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La ermita de Nuestra Señora del Buen Parto, vulgo Ruzola. Ornamentos y un pleito
del siglo XVIII


Oratorio de Ruzola

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El 11 de agosto de 1716 y ante el notario Juan Antonio de Rada, Juan Bautista Ramiro y José Aparicio, regidores comisarios, nombrados por el Ayuntamiento de Calatayud, para recibir del vicario y beneficiados de la parroquia de San Juan de Volapié, las jocalias, alhajas y ornamentos que habían tenido en custodia del oratorio y casa, donde había nacido el Venerable Domingo de Jesús María Ruzola, mediante comisión dada el pasado día 8 de agosto, otorgaron haber recibido una serie de ornamentos. Eran los siguientes:

Seis cuadros grandes, cuatro de ellos sobre la historia de la vida del Venerable Ruzola y dos de San Iñigo y San Paterno. Un cuadro pequeño de Ntra. Sra. de la Concepción, un cáliz de plata con su patena, con peso de 32 onzas, un crucifijo para el altar, dos pares de corporales, tres velos de tafetán para sobre cálices, de diversos colores, y varias casullas: de tafetán verde, terciopelo negro, raso blanco y tela de plata. Un frontal de tela de plata y otro colorado, un misal, una campanilla de tocar a alzar y otra campana grande para tocar a misa. Una imagen de Ntra. Sra. vestida de tafetán pardo y blanco, con un Niño Jesús en las manos, vestido de lo mismo. Un par de gradillas para el altar, dos purificadores y un paño para el lavabo, seis bancos de nogal sin respaldo para la iglesia, dos caldericos de alambre para el agua bendita, un confesionario con silla de pino y un bufete de nogal con tapete de color café. Un alba de lino, con amito y cíngulo, una tarima de pino, otra de la misma madera para el pie del altar, una piedra vaciada para pila de lavar las manos, un atril pequeño para el altar, una pila de piedra picada para el agua bendita y una lámpara de atril. Doce blandoncillos de madera torneada, tres bolsas de corporales, dos tablas de manteles para el altar, una salvilla de plata de 6 onzas de peso, dos cajetas con sus cerrajas y llaves para recoger limosnas, y tres llaves: una de la puerta del oratorio y dos de la casa contigua.

Una vez recibidos estos ornamentos, los regidores avisaron a Fr. Alejandro de Santa Teresa, prior del convento de San José de carmelitas descalzos, para que las recibiese, como así lo hizo.

Para la procesión del primer día de las letanías, o rogativas mayores, que se celebraban próximas a la Ascensión de Cristo, el Ayuntamiento de Calatayud participaba con el Cabildo de Santa María y el Clero Universal, visitando todas las parroquias de la ciudad. En la celebrada el año 1769, el vicario general impidió que las cruces de las parroquias pasaran al oratorio de Nuestra Señora del Buen Parto, vulgo Ruzola, para llevar a cabo en ella las oraciones y deprecaciones acostumbradas. Este hecho molestó al ayuntamiento, que se retiró de la procesión y motivó que se iniciara un pleito civil entre estas autoridades civiles y eclesiásticas. Este litigio se mantendría durante años.

El oratorio llamado del Venerable Ruzola tenía abiertas dos tribunas y, contigua a él, se levantaba la casa del santero. En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud celebrada el 15 de julio de 1769, se acordó por "conformidad de votos", conceder permiso a Mariano de Lobera, para abrir desde su casa una tribuna a la ermita y oratorio del Venerable Fr. Domingo Ruzola, porque iba a redundar en un mayor culto a este carmelita. Entre las razones que convencieron al ayuntamiento, estaba que Lobera era señor directo de aquella casa e iglesia, como heredero legítimo del mayorazgo fundado por García de Sesé, estando entre estos fundos la casa donde había nacido el Venerable Ruzola. Juan de Vera Cabeza de Vaca la había dado a treudo perpetuo a la ciudad, para levantar una ermita u oratorio.

El 26 de julio de 1769, Mariano de Lobera y Sesé envió un memorial al obispo de Tarazona, solicitando un decreto, que ratificara el acuerdo del ayuntamiento con la concesión de esta tribuna. El obispo le contestó el 29 de dicho mes desde Madrid. Le informaba que suspendía su decisión para otro tiempo más oportuno, pues aquello le cogía de sorpresa. Le prometía conocer este asunto en una próxima visita a la ciudad.

