ANTONIO UTRERA | A finales de noviembre emprendíamos lo que iba a ser el último viaje recorriendo la ruta cidiana de 2018. Nuestra misión ya la conocen los lectores: dar a conocer los sellos personalizados que Correos ha emitido para cada uno de los pueblos del tramo aragonés, recoger en el salvoconducto las estampaciones que distinguen a alguno de estos pueblos y recorrerlos para conocer todo lo que de destacado que atesoran.
A estas alturas del año en un terreno famoso por lo extremo de sus temperaturas, conviene llevar la calefacción del coche encendida y una buena prenda de abrigo.
Retomamos el Camino en una localidad a la que ya hemos recalado en unas cuantas ocasiones: Calamocha. Han sido ya tantas que casi nos tienen en ella como 'de la familia'. En su oficina de Correos, nuestra primera visita, su jefa de Cartería, Margarita, a la que ya he nombrado en alguna otra ocasión, se permite 'enfadarse' con nosotros porque hemos llegado en el momento en que el personal está recogiendo las cartas y los paquetes que ha de llevarse a cada uno de los pueblos de su ruta diaria, y nos 'castiga' sentados en una silla hasta que hayan terminado. Aprovechamos para hacer unas cuantas bromas con el hecho de que solo hay un cartero, el resto son mujeres, y 'tomarle un poco el pelo'.
Con la oficina ya despejada nos movemos por ella como 'Pedro por su casa'. Sabemos dónde guardan los diferentes cuños, nosotros mismos nos completamos con el matasellos correspondiente los sobres que llevamos preparados y nuestra amiga nos tiene preparada una relación con todos los pueblos de la provincia de Teruel con indicación de la ubicación de la oficina de la que depende cada uno. Nos ahorraremos el tiempo que nos lleva el tener que buscarlas.
El viaje, esta vez, comenzará en Caminreal -antes entraremos en Fuentesclaras-, para desde allí seguir por la nacional a Torrijo del Campo y Monreal del Campo. Hechas las correspondientes gestiones: matasellado y recogida de la marca en los respectivos ayuntamientos, no llegamos a Santa Eulalia del Campo, localidad que no forma parte de la ruta, pero de la que dependen postalmente algunos de los pueblos de la serranía de Albarracín. No los visitaremos en esta ocasión.
Retomamos el recorrido para hacerlo a la inversa: de Rubielos de Mora, el lugar más lejano que pretendemos visitar y vuelta hasta Teruel donde lo daremos por finalizado. Hemos dejado a un lado, además de los pueblos que rodean Albarracín, los cercanos a Molina de Aragón, ya en tierras de Guadalajara, que serán los próximos destinos. Todos ellos conforman los tramos que se conocen como Las Tres Taifas, que desde Ateca, en la provincia de Zaragoza, nos acerca hasta Cella, en la de Teruel y La Conquista de Valencia, que desde esta última nos lleva hasta la capital levantina.
La autovía mudéjar puede acercarnos a Rubielos pero, como nosotros hacemos, vale la pena ir pasando de pueblo en pueblo por la antigua carretera. Repetiremos ruta a la vuelta.
Rubielos de Mora y la vecina Mora de Rubielos son dos poblaciones eminentemente turísticas y vale la pena recorrer sus calles que nos depararán un sinnúmero de sorpresas. Se puede circular por ellas en coche, pero si dispone de tiempo y ganas, es mejor dejar el vehículo aparcado a la entrada y visitarlas a pie.
Lo primero que buscamos en Rubielos es la Oficina de Turismo, empeño nada difícil pues su ubicación está perfectamente señalizada. Nos recibe en ella Consuelo.
Tras las presentaciones y dar la correspondientes explicaciones de lo que nos lleva hasta allí, nos cumplimenta el salvoconducto. Preguntamos si todavía tiene alguna de las chapas promocionales, pero se les han agotado. Sin embargo nos obsequia con algo de lo que no teníamos noticia: una pulsera de cuero estampada con la leyenda 'Camino del Cid' que al parecer se repartía en anteriores años. No nos dejará marchar de la oficina sin enseñarnos todos los folletos que tiene relativos al Camino y sin explicarnos los muchos encantos que tiene la localidad.
De Mora de Rubielos guardo muchos recuerdos inolvidables. Como población turística y amante de los viajes como soy, he recalado en ella en varias ocasiones. La primera vez como participante en el encuentro regional de Escuelas de Educación de Adultos que se celebró allí a mediados de los 80. Lo he contado muchas veces.
La primera jornada nos recibió con una tormenta de proporciones bíblicas. Pernoctábamos en tiendas de campaña, el terreno se inundó casi por completo, y a la hora de ir a dormir no pudimos hacerlo porque algunas tiendas acumulaban más de un palmo de agua en su interior. El siguiente día fue muy diferente. La mañana amaneció soleada y cada grupo de los varios que hasta allí llegamos, nos pasamos la mañana desfilando por sus calles encabezados por un cartel que anunciaba nuestra procedencia. Calatayud, era el nuestro.
