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El obispo culto que protegió a los indios
y se enfrentó a los jesuitas

ENRIQUE BERZAL | Los jesuitas lo repudiaron, sus fieles lo alabaron, algún poderoso juró vengarse de él y en la Corte lo estimaron como hombre piadoso, culto e inteligente. Y fue en tierras sorianas donde remató su carrera con ínfulas de santidad.

Juan de Palafox y Mendoza, más conocido como 'el Venerable Palafox', nació por casualidad en la localidad navarra de Fitero el 24 de junio de 1600. Cuentan que eran las ocho de la mañana de aquel 24 de junio cuando Pedro Navarro, guarda de los baños de Fitero, sorprendía a una mujer con un bebé escondido en una cesta. Apenada, dijo ser la criada de cierta dama que había acudido a Fitero con la intención de hacer desaparecer "al fruto de sus amores con don Jaime de Palafox, marqués de Ariza".

La joven no pudo cumplir la misión encomendada y la madre de la criatura, Ana de Casanate y Espés, trató de aplacar su remordimiento ingresando en un convento de carmelitas y cambiando su nombre por el de Ana de la Madre de Dios.

Bautizado el pequeño Juan en la iglesia de Santa María la Real de Fitero, Pedro Navarro y su mujer se encargaron de que aprendiera las primeras letras con el maestro local mientras trabajaba como pastor. Su padre lo reconoció cuando tenía nueve años: entonces enmendaron el acta de bautismo cambiando el nombre de "Juanito Navarro" por el de Juan de Palafox. El marqués se lo llevó a palacio, donde vivía con su mujer -y sobrina- Ana de Palafox Doris Blane. El joven iba camino de empuñar las armas cuando, un buen día, decidió trocar su vocación militar por las letras y, más adelante, por la religión.

Hasta los quince años estudió en el Colegio de San Vicente de Tarazona, que estaba a cargo de la Compañía de Jesús, antes de pasar por las Universidades de Santo Domingo de Guzmán (Huesca), Alcalá de Henares y Salamanca. El grado de bachiller en cánones lo obtuvo en la primavera de 1620.

Encargado por su padre de gobernar y administrar el marquesado de Ariza, poco le costó granjearse fama de avezado hombre de letras y hábil jurisconsulto con maneras de político astuto. Así lo demostró en las Cortes de Monzón. Por su prudente e inteligente razonar, el conde duque de Olivares le ofreció el cargo de procurador fiscal y promotor del Consejo de Guerra en 1626. Tres años más tarde lo vemos ocupando la misma responsabilidad en el Consejo de Indias, donde accederá al rango de consejero en 1633; este mismo año le fueron concedidos los grados de licenciado y doctor.

Diversos apoyos le procuraron, antes de recibir las órdenes eclesiásticas, el nombramiento de canónigo tesorero de la Iglesia de Tarazona y el de abad de Cintra. Ocurrió esto entre 1624 y 1630. Luego, ya ordenado sacerdote (1629), resultó ascendido a limosnero y capellán de María Ana de Austria, hermana del rey Felipe IV a quien acompañó en varios viajes por Europa. Era el 25 de diciembre de 1629.

El trayecto más afortunado fue el que realizó a Alemania con motivo de la boda de la susodicha con el rey de Hungría, Fernando III. A su regreso, Juan de Palafox vio recompensados sus servicios con la presentación, por parte del monarca español, como obispo de la localidad mexicana de Puebla de los Ángeles. Era el año 1639.

Confirmó su nombramiento, el 27 de octubre de ese mismo año, el papa Urbano VIII; el 20 de julio de 1640 pisaba Veracruz. Su primer cometido en Puebla consistió en atajar los graves problemas existentes: conflictos jurisdiccionales entre instancias reales y eclesiásticas, corrupción administrativa, recursos más que escasos, omisión de los mandatos de la Corona desde instancias virreinales, y enfrentamientos entre los religiosos jesuitas y franciscanos y los poderes centrales y virreinal.

Cumplió la misión de arrestar al virrey Diego López Pacheco Cabrera y Bobadilla, duque de Escalona y marqués de Villena, por lo que pasó a ocupar su cargo. Nombrado arzobispo de México por el Cabildo el 12 de noviembre de 1643, cargo que se negó a aceptar, conflictiva resultó también su decisión de finalizar la construcción de la catedral de Puebla, ingente y costosa empresa que, según determinados coetáneos, provocó un innecesario endeudamiento. Se inauguró el 18 de abril de 1649.

Mecenas cultural de primer orden, siguiendo las disposiciones del Concilio de Trento fundó hospitales y templos, levantó el palacio episcopal y erigió los colegios Tridentino de San Pedro (para gramática, retórica y canto llano), el de Niñas Vírgenes de la Concepción, y el de teólogos de San Pablo (para grados académicos), al que dotó de una excelente biblioteca formada por cinco mil libros de ciencia y filosofía, hoy llamada Palafoxiana.

Además, convirtió Puebla en el centro musical de Nueva España, pues a ella acudieron compositores de la talla de Juan Gutiérrez de Padilla, maestro de capilla de la catedral y el compositor de siglo XVII más famoso en México.

Erigió nueve cátedras de diversas facultades, instituyó una de lengua mexicana y giró visitas a toda su diócesis sin consentir, según determinadas crónicas, "ser conducido a hombros por los indios". De hecho, en defensa de la dignidad de los indígenas insistió a los colonizadores españoles en no emplear otro método de conversión que no fuera el de la persuasión.

El enfrentamiento de Palafox con los clérigos regulares, en especial con los jesuitas, se explica, básicamente, por la insistencia del prelado en cumplir las cédulas reales que exigían sujetarse a visita y examen, y por la obligación de pagar el diezmo. Es más, ante la negativa de las Órdenes de acatar la jurisdicción y someterse a la potestad episcopal, Palafox nombró 36 curas regulares y erigió otras tantas parroquias.

Indignados, en 1645 los jesuitas arremetieron contra él con informes denigrantes. En 1647 y 1649 aparecen registradas duras quejas formales ante Roma por parte del prelado, al que, sin embargo, el papa Inocencio X no hizo demasiado caso. Tan solo logró la emisión de un informe, el 14 de mayo de 1648, que instaba a los jesuitas a respetar la jurisdicción episcopal.

Un tira y afloja duro y desagradable que terminó cayendo del lado de los seguidores de Ignacio de Loyola. En mayo de 1649, Juan de Palafox abandonaba Puebla y regresaba a España. En nuestro país fue nombrado presidente del Consejo Supremo de Aragón antes de acceder, en 1654, a la sede oxomense.

Como obispo de Osma, se centró en labores pastorales y literarias, rematando una tarea cultural que en 1762, a instancias de los PP. Carmelitas, dio como resultado la publicación de los 15 tomos de sus obras completas.

Lector voraz, brillante ensayista y poeta, lo admiraron escritores como Baltasar Gracián y Andrés de Uztarroz. Aparte de la obra citada, Palafox dio a la imprenta libros de carácter ascético como 'Trompeta de Ezequiel' (1658).

Falleció en la diócesis soriana el 1 de octubre de 1659. Entre sus fieles se labró fama de hombre humilde, caritativo, piadoso y benefactor de los pobres.

El Norte de Castilla (6-6-2011)

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