El 27 de abril de 1770, Mariano de Lobera, regidor perpetuo de Calatayud, envió a la Real Audiencia un pedimento de firma, señalando que era dueño de unas casas, con corral y jardín en la calle de San Miguel, que confrontaban con casas del mismo Lobera, en las que vivía Pedro Esparza, y casas de Francisco Perales, capilla del Venerable Ruzola y calles de San Miguel y de Ruzola. Su jardín confrontaba con la ermita, por donde había abierto una tribuna, con resguardo y reja, para oír misa y otras funciones, que mantenía a tolerancia del ayuntamiento y del vicario general

Vistos los hechos y conocida la negativa del vicario general, a que la procesión entrara en el oratorio de Ntra. Sra. del Buen Parto, el Ayuntamiento de Calatayud solicitó y ganó una Real Provisión, en la que se decía que no se le turbara ni molestara en sus derechos y usos, en relación con esta ermita. El 5 de mayo de 1771, el notario José Monreal y Vicente, requerido por el ayuntamiento, se la hizo saber al alcalde mayor de Calatayud, Antonio Alcayde. Tras varios intentos, el notario hizo lo propio con el vicario general. También la hizo pública a Ignacio Torcal, beneficiado de Santiago, y a Joaquín Pueyo, chantre y presidente de Santa María. Por su parte, Miguel de Lobera y Ciria partió con el notario a Tarazona, donde se la presentó al corregidor de la ciudad y al obispo José Laplana y Castillón, ya el 4 y 5 de junio del mismo año.

El 27 de abril de 1771, el obispo de Tarazona, conociendo que en la capilla de Ruzola se daba culto, en contra de lo dispuesto en las constituciones apostólicas y decretos pontificios, acordaba expedir unas letras, dando comisión al vicario general, para que recibiera ante cualquier notario de la ciudad información de dieciséis o más testigos, de edad provecta y de las prendas más sobresalientes, que bajo juramento contestaran a unas preguntas sobre esta cuestión.

El primer testigo en declarar fue Francisco Roy, prior de la Peña y canónigo dignidad de Santa María, que lo hizo el 28 de junio de 1771. Señalaba que en la plazuela de Ruzola existía una ermita con puerta a esta plazuela, que confrontaba con casas de Mariano de Lobera, Pedro Esparza y casa del santero. Creía que había sido construida a expensas de la devoción de los fieles, porque había visto una resolución del Cabildo de Santa María, de diciembre de 1670, en la que se había acordado contribuir con 22 cahíces de trigo para esta fábrica. La ermita solamente tenía un retablo pintado en la testera con la Virgen, que inclinaba su rostro hacia el lado izquierdo. Sostenía al Niño en una mano y aplicaba la otra a uno de sus pechos, de donde salía leche, que llegaba a los labios de la imagen del siervo de Dios Fr. Domingo de Jesús Ruzola, que estaba en el lado izquierdo de Nuestra Señora. En el lado derecho se representaba a San Bernardo y a San José. A la izquierda de Ruzola, se encontraban San Lorenzo y San Vicente. Añadía que los carmelitas descalzos de la ciudad, habían celebrado misa muchos años los días festivos. Algunas veces también estaba encendida una lámpara. En el ritual de la iglesia mayor para las procesiones, aparecía inscrita como Eclesia Venerabilis Ruzola.

Añadía que los fieles más incautos tributaban culto a Ruzola pues, al estar pintado, cualquier forastero podría dar culto al carmelita como santo. La tradición aseguraba que había nacido allí, aunque desconocía si algún obispo la había visitado. No lo creía, pues consideraba que no hubieran permitido la pintura, ni que se comunicara por una puerta y por el coro con la casa del santero, por las posibles irreverencias o profanidades que pudieran llevarse a cabo.

En la capilla había dos tribunas con rejas de hierro, situadas en el lado izquierdo, con entrada por la casa de Juan Antonio Perales, deán de Santa María, y de Mariano de Lobera. Había oído que la de la casa del deán, se había abierto hallándose en la ciudad su hermano, entonces obispo de Barbastro. La otra tribuna de Lobera se había abierto hacía dos años, aunque sin licencia del obispo, ni del vicario general.

