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Algunas curiosidades de Saviñán

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO (1) | Esta noche os voy a contar algunas curiosidades de Saviñán, porque siempre se dijo que la curiosidad era la puerta del conocimiento. Este año la Cofradía de San Roque pide a los vecinos para la restauración de la imagen del santo, que costeara el canónigo José Martínez. Para ello nos han presentado una curiosa imagen de un san Roque calvo.

El año que viene se cumplirá el IV Centenario de la expulsión de los moriscos aragoneses, que tuvo lugar en el verano de 1610. Dejamos pues para el próximo verano cultural, si entonces hay ocasión, todo lo relativo a la Morería y a la expulsión de los moriscos.

Saviñán deriva del nombre romano Sabinius, o sea que Saviñán viene a ser el lugar de Sabinius, pues aquí tendría este ciudadano romano una torre o casa de campo. Nada se sabe de su pasado celtíbero o romano y habrá que esperar a la reconquista de Calatayud y de su tierra, el día de san Juan Bautista de 1120, para que de comienzo la historia contada de nuestro pueblo.

En esta reconquista, muchos caballeros navarros, vascos y franceses ayudaron a las tropas cristianas aragonesas, siendo favorecidos con la entrega de las tierras conquistadas. El rey dará un Fuero a los pobladores de las tierras de Calatayud, con varios nobles a la cabeza, apellidados: Luna, Funes, Liñán, Sayas, Muñoz, Pamplona, Zapata, Garcés y Heredia, entre otros. En este Fuero se ordenaba que las iglesias fueran patrimoniales y que estuvieran regidas por naturales de aquellas tierras. Para ello debían ser hijos legítimos de parroquianos, por parte paterna o materna. A los ilegítimos o espurios se les debía dispensar de tal condición.

El rey favoreció la repoblación de la entonces llamada Extremadura aragonesa, pues era frontera con los musulmanes y por tanto expuesta a continuos enfrentamientos, perdonando deudas y multas. Entonces los cristianos, los musulmanes y los judíos pasaron a vivir en barrios separados.

Poco después los Muñoz levantarían en Saviñán una torre defensiva, que quedó dentro del palacio renacentista del siglo XVI. José Gracián escribía que en 1561 treudaban a los Muñoz ochenta y siete casas del pueblo y seguramente no pasarían de cien las entonces existentes.

José Gracián contaba que los primeros vecinos cristianos del pueblo comenzaron edificando sus casas a ambos lados de la iglesia de San Pedro, sobre el camino de Calatayud a Aranda de Moncayo, formando la calle Alta o Somera, llamada después Real y hoy calle Mayor. Luego se aprovechó el barranco de las eras, dando lugar a las calles del Centro y de San Roque, hasta la puentecilla del Maltés. La calle del Charco se urbanizó a finales del siglo XV o principios del siglo XVI, en terrenos de los Muñoz, pues entonces dieron tierra en las Espartinas a colonos musulmanes o moriscos, al prolongarse la acequia de Juan Forcén.

Es tradición que el moro Juan Forcén, a quien se le debe la acequia Forcena o de San Roque, que riega las tierras de la margen derecha del Jalón, está enterrado en la esquina del caserón de los Lafuente, en la calle Mayor.

La calle del Charco estaba cerrada por el arco de San Ramón, que aún se cita en un documento de 1811. En el siglo XVI, la calle Mayor se cerraba al norte a la altura de la casa de los Costea y al sur por donde comienza a curvarse, a la altura de la vieja tienda de Aznar. El barrio del portal de San Roque, el barrio de Paracuellos y la calle de Laureles son posteriores. La calle Mayor se cerraba al norte con el portal de San Roque, al sur con el portal de San Pedro y es posible que hubiera otro portillo en la calleja de las Cruces. La Morería o Señoría se cerraba con el arco de San Miguel, siendo la entrada del pueblo por la calle de Santa María, que debía cerrarse con otra puerta. Madoz, en su Diccionario de 1845-1850, nombra el arco de la Señoría.

