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Papas, obispos y meretrices
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FERNANDO FERNÁNDEZ | Este titular algo trasgresor no pretende ser irreverente, sino resumir en tres palabras unos hechos históricos que cambiaron el curso de la historia, allá por los finales de la Edad Media. Los hechos ocurrieron en la alemana ciudad de Constanza, donde se celebró el Concilio del mismo nombre entre los años 1414 y 1418, para tratar de poner fin al Gran Cisma de Occidente, surgido en el seno de la Iglesia Católica, cuando llegó a tener hasta tres papas, uno de ellos especialmente cercano a los españoles, Benedicto XIII, el llamado Papa Luna, que, habiendo sido elegido en Aviñón, se refugió en España y estableció su sede en la provincia de Castellón, concretamente en Peñíscola, donde en diciembre pasado visité el Convento de los Templarios que utilizó como residencia papal. Al contrario que Constanza, que aún hoy conserva su importancia por su relevancia histórica, Peñíscola es hoy más conocida por sus magníficas playas y por sus arroces marineros, que hacen de ella uno de los principales destinos turísticos del Levante español. Pero no es del Papa Luna de quien quiero hablar hoy, aunque su peripecia tal vez merezca un comentario posterior.
Situada entre Alemania y Suiza, en el extremo oeste del lago que lleva su nombre, la ciudad de Constanza es una de las más antiguas de que se tiene noticia en el mundo occidental. Existen ruinas que prueban su existencia desde dos mil años antes de Cristo y aún hoy existen restos de un poblado celta establecido allí en el siglo II a. de C. Debe su nombre en honor del emperador Constantino y su importancia deriva de su estratégica situación como lugar de tránsito y nudo comercial entre los pueblos del sur y del centro europeo. Esa importancia se conserva hoy por su riqueza histórica y arquitectónica. Muchas de las edificaciones de su centro histórico, primorosamente restaurado, lucen orgullosas en su fachada la fecha de su construcción en los siglos XII y XIII. Entre alegrones producidos por nuestros futbolistas campeones europeos, días atrás quise volver a Constanza, que ya había visitado años atrás en dos ocasiones.
Lo cierto es que la historia de la Iglesia Católica en aquellos turbulentos años no es la más ejemplar de sus dos milenios, cuando llegó a tener hasta tres papas y antipapas, con sedes en Roma, Pisa y Aviñón, desde donde nuestro Papa Luna escapó para refugiarse en la apacible Peñíscola cuando vio las orejas del lobo. Como ninguno de ellos tenía autoridad y capacidad de convocatoria suficientes, el emperador germánico Segismundo, de acuerdo con algunos obispos alemanes, convocó un concilio ecuménico para tratar de alcanzar la deseada unidad. En aquella época, Constanza tenía la nada despreciable cifra para la época de siete mil habitantes, pero, una vez convocado el Concilio, su población aumentó hasta setenta mil personas, procedentes de todos los países del occidente cristiano, entre ellas casi un millar de meretrices que se establecieron en un lugar cercano de la sede del Concilio, al otro lado del puerto, en un pequeño burgo que aún hoy se conserva.
Un tan elevado número de asistentes acompañando a los príncipes conciliares prueba la gravedad de una situación y la importancia que se le dio en toda Europa; y eso que de los tres papas que debían asistir solo acudió Juan XXIII (sí, digo bien, Juan XXIII), que se había distinguido más por sus dotes militares que por su vida piadosa. Aquel Juan XXIII había sido designado papa unos años antes por el concilio de Pisa, desde donde se dirigió a Roma para tomarla por las armas. Más prudente, nuestro Benedicto XIII decidió abandonar Aviñón y refugiarse en la cálida Peñíscola, a donde llegó montando una mula y aún vivió hasta la avanzada edad de 96 años. El belicoso Juan XXIII, ya en Constanza, pronto se enfrentó con el emperador Segismundo, y en vez de abdicar, como se le pedía, se disfrazó de mendigo y trató de escapar por la noche, sin éxito. Fue capturado, juzgado y hecho prisionero.
Si uno ha tenido interés en leer la historia de la República Checa, sabrá que Jan Hus es generalmente considerado como el padre de la nación. Fue un teólogo, filósofo, reformador y predicador que enseñó en la Universidad de Praga. Pero a los efectos de nuestra historia de hoy, Jan Hus es considerado como un precursor de la reforma protestante, y este fue el motivo por el que también fue llamado a Constanza. A pesar de que el emperador Segismundo le había dado un salvoconducto y prometido protección, la firmeza de sus posiciones hizo que fuera detenido, condenado como hereje y quemado vivo en una plaza de la ciudad. No tuvo mejor suerte su discípulo Jerónimo de Praga, que había acudido con él para darle protección. Tras largas y arrebatadas discusiones teológicas, los papas y antipapas existentes, con sedes en Roma, Pisa y Aviñón-Peñíscola, fueron destituidos uno tras otro. Finalmente, cuatro años más tarde, y cuando todos los actores de la disidencia habían desaparecido de la escena, el Concilio procedió a la elección de un nuevo papa, Martín V, el único jamás elegido en Alemania y a pesar de las enormes presiones del emperador para que fijara allí su sede papal, decidió volver a Roma, a la que encontró devastada y empobrecida como consecuencia de la toma de la Ciudad de Vaticano a manos del ya citado Juan XXIII.
En aquellos estresantes tiempos, el papel desempeñado por el tan grande número de meretrices que fueron llegando a la ciudad debió de tener un efecto balsámico y reconocido, porque en su memoria se levantó una enorme escultura femenina de llamativas formas, conocida por "la Imperia", de nueve metros de altura y dieciocho toneladas de peso, situada en lo alto de una peana rotatoria que es admirada en la bocana del puerto. En sus manos, Imperia sostiene las diminutas figuras del emperador Segismundo y del papa Martín V. De pie, sobre el zócalo que sostuvo al antiguo faro del puerto, gira continuamente aquella provocativa dama de escasos ropajes. La estatua de Imperia es admirada por los millones de turistas que cada año se acercan hoy hasta Constanza para conocer mejor un periodo tormentoso y decisivo de nuestra historia.
El Día (1-7-2012)
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