El 4 de julio declaró el canónigo penitenciario de Santa María, José Jordana. Señaló que, por el Libro de Gestis de Santa María, conocía que en el cabildo ordinario, celebrado el 5 de diciembre de 1670, los prebendados que habían acudido ofrecieron 23 cahíces de trigo, para la fábrica de la ermita de Ruzola. 22 cahíces por aquel año y uno más para el año siguiente, de parte de uno de los prebendados. A aquella reunión habían faltado bastantes prebendados, aunque desconocía si los ausentes aquel día, habían contribuido en la fábrica con alguna cantidad. Por esa razón pensaba que se había construido a expensas de los fieles. Siendo vicario general, había amonestado a José García, presbítero de San Miguel, ya difunto, por oficiar misa en este oratorio. Había oído a algunos fieles llamar a esta ermita de Santo Domingo de Ruzola. Recordaba que siendo visitador en 1756, había mandado cerrar dos celosías que, de casas particulares, daban a la ermita de Ntra. Sra. de Consolación, que pertenecía a Santa María.

Francisco Gil, limosnero y canónigo de Santa María, declaró el 5 de julio. Afirmó que en la puerta de la ermita había una rejilla de hierro, para facilitar la oración de los fieles, y un cepillo para recoger las limosnas. Señalaba que ninguno de los santos pintados en el cuadro llevaba aureola ni rayos, que denotaran superioridad al Venerable Ruzola. En la capilla se daba culto y había concurrido con el Cabildo a la procesión de rogativas hasta el año pasado, que no lo había hecho por orden del vicario general. No creía que la hubieran visitado prelados ni visitadores, pues no hubieran tolerado la pintura, ni tampoco la comunicación de la capilla con la casa del santero. El entonces fallecido arcipreste Juan Antonio Yus, le había comentado que los santeros dormían en el verano en el coro.

Al día siguiente declaró Rafael Lezcano, canónigo magistral. Creía que la ermita se levantaría entre los años 1670 y 1676. En ella se guardaba una imagen, que no pertenecía al retablo, que se sacaba en la procesión del Corpus en una peana.

El mismo día declaró Vicente Domínguez, canónigo del Santo Sepulcro, y Francisco Foncillas, prior del Sepulcro, que no aportaron ningún dato nuevo. Este día, el canónigo regular del Sepulcro, Miguel Monterde, señaló que aquella ermita ocupaba la casa donde había nacido Ruzola y que había comprado la ciudad a cargo de un treudo perpetuo, que pagaba entonces a Mariano de Lobera, tras la muerte del carmelita, en febrero de 1630. Declaraba que los santos pintados no llevaban aureolas ni rayos. El acto de Ntra. Sra. hacia Ruzola, representaba el favor que había recibido estando en Barcelona, según relataban los historiadores. La talla de mazonería de la Virgen, salía en la procesión del Corpus. Se colocaba en una mesa de altar, pues no tenía nicho ni repisa para colocarla en el retablo. Monterde señalaba que, sobre la puerta de entrada, lucía en piedra el escudo de la ciudad. La fachada también albergaba un nicho, entonces vacío. Afirmaba que los fieles inadvertidos daban culto a Ruzola. No creía que el oratorio fuera visitado por los obispos, porque recordaba haber leído en el Epitome de las virtudes del siervo de Dios, escrito en 1700 por el P. Fr. Eusebio Blasco, carmelita calzado y natural de Calatayud, que el emperador Fernando III había solicitado el culto público, con las informaciones de virtudes que había enviado al papa, pero que no se había conseguido hasta entonces. Añadía que, acompañando en 1757 la visita de su tío Martín Monterde, canónigo de la catedral de Ciudad Rodrigo y luego de la metropolitana de Zaragoza, y visitador de su arzobispado, habiendo entrado a la capilla de Ruzola por la casa de los santeros, que comunica con ella, y visto el retablo, se admiró mucho que se permitiera aquella disposición de la Virgen. Recordaba que en su tiempo de estudiante, desde 1740 a 1746, el oratorio carecía de tribunas. Desconocía si la tribuna de Perales había obtenido licencia diocesana. La de Lobera se había abierto sin ella.