En las Ordinaciones de Saviñán de 1562 se decía que no se podía tener el fiemo más de tres días. Tampoco se podía dejar en las entradas y salidas del pueblo, o sea, desde la puerta de la Señoría hasta la esquina del campanar de Santa María, desde la casa del morisco hasta el olivarejo, desde la puerta del lugar, cabe la casa de Pedro Cuenca, hasta pasado el huerto de Diego de Luna, ni desde la Crucijada a la bajada del Prado.

En estas Ordenanzas se mandaba que ningún vecino pudiera traer de fuera el zumaque. No se podían comprar mercaderías que no fueran para uso familiar y se prohibía salir a comprar a los caminos arroz, pasas, almendras, avellanas, higos, judías, garbanzos o pescado.

También se señalaban las penas por desbardar las paredes, por coger nueces, almendras, nispolas, azarollas e higos, hasta el día de san Martín, las penas por ser tomados con uvas, por encontrar a las gallinas en los olivares y por segar hierba en las huertas, lindes o ribazos, hasta el día de la Santa Cruz.

No se podían pasar por el puente del lugar vigas arrastradas, troncos ni otras cosas semejantes, para no dañarlo. En el lugar había escasez de leña, por eso nadie podía preparar calcina, algez, tejas, ladrillos, ni escudillas para fuera del lugar y de su Señoría, ni venderlos fuera, consignando además los precios establecidos para las tejas y ladrillos.

Se podía hacer leña en la dehesa de Trasmón para servicio de casa y para el horno de panes. No se podían arrancar hiniestas de raíz, ni hacer leña ni coger olivas en heredad ajena, fuera del árbol o del suelo, ni coger caracolas deshaciendo las ormas de piedras, ni cazar hormigones en los ribazos.

No se podía echar por las ventanas agua o basura, sin decir antes y en voz alta agua va. También se apuntaban las penas por hurtar sarmientos, pámpanos de uvas, piedras en heredad ajena, panes, bilorcas, morgones de viña o enjambres en colmenares.

Las heredades de Trebago y del Campillo, debajo de las acequias, debían pagar a un guarda de viñas. Los perros debían llevar cencerros o garabatos desde el día de Santiago hasta el día de Todos los Santos.

Debido al gran daño que ocasionaban los gorriones en panes, viñas, frutas y hortalizas, los vecinos estaban obligados a tapar los agujeros en los aleros de las delanteras de sus casas.

Estas Ordinaciones se aprobaron por un espacio de diez años para Saviñán y su Señoría, aunque cualquiera de los dos lugares podían apartarse de ellas cuando quisieran. Para su conocimiento fueron leídas en las plazas de los dos lugares por el notario Francisco Gascón.

La iglesia de San Pedro se quedó pequeña en el siglo XVI, debido al aumento de población. En la visita de Juan González de Munébrega en 1553, se pedía que los clérigos extranjeros no dijeran misa, bajo pena de sesenta sueldos. A los jurados del lugar pedía que tuvieran a una persona hábil para enseñar a los muchachos la doctrina cristiana.

En 1574 Pedro de Luna mandaba al vicario y a los beneficiados que debían hacer labrar los albares de la iglesia que estaban en Trasmón y entonces permanecían perdidos y yermos. La renta de Santa María debía emplearse para casar huérfanas de los mismos cofrades o en otras obras pías, por lo que no debía gastarse en "comidas ni otras profanidades".

En 1577 el canónigo de la catedral de Tarazona y vicario general de Calatayud, Carlos Muñoz Serrano, pedía en su visita pastoral que el Concejo debía "tener engrandecida de la parte del altar mayor arriba" la iglesia, en un plazo de tres años. Prohibía que los seglares mearan en la subida del campanario y que las mujeres subieran al coro de los hombres, mientras los oficios. Para Navidad, los mozos solteros acostumbraban a entrar a la iglesia tañendo gaitas, tamboriles y otros instrumentos. Pedía que no lo hicieran. La Cofradía de Santa María de los lugares de Saviñán, Paracuellos, Embid y Santos tenía treinta cahíces de trigo con los que se celebraba una capellanía o misal. Para ello tenían un cáliz con pie de alambre y carecían de misal. Por eso prohibía celebrar misa hasta que no tuvieran misal y cáliz.

