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Andrenio y Critilo, Gracián y Chopin, ficción con trasfondo de personajes reales
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A cuatro manos, óleo de Isabel Loewe
GERMÁN LOEWE | Nunca olvidaré a mi abuelo Baltasar. Era un alemán de Kassel, intelectual, liberal, escéptico. No encajaba en el tópico germánico, salvo por los mostachos y el porte erguido. Yo lo recuerdo de sus últimos años, cuando aún conservaba la mente fresca y asombrosamente lúcida. Era un misántropo impenitente, que despotricaba contra todo y todos, a la vez que mostraba una gran ternura y sufría con la soledad de los viejos.
Luego, años tras su muerte, empecé a comprender lo de su soledad de viejo. Siempre me decía que se sentía como un mueble en la familia, que ahí estaba inmóvil y todo el mundo pasaba de largo. No creo que tuviera razón objetiva, porque nunca dejó de estar acompañado. Pero su razón subjetiva le venía del aislamiento que conlleva la vejez, de que te vas envolviendo como una crisálida, al sentir que estás como desencajado del mundo y de las vidas de los tuyos.
El abuelo Baltasar había sido musicólogo y profesor de filosofía. Sus dos hijos mayores, mis tíos Andrenio y Critilo, llevaban esos nombres tan extraños en homenaje a los dos protagonistas del Criticón de Baltasar Gracián. Y es que el abuelo era un admirador incondicional de Gracián, al que había leído a través de una traducción al alemán hecha por Arthur Schopenhauer, a su vez devoto del escritor español del siglo de Oro.
El toque de sátira (dicen que menipea) y las profundas alegorías que encarnan la contraposición del hombre natural, ingenuo, iletrado y apasionado (Andrenio) con el hombre reflexivo, sabio y equilibrado (Critilo) en la magna obra de Gracián, encandilaron por igual a Schopenhauer y luego a mi abuelo, porque ambos veían el mundo a través del mismo filtro de pesimismo escéptico y melancólico.
Todo esto me viene a la memoria, al conocer la noticia de que nuestro nuevo Rey Felipe obsequió al papa Francisco en su reciente visita al Vaticano con una edición especial de aforismos de Gracián. Mi abuelo los citaba continuamente, aplicándolos a cada ocasión que le parecía oportuna.
Recuerdo unos pocos, que se me quedaron adheridos al alma, porque parece que Gracián los hubiera escrito para el abuelo:
"Señorío al hablar y al actuar."
"Antes loco con todos, que cuerdo a solas."
"Saber sufrir a los necios,"
No vivir deprisa."
"Arte al apasionarse."
A propósito de este último (Arte al apasionarse) y tirando del hilo de los recuerdos, llego al ovillo de mis propias raíces. Porque el abuelo Baltasar, a su tercer hijo, mi padre, le puso Federico, por Chopin.
El abuelo amaba la música de Chopin más que ninguna otra. Era un melómano completo y se lo conocía todo, pero siempre decía que Chopin era la música por excelencia.
Quién sabe, a lo mejor era que la música chopiniana le parecía la expresión tonal más acorde con Gracián, o acaso con Schopenhauer, que por cierto tenía predilección por Rossini.
Sea como fuere, lo cierto es que mi padre me inculcó también la devoción por Chopin, siguiendo la tradición del abuelo. Por eso, al tiempo que mis pensamientos se pasean entre los aforismos y el Criticón de Gracián, también confluyen y se entremezclan con las composiciones de Chopin, como si quisiera refundir en mi mente dos manantiales diferentes, que sin embargo para mí brotan de la misma fuente de mi abuelo.
Quizá esto explica que a veces sueñe con Andrenio y Critilo, y no sé si es con mis tíos o con los personajes del Criticón. En mi sueño les interrogo constantemente:
"Andrenio y Critilo, ¿por qué os gusta Chopin?
¿cómo podemos escuchar todavía su música, en medio del ruido ensordecedor de nuestro planeta globalizado?
¿hay aún espacio para dejarnos envolver y penetrar de sus armonías, pétalos, trinos, voces, melancolías, pasiones, amores inútiles?
¿no hemos comprendido que es la solución sencilla de todos los enigmas?"
Chopin vino al mundo una sola vez y creó lo irrepetible. No le marcó ninguna escuela y no creó tampoco la suya. Simplemente musicó sus sentimientos y nos los regaló para siempre. Creó una especie de brocado cromático, cuyo efecto es tan extraño y picante, que es imposible de describir. En sus manos los tonos se convierten en un bouquet de flores frescas y multicolores.
Y termina mi sueño recitándoles unos versos que me inspiró el polaco inmortal:
"Bueno,
Sabéis que soy amigo de esto:
melancolías bien dichas y tocadas,
levemente heridas, como con humedad.
Y un perfume tenue
de mujer palpada sólo desde lejos.
Ahora debo deciros:
Quizá fue pentagrama,
más una vez creada
escapó del papel
y está en todos los bosques,
donde parece ser
música que se filtra
como luz entre las copas,
y goteando irisada
sobre las hojas frescas
se diluye en la penumbra."
Adiós, abuelo Baltasar. Parece que con el tiempo olvidamos a los muertos. Pero hay como fogonazos que no olvidamos y siempre retornan.
Hechos de hoy (7-7-2014)
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