, en el teatro Real. Pero antes, se le presentó una ocasión favorable para ir consolidando su fama. Una tournée por América. ¡Y aquella tournée fue el broche sentimental que segó en flor la carrera artística de la tiple aragonesa.
Fue cuando regresaba cargada de lauros y aclamaciones la bella artista de su excursión por tierras americanas. Venía aureolada por un prestigio que le aseguraba, al presentarse en el teatro Real, la consagración definitiva. Y una tarde, cuando la ideal 'Rosina', asomada a la borda del barco, tejía el tapiz de sus ilusiones, surgió el "Conde de Almaviva". Claro es que no se trataba del personaje inmortalizado por Rossini, sino de un caballero chileno que realizaba un viaje de recreo por Europa. Joven, guapo y con la cartera bien repleta de talonarios de cheques. Lo que suele decirse, todo un gran partido. El caballero enhebró la aguja de la conversación, con la bella viajera. El amor tendió esta vez sus redes sobre la cubierta de un trasatlántico. Y cuando el barco llegó a España, la artista aragonesa y el americano eran ya novios.
La noticia cayó como una bomba en Calatayud, la patria chica de Matilde Pinilla. Hasta la ciudad aragonesa llegó, tras la tiple, su adorador. Y las relaciones entre ambos se formalizaron. La escena española había perdido una figura; pero el amor había ganado una batalla. Y de repente…
Tanto como intrigó la noticia de los amores de Matilde Pinilla, volvió a intrigar pocos meses después la ruptura de un idilio tan felizmente comenzado. ¿Qué había pasado?… No pertenece esta intimidad al dominio de las cuartillas. Ello fue que aquel amor que había conseguido hacer renunciar a la artista a sus sueños de gloria, se derrumbó de pronto, como un castillo de naipes levantado para juego de manos infantiles. Los admiradores de la tiple, que en Calatayud lo son todos, aun lamentando la causa, celebraban que
ello sirviese para que Matilde Pinilla pudiera volver nuevamente a la escena, lugar donde le esperaba el más grande y puro de los amores: el de la gloria.
Todos lo creían así. Los mismos familiares de la artista, eran acaso los más convencidos. Y sin embargo…
Cuando todo Calatayud esperaba y confiaba en la resurrección de la artista aragonesa, he aquí que Matilde Pinilla se encierra en un mutismo desolador, se concentra en sí misma y quiere como huir del mundo, como huir de la tierra, para buscar un camino alto, lleno de sublimidades y renunciamientos. El del amor a Cristo. Durante mucho tiempo, las gentes de Calatayud vieron uno y otro día cómo Matilde Pinilla refugiaba su pena, su amargura o su desengaño en las naves de las iglesias. Y allí, cara a cara a la divinidad, más parecía que la artista buscaba la senda que conduce al claustro que otra cosa.
Era ya del dominio público la noticia.
-Matilde Pinilla se mete monja -decíanse unos a otros, con el mayor de los asombros.
Y así lo parecía.
Más de una comadre sentenció al verla, tan guapa y tan gentil, y sin embargo, queriendo pasar desapercibida al cruzar el atrio de la Colegiata o de cualquier templo escondido:
-¡Probecica!… ¡Lastima de moza!… ¡Talmente paice que se come a los Santos!
Una grata nueva
Y así ha ido desfilando la procesión de los días, hasta que en uno de estos últimos, en plenas fiestas, alguien nos dió la noticia.
-¿Se acuerda usted? -nos dijeron-. ¿Matilde Pinilla?… ¿Aquella tiple aragonesa que dejó la escena por el amor y luego cambió su amor humano por el divino?. Pues está en Zaragoza. Y ahora sí que va de veras.
-¿Qué?… ¿Profesa al fin en algún convento?
-¡Quite usted de allí! Ahora es cuando vuelve a la escena, al teatro, que es de donde no debió salir nunca, para orgullo de Aragón y honra de Calatayud.
No era cosa de desperdiciar la noticia. Y averiguamos dónde tenía su residencia la bella tiple bilbilitana.
Una doncellita muy peripuesta se encargó de anunciarnos.
-Pasen ustedes por aquí. La señorita saldrá en seguida.
Tras los visillos se adivinaba una multitud que llenaba la calle de Alfonso con sus conversaciones. Era la hora del paseo. De ese paseo tan provinciano, por las aceras de la céntrica vía y que parece que llena por completo la vida de las gentes desocupadas en Zaragoza. De pronto, se deslizó por el piso alfombrado una arrogante aparición. Ante nosotros surgía la bellísima figura enlutada de Matilde Pinilla. Pero una Matilde Pinilla como la que nosotros conocimos hace pocos años, cautivando al público desde el escenario del Principal.
-¡Vamos a cometer una indiscreción -la decimos- y querernos antes contar con su aquiescencia.
-Encantada -sonríe la artista-. Yo, ante todo y sobre todo, mi tierra. A ella me debo y en ella quiero vivir. Puede usted preguntar cuanto se le antoje.
-¿Es cierto que vuelve usted al teatro? -interrogamos-.
Matilde queda un momento perpleja, sin saber qué decirnos; se vé que la sorprende hayamos descubierto su secreto.
-Así quiero que sea -exclama-. No tengo otra ni mayor ilusión. Pero, ¿cómo ha sabido usted?…
Y nuestra charla se hizo confidencial. Del mundillo de los recuerdos, fue saliendo la historia que hemos transcrito a los lectores. Una historia verídica, real, que va a tener el colofón preciso.
-Sólo me falta ahora -nos dice la artista- vencer la resistencia de mi familia. Mi padre, sobre todo, se opone a que vuelva a cantar.
-¡Oh! Pero eso no puede ser, no debe ser! -le decimos-.
-Así lo creo yo -dice con toda sinceridad, ella-.
-Es necesario vencer esa resistencia paterna. Usted tiene en el arte un porvenir brillantísimo y no debe tirarlo así como así por la ventana.
-Yo confío sólo en una cosa.. -se aventura a explicar. Y jugando con una medallita que cuelga de su garganta privilegiada, sentencia- ¡en la Virgen, en mi Virgen del Pilar!.. Todos los días se lo pido con verdadera fe. Y al fin y al cabo, Ella que todo lo puede…
-Ella que todo lo puede -terminamos la frase nosotros- hará el milagro de que reverdezcan en el jardín de su vida aquellos laureles que con tantos merecimientos supo conquistar la bella tiple aragonesa…"
No he encontrado apenas referencias a Matilde Pinilla posteriores a esta fecha, por lo que deduzco que, finalmente, no retomó su carrera. En fin, si alguien puede aportarnos algún dato…
Heraldo de Aragón (Tinta de Hemeroteca, 9-5-2011)
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