En 1584 el canónigo de Santa María de Calatayud, García de Sesé, pedía que no pudieran recogerse en la iglesia los mercaderes, pues solían refugiarse en sagrado después de engañar a los vecinos y quedarse con grandes cantidades de dinero.

En 1588 el obispo Cerbuna decía que "la dicha iglesia parroquial es pequeña y desacomodada para poder caber todos los parroquianos en ella y para oír los divinos oficios". Por eso pedía a los Jurados y al Concejo "crecer y ensanchar, o hazer de nuevo dicha iglesia, de manera que sea capaz y bastante segura la población del lugar dentro de dos años y si fuere menester alargaremos el tiempo para acabarse y comiencen la dicha obra dentro de ocho meses so pena de Doscientos ducados". Pero, a pesar de los avisos, la obra se fue dilatando hasta 1626, fecha de su contratación.

El obispo Cerbuna añadía que los vecinos quebrantaban las fiestas y eran aficionados a los juegos, donde ofendían a Dios. Pedía que nadie se llevara los frutos del hórreo común o bodega de los frutos, antes de hacer la cuartación, o sea, las cuatro partes del diezmo y primicia. Una parte se llevaba el obispo y otra la iglesia del lugar. El vicario no debía permitir la entrada de los mozos disfrazados a la iglesia para las fiestas de Navidad y en otros tiempos, produciendo ruido y alboroto. Tampoco debían entrar a la iglesia y subir al campanario a publicar las mayas.

En 1599 Miguel de Ortí observaba la poca limpieza de la iglesia. Mandaba que las sepulturas debían cubrirse con brevedad, debido al mal olor, y que no debían echar sobre ellas junquillo. La sacristía era angosta e indecente. Los oficiantes debían utilizar para consagrar vino blanco o clarete, porque el vino tinto manchaba los purificadores. La Cofradía de San Roque debía dar las cuentas antes de quince días, bajo pena de excomunión. Los Jurados debían proveer al hospital cuatro camas de ropa para los pobres.

José Gracián escribía que a principios del siglo XVII había en la llamada calleja de la Anselma, a la que daba el arco de la casa de los Costea, una casa dedicada a hospital, con cuatro camas, una de ellas destinada a los heridos. Más tarde el Concejo debió tomar otra casa en la calleja de la calle del Centro. De allí tomaría el nombre de calleja del hospital. En el hospital recalaban los pobres y transeúntes. En 1588 el obispo pedía a los que tenían a su cargo el hospital, que no recogieran a las personas de "ruin y mala vida". No debían estar juntos los hombres y las mujeres que no estuvieran casados. El obispo mandaba que los pobres que murieran en el hospital se enterrarían de limosna.

En 1597 murió María Cuenca. Era castellana y dejó dos sayas malas para el hospital. En 1713 murió Francisca García, dejando para el hospital de Saviñán media cama para los pobres con su adrezo. En la visita pastoral de 1733 se decía que no había aparecido la cama para el hospital que había dejado Francisca García. Por ello el obispo Fr. García de Pardiñas pedía al regente que la recobrara y la entregara al hospital, bajo pena de excomunión mayor. En 1786 murió Teresa Martínez, dejando veinticinco libras para componer un cuarto para los enfermos del hospital.

A finales del siglo XVII y principios del XVIII la familia Manrique-Chueca se citaba como "espitaleros", pues estaría "al servicio del hospital".

En 1858 el obispo mandaba que a los pobres de solemnidad se les dijera el oficio de sepultura de limosna. El prior y los mayordomos de la Cofradía de la Vera Cruz, según sus Ordinaciones de 1721, tenían obligación de pedir limosna de noche por las calles, en nombre de la Sangre de Cristo, para los cofrades enfermos, impedidos o ancianos. También debían hacerlo para los enfermos del hospital. En la misa y entierro de algún cofrade, la Cofradía debía poner los doce cirios amarillos. También se pondrían en el entierro de algún vecino o forastero que muriese en el hospital, fuera o no cofrade. Por el alma del cofrade muerto, o de los pobres muertos en el hospital, se diría una misa rezada a cargo de la cofradía.