También declararon Joaquín Mateo y Joaquín López Martínez, abogado de los Reales Consejos. Este último aseguró que, mientras fue diputado del común, no había encontrado el reglamento con que se gobernaba, ni las cuentas, por lo que pensaba que el oratorio se había debido a la devoción popular. Recordaba que en el exterior, sobre la puerta, había un escudo con las armas de la ciudad. Juan Antonio Aragón, presidente del Capítulo de San Andrés, declaró el 8 de julio. Juan García de Linares, vicario de San Torcuato, afirmó que había asistido en esta ermita a las procesiones, siendo prior del Clero. Y añadió que los carmelitas descalzos y otros más celebraban misa en ella. Señalaba que Ntra. Sra. del Buen Parto se refería a la imagen que estaba en el altar y se sacaba en una peana en la procesión del Corpus. Declaró que el oratorio estaba dedicado al Venerable Ruzola.

El jurista y abogado de los Reales Consejos, Pedro Marqués, declaró que la ermita se había levantado a expensas de los fieles, a partir de 1670. Había sido síndico procurador general de la ciudad en los años 1769, 1770 y parte de 1771, y nunca había oído que se levantara con autoridad del ordinario, pues había reconocido las cuentas de propios y no había hallado partida de dotación para la capilla. Pensaba que los obispos y visitadores, en caso de visita, no hubieran permitido la disposición del retablo.

El prior del Clero y presidente de la parroquia de Santiago, Ignacio Torcal, señalaba que la ermita confrontaba con la casa de Mariano Perales, barón de la Torre, donde vivía entonces Juan Antonio Perales, deán de Santa María. Asimismo declararon el canónigo doctoral de Santa María, Carlos González, Tomás Ferrer, beneficiado de Santiago, y Javier Tris y Gregorio, arcipreste de Santa María. Ferrer señaló que cuando estaban reedificando San Miguel, habían celebrado la fiesta en la ermita de Ruzola.

El vicario general mandó revisar los registros de los actos comunes de la corte y audiencia eclesiástica, entre 1670 y 1680. Y el 15 de julio de 1771, el notario Jerónimo de la Fuente señaló que no había encontrado ningún escrito ni diligencia, sobre la erección del oratorio de Ruzola.

El 6 de mayo de 1771, el notario sustituto del ayuntamiento, José Monreal y Vicente, certificó que aquel mismo día el ayuntamiento había salido de sus casas consistoriales, yendo a la colegiata de Santa María. Con el Cabildo y el Clero Universal había salido en procesión de rogativas, en la forma acostumbrada. Habiendo salido de la iglesia de San Miguel, hacia la ermita de Ntra. Sra. del Buen Parto para hacer rogación, la procesión se desvió tomando distinta dirección. El ayuntamiento, viendo que se cambiaba el orden acostumbrado, envió al notario para pedir al vicario general que se entrara en el oratorio de Ruzola. Y éste, sin dejar de acabar la exposición del notario, le señaló que la procesión era un acto muy serio, para tomar en cuenta aquellas diligencias, continuando la procesión. Con esto, el ayuntamiento se retiró a las casas municipales, pidiendo que el notario diese testimonio de este hecho.

El 6 de mayo de 1771, el notario Juan Francisco Cortés, a petición del prior de la Peña y dignidad de Santa María, Francisco Roy, por ausencia del deán, Juan Antonio Perales, dio cuenta que aquel mismo día, en la procesión de las letanías, que llevaba a cabo el ayuntamiento con el Cabildo de Santa María y el Clero Universal, constató que a la salida de la procesión de la parroquia de San Miguel, en dirección a la de Santiago, el ayuntamiento había desertado de la procesión en medio de la calle, faltando a las visitas a esta parroquia de Santiago y a las del convento del Carmen calzado, Sepulcro, capuchinos, capuchinas, benitas y la Correa.

Este mismo día, el notario Juan Francisco Cortés dio cuenta también que, a petición del vicario general, había constatado que, al salir la procesión de la parroquia de San Miguel hacia la de Santiago, el escribano sustituto del ayuntamiento, José Monreal y Vicente, se había acercado al vicario general, José Mariano Tolosana, y le había pedido que la procesión se detuviera en el oratorio de Ruzola, pero el vicario le había contestado que las procesiones sagradas no se detenían en las calles.

En carta del obispo de Tarazona, enviada a Miguel de Lobera y Ciria, con fecha del 2 de julio de 1771, señalaba que la razón por la que no había entrado la procesión al oratorio de Ruzola, era porque tenía abierta una tribuna desde su jardín, mandándole que la cerrara.

