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La estancia de la Reina Isabel II en Calatayud en 1860
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FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | La reina, el rey consorte y los príncipes, acompañados por la comitiva real, iniciaron en Madrid, el 16 de septiembre de 1860, un viaje a las islas Baleares, Cataluña y Aragón. Se llevó a cabo en tren desde Madrid hasta Alicante, donde embarcaron hasta las Baleares. En el viaje de vuelta desembarcaron en Barcelona, tomando el tren hasta Lérida, donde la reina inauguró un puente sobre el Segre. El resto del camino hasta Madrid lo harían en diligencia. Entonces el tren alcanzaba una velocidad de hasta 60 kilómetros por hora, mientras que la diligencia recorría una legua en media hora.
En Zaragoza la reina celebró su XXX cumpleaños con un solemne besamanos. Allí hizo obras de caridad, visitando el Pilar, la Aljafería, las casas de beneficencia y otros monumentos notables. Con el rey presidió la procesión del Pilar.
En la sesión extraordinaria del Ayuntamiento de Calatayud, celebrada el 26 de septiembre de 1860, el acalde, Mariano Franco, participó a la corporación la noticia oficial, que la reina y su comitiva iban a pernoctar en la ciudad el próximo día 13 de octubre. También se dio lectura a una comunicación del gobernador civil, con fecha del día anterior y dirigida al alcalde, participándole de esta noticia, remitiendo una nota con las personas que componían la comitiva real, para que se les proporcionara los alojamientos necesarios. Para ello, la corporación acordó citar, para las siete y media de la tarde de aquel mismo día, a los mayores contribuyentes, siendo su número doble al de los concejales, para que, enterados de la noticia, se nombrara a una comisión que auxiliara a la municipal, para preparar el recibimiento. Para la comisión de festejos se nombraron a Alejandro Heredia, Ramón Alonso y Cosme Moreno. Puesto a discusión el local más aparente para el hospedaje de los reyes y altezas, se acordó por unanimidad elegir el que ocupaba el Casino Bilbilitano, a cuyo presidente dirigiría el alcalde la oportuna comunicación, solicitando el local.
En la sesión convocada para la tarde se nombró a otra comisión, compuesta por Saturio Muñoz, Vicente Larrea, Salvador Landa y Juan Francisco Mochales para que, en unión con la municipal, prepararan el recibimiento, concediéndoles amplias facultades para el desempeño de su cometido.
En la sesión del 29 de septiembre, bajo la presidencia de Mauricio Larraga, primer teniente de alcalde, el regidor de alojamientos presentó una nota de las casas, donde podrían alojarse los componentes de la comitiva real. Después de ligeras modificaciones, se pasó a la comisión de festejos para su confirmación definitiva.
En vista del mal estado del traje de los porteros del ayuntamiento y de los calzones de los timbaleros y porta timbales, se acordó su renovación, como también la cubierta de los timbales, por el mismo motivo, recayendo la ejecución de este acuerdo en el regidor Elizondo.
Cabalgata 1860
En la sesión del 30 de septiembre, con asistencia de las autoridades militares, judiciales y eclesiásticas, empleados del Gobierno y demás personas que desempeñaban cargos oficiales en la ciudad, el alcalde Mariano Franco abrió la sesión, dando a conocer la noticia de la llegada de la comitiva real, que iba a pernoctar una noche en la ciudad. Por este motivo debían acordar y convenir la mejor forma de hacerlo. Alguien recordó lo que se había hecho en casos semejantes, en otros viajes reales. Por ello se acordó que las autoridades militar, judicial, local y eclesiástica, esperaran a la comitiva real en los confines del término municipal con El Frasno. El resto del ayuntamiento y las personas que desempeñaran cargos públicos, se colocarían en la carretera, a la altura del convento de las capuchinas, donde se llevaría a cabo el recibimiento oficial. Todo esto sin perjuicio de tomar noticias de lo que hubiera llevado a cabo la ciudad de Zaragoza, para proceder con el mejor acierto.
En esta sesión se acordó que una comisión municipal, compuesta por el alcalde, síndico y los regidores Vicente Hidalgo y Sixto Elizondo, se desplazara el día 13 a los confines del término municipal, en el puerto llamado de Cavero, a esperar a la comitiva real. También se acordó que el alcalde entregara a la reina, en el acto de recepción oficial, las llaves de la población.
Una vez acabada la sesión, el ayuntamiento se ocupó de hacer un empréstito, para atender a los gastos que se fueran presentando. El regidor Tomás Tolosa fue el encargado de buscar un préstamo de 20 000 reales de vellón, por un plazo de tres meses.
En la sesión del 2 de octubre se acordó pedir a María Clarés, que blanqueara la parte renegrida de la fachada de su casa de la calle del Encuentro, por donde iba a pasar la comitiva real hacia la colegiata de Santa María. En el caso que esta vecina no lo hiciera, lo llevaría a cabo el ayuntamiento.