En 1592 se encontró muerto en el río, bajo del puente, a Alonso del Campo. Era vecino de Zamora e iba por los hospitales. Por los golpes que recibió, el vicario aseguraba que lo habían muerto los moriscos de la Señoría. En 1585 murió Bartolomé Serrano en Argilio, o sea, en Argillo, donde los Muñoz tenían una casa y tierras, de donde tomaron el título de condes en 1776. En 1591 murió mosén Martín Benedit, enterrándose en la iglesia. El vicario general había visitado su testamento "y tomó las bulas que en su testamento dejó y fueron las primeras que vinieron a Saviñán". En 1598 murió Juan Garcés en galeras, seguramente por sentencia del Santo Oficio. Por su ánima y por las de sus padres dejó doscientas misas, más otras doscientas que debía pagar su hermana. La noche del 28 de enero de 1602 sería degollado en su cama mientras dormía el vicario de San Pedro, mosén Antón Villalba. Tenía noventa años. Igual suerte corrió su ama Isabel de Vera, de sesenta y nueve años. El vicario sería enterrado en su capilla de San Antonio Abad, donde fundó dos capellanías.

El 12 de julio de 1604 murió ahogado en el Jalón Juan Ibáñez. Era de Aniñón y tenía veinticuatro años. Su amo mosén Lorenzo Magallón dijo que no le debía nada de su soldada. En junio de 1714 fue encontrado en el río y ya en el término de Morés, el cadáver de José de Yepes, de dieciocho años de edad, que había muerto ahogado en el río. Del 7 de abril de 1784 era la partida de defunción de Ramón Gascón. En ella se decía que estaba trabajando en el azud de Saviñán cuando cayó, siendo arrastrado por la fuerte corriente del río. Su cuerpo se buscó varios días por el río, que entonces bajaba muy crecido, encontrándose el día 21 de abril en Épila, donde se le dio sepultura. El 7 de mayo de 1885 cayó al río Jalón en Paracuellos, el niño de dos años y cinco días, Atanasio Pina Sánchez. Fue encontrado el 12 de mayo más abajo del puente de Saviñán.

En 1679 le dieron puñaladas y palos en la cabeza en Aguachones a Felipe Sánchez. Tenía veintidós años y servía a Diego Muñoz. Murió al tercer día. Era castellano, de cerca de Valladolid. José Gil era mayoral del ganado de Diego Muñoz. Tenía veintiocho años y al pasar un día de 1680 cerca de la ermita de Santa María, le cayó "un paretón" de la torre, cogiéndole debajo. Murió a los pocos días y por su alma dejó las soldadas que tenía ganadas. El día de san Jorge de 1685 bajaron al pueblo a un hombre muerto, que llevaba dos dogales al cuello y varios golpes en la cabeza y en el pecho. Dijeron que había muerto ahogado por otros pobres. En octubre de 1700 se ahogó en las canales del molino una hija de nueve años de Raimundo Franco, de Purroy. A Isabel Pamplona la encontraron ahogada en la acequia del molino de los Galbones, el 20 de diciembre de 1718. Juan de Barastay murió en 1722 de caída grande junto al azudillo de Trasmón, llevándose a enterrar a la ermita de San Blas. En 1781 murieron cuatro personas que estaban sacando yeso en el Portijuelo, para la fábrica de Santa María. En 1761 se encontró muerto en el azudillo de Trasmón y con el rosario entre las manos a José Pérez, ermitaño de san Antonio de Morés. Tenía ochenta años. En 1807 murió Francisco Lasierra al caer de un árbol donde estaba cogiendo ceremeñas. Mosén Vicente Joven, regente y beneficiado de Saviñán, murió en Alhama en 1822, donde había ido a tomar las aguas. Antonio Millán Ostariz murió ahogado en la acequia de la fábrica de la luz en 1952.