El 2 de mayo de 1771, varios testigos declararon por cuenta del ayuntamiento. En esta ocasión lo hicieron Manuel Esteban, Roque Gil y Juan Antonio Vicén, que era entonces el ermitaño del oratorio. Recordaban que también habían sido ermitaños José Vicén, padre de José Antonio, y el padrastro de éste, Juan Cardona. Y como tales habían ocupado una casa contigua a la ermita, a la que se tenía acceso por una puerta interior. Habían cuidado de las jocalias por encargo del ayuntamiento, que los había nombrado, pagando a la ciudad 27 reales de plata, por el arriendo de la casa contigua a la ermita. Los testigos declararon que sobre la puerta de entrada de la ermita, campeaban las armas de la ciudad. En ella se celebraban misas por orden de la ciudad, quien tenía derecho a entrar en rogativa, en el día primero de las rogativas mayores, próximas a la Ascensión de Cristo, con el Cabildo de Santa María y los demás parroquianos de la ciudad con sus cruces, para llevar a cabo las oraciones y deprecaciones acostumbradas.

José Antonio Vicén declaró que había tocado la campana y encendido las velas en el altar, como también lo habían hecho su padre y su padrastro, colocando como ellos, a la entrada de la ermita, una fuente de agua bendita sobre una mesa y entregando ramos de flores, si el tiempo lo permitía, a los componentes del ayuntamiento, en este día primero de las rogativas mayores.

El procurador del vicario general defendía que los seculares no podían disponer en las funciones eclesiásticas, a cuyas autoridades les estaba reservado el ordenar que las procesiones se celebraran en las iglesias o fuera de ellas. También por breves y decretos apostólicos, se prohibía que ninguna persona, secular o regular, pudiera dar culto a otra persona que no estuviera canonizada o beatificada. Tampoco podían colocarse imágenes de estas personas en iglesias ni en oratorios públicos o privados, sin el consentimiento del ordinario eclesiástico, con diferentes penas.

De parte del ayuntamiento se pidió de nuevo al vicario que, con motivo de la procesión de las letanías, se entrara en el oratorio de Fr. Domingo Ruzola, para hacer las oraciones acostumbradas. Y una vez más el vicario se negó, pues este carmelita no estaba canonizado ni beatificado, ni podía tener culto ni veneración, sin el consentimiento del vicario y la aprobación de la sede apostólica. El vicario señaló que no prosiguieran estos abusos, dando culto y veneración a alguien que no estaba beatificado ni canonizado, amenazando proceder contra los que no cumplieran con su mandato.

El 15 de julio de 1771, el vicario general Tolosana, resumió toda esta información, que envió al obispo al día siguiente. Señalaba que, según la tradición, la ermita se había levantado sobre la casa natal de Ruzola, que había sido tomada a treudo por la ciudad para levantarla. La pintura refería un hecho que había relatado Antonio Agustín, obispo de Albarracín, en el libro impreso en Zaragoza en 1669, titulado: Epitome de la vida, virtudes y trabajos del V. Domingo de Jesús María, en el siglo Ruzola. Dejaba a consideración del obispo la pintura del retablo mayor de la ermita. Añadía que los santos pintados no llevaban aureolas ni rayos resplandecientes, que indicaran santidad, contraviniendo la disposición de la Sagrada Congregación de Ritual de 1659, aprobada por el papa Alejandro VII. El retrato de Ruzola también contravenía lo mandado por Urbano VIII.

En todo lo demás, el vicario general se conformaba con lo declarado por los testigos. En cuanto a la lámpara, había leído en el tomo primero de las Historias eclesiásticas, de Blasco de Lanuza, tratando de San Pedro Arbués, martirizado en 1485, que la ciudad de Zaragoza había deliberado en 1490, que hubiera una lámpara para que ardiese en su sepultura. En aquel tiempo colgaba del techo una fuente pequeña de bronce, para encenderla cuando fuera beatificado. En 1618, cuando Blasco de Lanuza había escrito este libro, la lámpara aún no ardía.

El vicario general señalaba que, si la lámpara ardía en el oratorio de Ruzola, era por abuso, aunque afirmaran que alumbraba en honor a Ntra. Sra. del Buen Parto. Añadía que los devotos contribuían con aceite, pensando que la lámpara ardía en honor del Venerable Ruzola. Al vicario general le constaba que la ciudad guardaba cierto resentimiento, por no haber entrado la procesión a esta ermita. No comentaba nada de las tribunas abiertas al oratorio y aseguraba que, aunque se retirara la pintura de Ruzola, la gente seguiría en el error, creyendo santo al Venerable.