Al lado de un contenedor habíamos encontrado un sujetador y con él colgado de nuestra cartela, amén de los gritos, risas y cánticos con los que acompañábamos el desfile, éramos la admiración de todo aquel que se cruzaba con nosotros.
Tiene Mora de Rubielos una curiosa plaza de toros semicircular en la que, por la tarde, actuaba José Antonio Labordeta. Nuestro grupo, cartel con sujetador incluido, numeroso como era, ocupó una de las gradas. A José Antonio, al que coreábamos en todas sus canciones, no le quedó más remedio que dedicar alguna a 'los de Calatayud'.
A Labordeta volví a encontrarlo en otro de los encuentros, en aquella ocasión el de Tarazona, donde amigos comunes nos presentaron. Mantuve desde entonces con él cierto grado de amistad que nos llevaba a saludarnos e intercambiar algunas palabras cada vez que nos volvíamos a ver, bien en el trascurso de alguna de sus actuaciones o en su faceta de político que nos llevaba a coincidir, en varias de las visitas a los pueblos de la Comarca, a él como diputado y a mí como periodista. La vi por última vez en la Expo zaragozana donde cenábamos en el mismo restaurante. La enfermedad que le aquejaba estaba ya avanzada y fallecería al poco tiempo.
Nos habíamos entretenido mucho esperando la apertura de la oficina de Correos de Santa Eulalia del Campo, que solamente abre una hora de atención al público desde media mañana y, tras Rubielos y Mora, nos quedaba el tiempo justo para visitar Valbona y La Puebla de Valverde, antes de recalar en Teruel para comer.
En esta capital residí un par de años a finales de los 70 y a ella vuelvo habitualmente, simplemente para revisitarla paseando por sus calles o para asistir a las representaciones que anualmente se llevan a cabo rememorando a Los Amantes de Teruel. Desde que en el 2000 me entregaron allí el diploma por mis 25 años de matrimonio, he asistido a ellas durante siete años seguidos. Así que me tocaba hacer de guía turístico. Los sellos quedarían para por la tarde.
El lugar escogido para comer fue 'El Ovalo'. El sitio, en mi humilde opinión, no merece la fama que tiene. Se encuentra siempre al completo y es necesario esperar hasta tener mesa libre. En el 'risotto' con setas que me apeteció -en una zona y una época en que la abundancia y la excelencia de las que se recogen en sus montes es de sobras conocida-, al arroz le faltaba un punto de cocción -y lo dice alguien que ha pasado 25 años de su vida laboral en una cocina, aunque fuera de hospital, cocina que, por cierto, gozó durante varios años del título ser la segunda de su clase (las de los hospitales comarcales) donde mejor se comía a nivel nacional- y las setas que lo acompañaban eran de las cultivadas que se pueden adquirir en cualquier establecimiento de alimentación. Gerardo, mi compañero de viaje, había pedido las ´chuletas de ternasco' de la carta y le pusieron unos trozos de pierna de cordero. Les salva el servicio, rápido y atento.
Después del café había que volver a la 'faena' y tras pasar por la Oficina de Turismo, recalamos en Correos donde, aparte de recibirnos y tratarnos como se acostumbra en todas las que visitamos, íbamos a encontrarnos con una agradable sorpresa.
Pilar Escriche era la funcionaria que nos atendió aquella tarde y en unas horas -las tres- en que el público al que atender brilla por su ausencia, nos permitió entablar con ella una larga y más que entretenida conversación.
Pilar es la hija de Manuel Escriche, autor de la escultura que, desde 2015, ocupa un espacio en la Plaza de los Amantes. Representa -tal como puede verse en la fotografía- a Isabel y Diego. El escultor no pudo encontrar mejor modelo para la dama que a su hija y ahí ha quedado representada para admiración de paisanos y forasteros. Enamorados como somos del mundillo filatélico, prometimos solicitar al organismo postal un sello reproduciendo el monumento. Cumpliremos.
El viaje de vuelta, por la autovía hasta Daroca y, de allí, a Calatayud no tiene mayor historia.
Dos meses de espera para volver al Camino
Redundante resulta el abundar en las temperaturas extremas que se padecen por las tierras de Teruel en época invernal. A alturas que rondan los 1.500 metros resulta dificultoso, y hasta peligroso, circular por unas carreteras que se cubren de nieve y hielo en cuanto asoma el invierno.
Animados por las buenas temperaturas con que el 2019 nos ha acompañado en los meses invernales, a mediados de febrero retomábamos la ruta. En noviembre habíamos dejado de lado Albarracín y su entorno. Hora era pues de volver sobre nuestros pasos.