El cementerio parroquial confrontaba con la iglesia y ocupaba el solar donde se levantaron más tarde las escuelas, hasta que se trasladaron al recreo en 1925. Por allí debía situarse la antigua Casa Consistorial, aunque antiguamente el Concejo se reunía bajo el portegado de la parroquia, según aparece a principios del siglo XVI. En 1807 José Gracián Carrascón compraba una casa en la calle de la iglesia de Saviñán, confrontante con las cárceles públicas del pueblo. Anteriormente las escuelas ocupaban la actual casa parroquial, que se terminó el 20 de abril de 1891. Allí aparecen en 1716. Entonces era maestro Blas Monteagudo, a quien el Ayuntamiento le pagaba su sueldo desde san Juan hasta san Miguel. El resto del año le pagaba el Capítulo de San Pedro. Era frecuente que el maestro de niños hiciera también de organista.

En la visita pastoral de 1826 se prohibía el tránsito de los escolares por la iglesia. El obispo pedía que dentro de cuatro meses se abriera otra entrada para llegar a la escuela. Por ello llamaba la atención del Capítulo y del Ayuntamiento sobre este particular, "pues acostumbrandose los niños á pisar, correr y divertirse de mil modos en las Iglesias, que en aquella edad deben infundirles ya un temor majestuoso, después nada queda que llame sus corazones á la compostura y piedad con que deben asistir a las funciones augustas de nuestra Sagrada Religión".

En 1713 el canónigo de Tarazona, Francisco de Avendaño, pedía que ningún eclesiástico andara de día por el lugar sin sotana larga ni cuellerillo. En otra visita pastoral fechada en 1720 se escribía que por las ventanas de las casas vecinas que daban al cementerio se tiraban inmundicias. Por eso se pedía que se pusieran en las ventanas rejas de madera. A José Lázaro se le exigía que cerrara el portillo de su corral que caía al cementerio.

En 1733 Fr. García de Pardiñas prohibía que se tomaran refrescos, chocolate o comida en la iglesia, capillas, sacristía, ermitas y oratorios públicos o privados. Pedía que los niños no se llevaran a los oficios, porque distraían al oficiante y a los fieles.

En la visita de 1826 se pedía que se cerrara con tapia de espinos la parte del cementerio que daba a las heredades, para evitar que entraran animales inmundos, o que se profanara de otro modo aquel respetable lugar.

El primero que se enterró en el cementerio municipal fue el joven de veinte años Manuel Marín, el 6 de octubre de 1834. En agosto de aquel año murieron en Saviñán treinta y cuatro personas.

En 1757 Esteban Vilanova mandaba al mayordomo de la iglesia y a los colectores que en sus cuadernos de colectoría apuntaran, partida por partida, las décimas que pagaba cada vecino, así como los corderos, vino, trigo y demás panes, leyendo al pie del altar la décima y primicia de cada uno.

En Saviñán el cultivo predominante fue el olivo y ya aparecen citados los de Trasmón en 1302. Se cultivaban en secano y en regadío, y según fuera se plantaba también en el terreno sobrante cebada, trigo, patatas, garbanzos o habines. Todas las órdenes religiosas tenían olivares en Saviñán, donde se obtenía mejor aceite que en el bajo Aragón. En un protocolo del notario de Saviñán Pedro Gascón, de 1602, se decía que era tanta la afluencia de gentes de Calanda que venían a Saviñán a comprar aceite, que el Concejo prohibía su venta, debido a la mengua de la fama del aceite de la zona. En 1583 murió en la cárcel de la Señoría Nicolás Lezcano, de Molinos, de "tierra de Calanda".

En 1883 se pagaba de la limpia del albercón de Trasmón a cuatro reales y veinticinco céntimos la hanegada. Para las fiestas de Navidad los patronos invitaban a los trabajadores a un desayuno en el molino de aceite, a base de pan, mostillo, higos en harina y anís. En el último día de la recolección de la oliva se hacía en el campo la olla, un rancho con patatas, carne y arroz, con abundante pan y vino.

En 1819 el primer terrateniente de tierras de regadío en el pueblo era Juan Pujadas, que regaba con las acequias algo más de ciento veintiocho hanegadas, el conde de Argillo pagaba por ciento veinticuatro hanegadas y Ceferino Carrillo por ciento tres hanegadas. En 1825 el primer contribuyente de Saviñán era el conde de Argillo, que pagaba algo más de mil trescientos dieciséis reales de vellón.