El 4 de septiembre de 1771, ante el notario real y apostólico, Jerónimo la Fuente, y ante José Monreal y Vicente, notario sustituto del ayuntamiento, compareció en el palacio episcopal, donde residía el vicario general, Miguel de Ciria, regidor perpetuo y comisionado del ayuntamiento, quien señaló que, habiendo recibido de su majestad una carta orden, para que se dispusieran rogativas por el feliz alumbramiento de la princesa de Asturias, trasladaba el encargo al vicario para que, en vista de los muchos prodigios experimentados a las personas que habían acudido a Nuestra Señora del Buen Parto, que se veneraba en la ermita llamada también de Ruzola, de la que era patrona la ciudad, ordenara que la rogativa de aquel día entrara para aquel afecto. Pero el vicario general se reafirmó en lo que ya había transmitido al comisionado Miguel de Lobera, proscribiendo el culto público y la entrada de las procesiones en esta ermita, con la reserva que tenía el obispo sobre el "desconocido y poco decoroso" título de Nuestra Señora del Buen Parto. Por todo ello, el vicario no levantó su prohibición.

El 24 de mayo de 1772, Blas de Lafaya, escribano de número y del ayuntamiento, certificaba que, con fecha del día anterior, los regidores de la ciudad habían solicitado al vicario general, que la procesión del día 25 entrara en el oratorio de Ruzola. El vicario había contestado que se dirigieran al obispo, quien había publicado unas letras de excomunión mayor, por las razones que contenía el mismo mandato. Estas letras se expidieron el 18 de mayo, siendo fijadas en las puertas del oratorio, por el racionero Francisco de San Pedro, regente de la cura de almas de la colegiata de Santa María. El mismo 24 de mayo, el regente notificaba que había publicado las letras en el ofertorio de la misa conventual. Y el mismo día, el notario certificó que se habían fijado en las puertas del oratorio, pero estas letras fueron rasgadas y rotas.

El procurador del obispo señalaba que el día 25, el ayuntamiento había abierto el oratorio de Ruzola, iluminando el altar mayor y colocando agua bendita, dejándolo todo dispuesto para que entrara la procesión de las rogativas. Pero este día, la procesión pasó de largo del oratorio y no entró, de lo que había dado fe el notario Blas de Lafaya.

El 1 de agosto de 1772, el fiscal de la Real Audiencia firmó una larga exposición, en la que se mostraba contrario a la excomunión dictada por el obispo, pues el ayuntamiento estaba en su derecho de entrar en la ermita con la procesión y nadie podía impedirlo, donde se daba culto a Ntra. Sra. del Buen Parto. El obispo solamente podía privar del culto al Venerable Ruzola, porque no estaba canonizado ni beatificado.

El 24 de septiembre, el escribano José María Ramírez dio una información, poco menos que chocante, pues nadie se había dado cuenta de un detalle esclarecedor. El escribano daba fe que en la ermita de Ntra. Sra. del Buen Parto, que pertenecía al ayuntamiento, había un lienzo pintado con Ntra. Sra., y a su derecha San Bernardo y San José. A la izquierda aparecía el retrato de un fraile, con ropaje y vestiduras que usaban los religiosos descalzos, del convento de San José de Calatayud. El escribano había tomado cuenta que al pie del retrato, había una inscripción que declaraba que se trataba de San Juan de la Cruz. Esta puntualización había pasado por alto a todos los interesados en este pleito, por lo que podemos pensar que sería interesada.

Por su parte, el Ayuntamiento de Calatayud pidió que se compulsara el Libro de Gestis de Santa María, sobre la fábrica y erección de la ermita y retablo, ganando el 19 de septiembre una Real Provisión, para que se llevara a cabo esta compulsa. Al día siguiente el notario se lo comunicó al Cabildo. Y en el Libro de Gestis, fol. 94, se halló un asiento que correspondía al año 1670, que señalaba al margen: limosna al Venerable Ruzola. En él se había apuntado la voluntad de todos los capitulares para levantar la ermita.

El 16 de diciembre de 1772 se proveyó un auto, en el que se aclaraba que la firma ganada por el ayuntamiento de Calatayud, no obligaba al Cabildo de Santa María ni al Clero Universal a entrar en la ermita de Ntra. Sra. del Buen Parto, si no lo consideraban oportuno. La cuestión, al fin, había quedado en tablas.

Heraldo de Aragón (1-7-2023)

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