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Los relojes de sol de Chodes
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F. TOBAJAS GALLEGO | Chodes y la vecina Peña de Zalamator, situadas en la larga ruta de Albarracín a Navarra, aparecen ya en el siglo XIII en poder de los Azagra. En la lejana fecha de 1227, Pedro Fernández deja Chodes a su mujer Elfa Ortiz y a su hija Teresa, que casó con Lope Ferrench de Luna. El hijo de ambos, llamado Artal de Luna, será señor de Chodes en 1240. Pero como consecuencia de los conflictos surgidos con la Unión, Chodes pasará a manos de los Martínez de Luna. Habrá que esperar hasta 1665, fecha en que Francisco Sanz de Cortés, abogado y corregidor de Zaragoza, primer marqués de Villaverde, por concesión de título por el rey Carlos II el Hechizado en 1670, que prohibía a la reina calzar bragas, para no toparse en cualquier ocasión con ningún impedimento, comprará a Ana Polonia de Luna, condesa de Morata, todo su patrimonio, con títulos incluidos, muy por debajo de su precio real. Esta venta produjo una fuerte reacción de censura de parte de las casas de Villahermosa, Sástago y Montijo, emparentadas como estaban con la de Morata.
Asso apunta en su documentada Historia Política de Aragón, que Francisco Sanz de Cortés en 1659 y el marqués de Villaverde en 1682, tenían arrendadas las aduanas de Aragón en 83.500 y 103.000 libras, respectivamente.
Por aquel tiempo, concretamente el 21 de octubre de 1671, el nuevo conde de Morata contrata con Juan de Marca, maestro de obras y oriundo de Beàrne, la obra de su palacio de Morata. Con el mismo maestro de obras contratará el 20 de abril de 1675 la construcción del magnífico puente de piedra sobre el Jalón y el 28 de mayo de 1676 el levantamiento de un pueblo nuevo en el término de Capurnos, situado entre las villas de Brea, Arándiga y Morata, por el que el conde pagaría la no despreciable suma de 2.650 libras jaquesas.
El viejo Chodes se levantaba "entre riscos y asperezas", lejos de las huertas y con las viviendas, en el tiempo que se habla, ya bastante deterioradas. Por tanto en 1678, 17 labradores piden a su señor la venta y usufructo de otras tantas casas con sus corrales, de las 24 construidas en el nuevo Chodes, llamado en un principio Villaredonda, por la forma de su plaza mayor, pagando por ello 80 sueldos jaqueses anuales. En 1700 se sabe que se llevó a cabo la limpieza del cementerio y en 1708 se trasladó el Santísimo al nuevo lugar.
El maestro de obras Juan de Marca diseñó un pueblo moderno, con una arquitectura funcional, como ahora se dice. Calles rectas cortadas por otras perpendiculares, que arrancaban de la plaza central que tenía cuatro puertas, a cada uno de los puntos cardinales. Las casas eran de dos plantas, con puerta en arco de medio punto, balcón y ventana, con sus correspondientes cocinas y corrales. Pero los vecinos creyeron conveniente tener a la vista un reloj de sol.
Para el que no lo sepa o no se haya dado cuenta, Chodes, la antigua Villaredonda, cuenta con dos relojes de sol, situados estratégicamente en la fachada de su plaza redonda, confirmando así la puntualidad y el necesario orden en la vida de los paisanos. Uno se encuentra al lado de la puerta del poniente, de donde parte el camino que conduce por Arándiga, Nigüella y Mesones hasta Tierga. Este reloj, dirigido a oriente, lleva grabado una leyenda que declara "A SOLIS ORTU", dando las horas y las medias comprendidas entre las cinco de la mañana hasta las tres de la tarde. También se apunta con pulso firme el año de su construcción, el 37 del ya siglo dieciocho.
Al lado de la iglesia, orientada de norte a sur, no de este a oeste, como suele ser común en todos los edificios religiosos, donde se oficia siempre hacia el este, al nacimiento del dios sol, se sitúa el otro reloj de sol, con otra leyenda que manifiesta "AD OCCASUM SOLIS". Este otro reloj más moderno, ya que según se lee fue compuesto en 1914, viene a señalar las horas vespertinas que van de la 1 a las 5 de la tarde.
Al parecer, los marqueses también quisieron trasladar el hoy despoblado lugar de Villanueva de Jalón. En el libro parroquial de Villanueva, correspondiente al año de 1726, hay una nota manuscrita que dice: "Se previene a los rectores de Villanueba que en ningún tiempo permitan ni consientan que el lugar de Villanueba se mude a otro paraje, por aventajados partidos que los señores hagan, porque será la total ruina y perdición de los vecinos, como se ha experimentado y experimenta en haver mudado el lugar de Chodes al que oi es Villaredonda".
El tiempo, para bien o para mal, pone a cada uno en su lugar, a los agoreros, a los soberbios, a los incrédulos, a los prepotentes y a los sufridos y honrados hombres de bien.
Adolfo Llanos, en su irónico y no menos lúcido Novísimo Diccionario, publicado en 1884, define a la contribución como una mano paternal que se lleva la tajada para impedir las indigestiones. Y a la hora, que tanto señalan los relojes de sol como los de muelles, como una cantidad variable de tiempo que, aunque se piense lo contrario, no tiene regla fija. Y el autor añade, para dar más luz a su buen criterio, que para un inglés cada hora viene a tener 60 minutos, para dos amantes que están solos 5 minutos, para el que espera 80 minutos, para el esperado 40 minutos, para los zapateros 24 horas y para los sastres nada más y nada menos que dos largos días. A su tiempo maduran las uvas.
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