En el siglo XVII los Muñoz tenían en Saviñán un heredamiento en Jumanda, llamado de los Palancares, una torca de tierra blanca de unas cuarenta hanegadas y otro heredamiento en Jumanda de veintiocho hanegadas. Eran dueños de veintinueve olivares, de un huerto en el puente, un molino de aceite y cuatro viñas, una de ellas en Arenillas. El olivar de la torre de las Doncellas tenía ocho hanegadas. La torre y heredad de Argillo, en Calatorao, tenía cuarenta y cuatro cahíces de trigo.

Todavía en el siglo XIX la condesa de Argillo tenía rentas y treudos en Calatayud, Paracuellos de Jiloca, Huérmeda, Terrer, Jaraba, Ateca, Bubierca, Belmonte, Ricla, Ibdes, Torres, Villalba y Teruel. En Calatayud tenía diecinueve casas alquiladas.

En 1804 la casa de Argillo administraba en Saviñán catorce olivares, con el de la Aldehuela, quince olivares en mediales, cobrando la renta de dos huertos y de tres huertas, además de los alquileres de casas. El administrador cobraba cien sueldos, doce sueldos el ama de llaves, nueve sueldos la criada, el torrero de la Aldehuela cien sueldos y otros cien el criado de mulas.

En 1904 el palacio de los condes de Saviñán estaba valorado en diez mil cuatrocientas sesenta y cinco pesetas. En su día el conde obligó a Juan Lafuente a cerrar una puerta de salida a la plaza Muñoza, que había abierto sin su consentimiento. En la calle de Laureles los condes tenían cuatro casas más, además del palacio, una en la calle de la Constitución, otra en la calle del Centro, ocho en la de San Roque, tres en la calle de San Ramón, dos casas en la plaza de la Señoría y una en Santa María. El molino de aceite estaba valorado en ocho mil setecientas ochenta pesetas.

El 24 de abril de 1882 aparecía en el Boletín de la Provincia de Zaragoza el anuncio para la contratación en pública subasta de la Casa Consistorial de Saviñán, cárcel y macelo, bajo un tipo en baja de catorce mil cuatrocientas cincuenta y cinco pesetas y ochenta céntimos. El actual Ayuntamiento ocupó el terreno de su antecesor y la casa de los Heredia, desde cuyo balcón saludó a los vecinos Esperanza Bordíu Bascarán, después de contraer matrimonio con José Martínez Ortega, el 2 de febrero de 1918. Esta casa ya aparece en las capitulaciones matrimoniales de 1573 entre Miguel de Heredia y Rueda y Francisca Muñoz, que al quedarse viuda ingresó en Zaragoza de carmelita descalza. La casa confrontaba con un huerto y la plaza. Además, Miguel de Heredia y Rueda traía al matrimonio una bodega, siete olivares, un corral de ganado en las eras altas, una viña en la Buitrera de Saviñán, ocho piezas en Saviñán y Calatayud, además de numerosos censales de casas y tierras. En plata labrada aportó en valor de mil escudos jaqueses y otros mil escudos en paños y tapicería.

El nuevo Ayuntamiento, donde nos encontramos, se inauguró el día de san Antón de 1995.

En uno de los libros de cuentas de José Gracián Gasca, se apuntaba que en 1891 había prestado cien pesetas a Mateo Lopo, entonces secretario del Ayuntamiento, para gastos de traslación de casa y pago de la posada. Y el nuevo secretario pasó a vivir a Saviñán con su mujer y una hija. Todo parecía normal, pero el secretario enfermó de gravedad y el 13 de marzo de 1892 el regente y ecónomo mosén Vicente Bono, casó al entonces secretario del Ayuntamiento de Saviñán, natural de la Puebla de la Calzada, Badajoz, soltero de cuarenta años, con Antonia Herraiz, soltera de treinta y seis años y natural de Castejón, Cuenca. Habían vivido maritalmente por espacio de quince años, teniendo varios hijos, aunque entonces sólo vivía Matilde Lopo Herraiz. La boda se celebró en su casa y sin proclamas, por ser in articulo mortis del contrayente y tampoco hubo tiempo de pedir los consejos paternos. Fueron testigos José Gracián y el zapatero Benito Romero. Mateo Lopo murió tres días más tarde, el 16 de marzo, a las seis de la tarde, a causa de tisis neumónica. Recibió los últimos sacramentos y se enterró en el camposanto.