Monreal del Campo donde teníamos que recoger algún que otro matasellos, fue nuestro punto de partida, para desde allí, adentrándonos en las tierras molinesas, y por El Pobo de Dueñas, que visitaremos en otra ocasión, llegarnos a Orihuela del Tremedal donde arrancaríamos la ruta de la jornada.
A estas alturas de nuestra aventura, los desplazamientos obligan a recorrer algunos cientos de kilómetros y no son muchos los pueblos que podamos visitar en una mañana, aún así el viaje nos llevaría, desde Orihuela a Gea, pasando por Bronchales, Noguera de Albarracín, Tramacastilla, Torres de Albarracín, Albarracín y Gea de Albarracín para terminar de nuevo en Teruel.
Mucho hemos aprendido desde que el pasado año decidíamos emprender el Camino del Cid: aquel 'navegador manual' en una hoja de libreta y escrito a lápiz es ahora un folio preparado en el ordenador en el que se indican uno tras otro los pueblos de la ruta a visitar, por el orden que los vamos a ir encontrando, a la que se añade la indicación de qué oficina postal dependen y en la que, previamente a la presentación del salvoconducto, matasellaremos los sellos; el lugar de sellado de acuerdo con la Guía -del que, como podrá leerse, no sirve para mucho conocer- y algunos puntos destacados que no podemos dejar de visitar. No nos falta tampoco el mapa turístico de la provincia, ni algún mapa callejero que vamos recogiendo aquí y allá.
Todos los nombrados son lugares donde el turismo recala con frecuencia, en época de setas en los que destacan como punto de recogida, o durante todo el año en los que lo reseñable es su urbanismo o sus monumentos.
En consecuencia, disponen de Oficina de Turismo, aunque como las visitas turísticas acostumbran a ser en temporada alta, salvo que se acuda en época de recogida de setas o en fechas veraniegas, las encontrará cerradas. Lo mismo ocurre con los Ayuntamientos, otro de los lugares que la guía 'De dónde sellar el salvoconducto' -que se va quedando obsoleta y pide una más que pronta reedición- indica como 'punto de sellado'. Si a nosotros la experiencia viajera nos ha enseñado muchas cosas, ocurre lo mismo en los pueblos de la ruta, y el sello ya no está en el lugar señalado sino en el bar más cercano -si es municipal en el mismo edificio del Ayuntamiento, y si no lo es, en el más cercano a éste-. No hay nada más que preguntar.
Así ocurre en Bronchales, donde entramos a preguntar en una pizzería-heladería, productos que elabora de forma artesanal un matrimonio argentino, pero con origen familiar -él- en las tierras aragonesas de la provincia de Huesca, o en Tramacastilla, localidad que presume de su sello -que reproduzco- y que resultó elegido como el 'más chulo' del año 2013, a nivel provincial, primero, y nacional algo más tarde, como así lo atestigua el reportaje del periódico comarcal que nos muestran en el establecimiento donde nos sellan los salvoconductos.
Qué decir de Albarracín. A poco que nos gusten los viajes todos la habremos visitado al menos una vez. La circulación rodada está prohibida en sus calles y solo los vehículos autorizados pueden a acceder a alguna de ellas. Es necesario pues dejar el coche en culquiera de los aparcamientos preparados al efecto y coger fuerzas para emprenderla con los varios tramos de escalera que dan acceso a ella. No voy a describir lo mucho que la localidad nos deparará en nuestra visita, cualquier guía viajera, o cualquiera de las muchas páginas que en internet hay dedicadas al lugar, lo hará mucho mejor que yo.
Tras recalar en Gea de Albarracín nos acercamos de nuevo a Teruel para comer. Lo hacemos en esta ocasión en el '1900', en plena plaza del Torico. Si me dan a elegir, lo prefiero al 'Óvalo': encontrará sitio en su soleada terraza o en su interior, le atenderán acuda a la hora que acuda con cuidada amabilidad y esmero y comerá bastante mejor y por menos dinero.
Nadie dispone ya de las chapas promocionales. En esta ocasión solo hemos podido hacernos con la de Gea.
El viaje no dio para más. Un café en el mismo lugar para rememorar anécdotas y ordenar todo el material recogido en el viaje y vuelta a Calatayud.
Ya tenemos preparado el próximo viaje para mediados de marzo. Volvemos a lugares que ya hemos visitado con anterioridad para terminar de recoger algún matasellos o alguna marca que nos falta: Lechago, Loscos, Montalbán, Cella, Concud, Celadas, Teruel y Rubielos de Mora son los sitios elegidos. Terminaremos en Used, ya de vuelta, localidad de la que desconocíamos que disponía de marca, porque no figura como tal en la guía de sellado, pero a la que le fue concedida en noviembre de 2017.
Y no puedo acabar este reportaje sin avanzar una noticia. Disponemos de los primeros sellos de la ruta molinesa. En imagen muestro dos, el de El Pedregal y el de Molina de Aragón. No tardaremos mucho en iniciar el recorrido. Estais invitados a acompañarnos.
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