Mariano Amada, amigo y profesor en el Instituto Goya de Zaragoza, me contaba una historia increíble. Ana, una de las bedelas del Instituto, le había comentado que su abuela había nacido en Saviñán, siendo hija de la condesa. Por ser hija ilegítima fue conducida a la Casa Hospicio de Calatayud. Parece ser que la condesa siempre veló por ella y cuando tenía unos trece años se la quiso llevar, pero la niña fue dada en adopción a un matrimonio. Aquella hija ilegítima de la condesa se llamaba Vicenta de Gracia.

Y la historia era cierta. El 16 de abril de 1883 mosén Vicente Bono, coadjutor de la parroquia de Saviñán, con el beneplácito del regente mosén José María Lasierra, bautizó solemnemente a una niña de padres desconocidos, a la que le puso de nombre Vicenta de Gracia, que por su desarrollo debía tener unos doce días de vida. Fue su madrina Rosa Garza, viuda de Victoriano Martínez, de Saviñán. Al día siguiente se la condujo a la Casa Hospicio de Calatayud. Nada nos dice mosén Vicente Bono de quien la había llevado a bautizar.

En Saviñán y en 1874, el médico Cecilio Granada, bautizó por necesidad a un niño que murió enseguida. El médico, natural de Retortillo, Soria, estaba casado con Blanca Pujadas. El 20 de agosto de 1895 se bautizaba en San Pedro de Saviñán a Bernardo Justo Samuel Pujadas. Era hijo de padre desconocido y de Blanca Pujadas, viuda de Cecilio Granada, propietaria y natural de Barcelona. Sus abuelos se llamaban Joaquín Pujadas, natural de Los Arcos, Navarra, y de Luisa Caraman, ya fallecida, de Barcelona.

Bernardo Justo Samuel Pujadas casó el 20 de febrero de 1941 y en la parroquia de Santa María de los Reyes de Barcelona, con Ángeles Tabuenca Tabuenca.

José María Trasobares me comentó en alguna ocasión que doña Blanca se bañaba en una balsa, que habían abierto cerca de la acequia de Jumanda, donde se acondicionaría más tarde un lavadero, bajo el recreo de las escuelas. La balsa tenía un canal de entrada de agua de la acequia y otro de salida, con lo que el agua se renovaba continuamente.

En 1885, Joaquín Pujadas, de setenta y cinco años, vivía en el nº 15 de la calle de Laureles. En el segundo piso vivía mi bisabuelo Babil Aznar, que era el pastor de la casa. Los Pujadas compraron todos los edificios, incluido el molino de aceite, a la familia Martínez. El molino lo compró más tarde Juan Ignacio Gracián. En 1925 las escuelas del pueblo fueron trasladadas a estos edificios, donde también se habilitaron casas para los maestros y para Correos y Telégrafos. En la fachada de la escuela de don César, donde fui escolar desde los seis a los diez años, se distinguía un recuadro. Según me contó Mariano Pina, allí se alojaba el escudo de los Martínez que actualmente campea en la fachada de la casa de Lourdes Asensio en la plaza, que en tiempos tenía un gran portalón redondo. La explicación que me dio entonces es que el último encargado de Pujadas vivía en esta casa de la plaza y cuando se llevó a cabo la venta de estos edificios al Ayuntamiento, el escudo de piedra negra de Calatorao fue arrancado y colocado sobre este portalón de la plaza.

Aún os podría contar algunas historias más, pero creo que por esta vez vale.

(1) Conferencia ofrecida dentro de las actividades del Verano Cultural el 27 de julio de 2009

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