El 6 de octubre se vio un despacho telegráfico, que el concejal Heredia había dirigido al presidente, informándole que en Zaragoza había una carretela por 1000 reales, para que la pudiera utilizar el ayuntamiento los días 13 y 14 de octubre. El ayuntamiento acordó comunicarle su contratación, para que estuviera en Calatayud el 12 de octubre por la noche o bien a la madrugada del día siguiente. La utilizaría la comitiva municipal, cuando fuera a recibir a los reyes y altezas reales.
En la sesión del 9 de octubre el alcalde dio cuenta de una comunicación del comandante militar, con fecha del día anterior, a la que acompañaba una relación del número y clase de las personas que iban a llegar a las órdenes del Capitán General y del Ministro de la Guerra, para que se les proporcionara alojamiento. Vista la nota presentada por el regidor, de las casas en las que podían alojarse estas personas, se acordó comunicarla al comandante militar para su gobierno.
Se acordó asimismo girar, contra el capítulo de gastos imprevistos del presupuesto municipal, 240 reales a favor de Rafael Casado, que había construido un sillón para la presidencia del palco del teatro.
El 12 de octubre se vio la petición de un vecino que, por carecer de recursos, solicitaba que el ayuntamiento le facilitara diez luces, que necesitaba para la iluminación de los cinco balcones de su casa de la Rúa, la noche que la reina pernoctara en la ciudad. El ayuntamiento acordó prevenirle, que pusiera la iluminación por su cuenta en los balcones del primer piso, quedando encargada la comisión municipal para facilitarle los restantes.
Habiendo de llegar al día siguiente el Capitán General, el ministro de la Guerra y el presidente del Consejo de Ministros, se acordó que la comisión nombrada para recibir a los reyes en los límites del término, los visitara, ofreciendo los respetos de la municipalidad.
Para conocer el recibimiento y la estancia de la comitiva real en la ciudad, debemos seguir la crónica de este viaje, debida a Antonio Flores, que fue publicada en 1861 por la imprenta y estereotipia de M. de Rivadeneira, de Madrid. El cronista escribía que una ronda de labradores, con guitarras y bandurrias, había despedido a la reina, que se hospedaba en el palacio arzobispal de Zaragoza. La comitiva partiría al día siguiente, a las once de la mañana. En todos los pueblos del recorrido se veían arcos de triunfo, enramadas y adornos sencillos. En La Almunia se había dispuesto una tienda de campaña, donde se ofreció a la reina un refresco. Cuando cruzaron por El Frasno era ya de noche, pero el pueblo estaba muy bien iluminado.
El cronista señalaba que Calatayud se había vestido de gran gala para recibir y hospedar a los monarcas. Los arcos de triunfo, los adornos de los edificios, las iluminaciones y los preparativos hechos en el casino, los consideraba dignos de una capital de provincia. La ciudad había levantado un arco árabe a la entrada de la población, frente al convento de capuchinas, que aparecía pintado con lienzos transparentes, que producían un 'efecto completo'. La Plaza del Fuerte estaba engalanada con trofeos militares, inscripciones y multitud de luces de colores, en aptitud de festejar pasadas glorias.
Flores escribía que la ciudad se había engalanado para recibir a la reina, con músicas y cánticos, dejando atrás épocas de guerra y abriendo un tiempo de paz y de ventura, como ya había ocurrido con la convivencia en la ciudad de las tres religiones: cristiana, judía y musulmana.
El cronista señalaba que, a pesar de la oscuridad de la noche, que no dejaba contemplar el paisaje, el aire llevaba el aroma de la cercana campiña, recordando las fiestas agrícolas y las festividades religiosas que habían dado tanta fama a la ciudad. Citaba las procesiones del mes de mayo, que daban noticias las crónicas del siglo XV, y el rosario cantado o Estrella de la mañana que, según Piferrer y Quadrado, aun se celebraba, con asistencia de gran parte de la población.
La ciudad, con sus edificios iluminados, sus calles empinadas, estrechas y aconchadas en la peña, parecía retrotraer al cronista a épocas pasadas, con viejos castillos y algunos templos con 'canas venerables en mal hora teñidas, o lo que es peor aún, peinados a la moda'. En la iglesia de Santa María, que el cronista aseguraba que se situaba enfrente del Casino, donde había estado alojada la familia real, habían oído misa el día de la partida. Después de cruzar por el arco de triunfo, que el Juzgado y el Partido de Calatayud habían levantado a la salida de la población, la comitiva siguió por la barrera de Marcial, que se encontraba llena de gente, tomando el camino de Madrid. Muchas personas acompañaron largo trecho a caballo a la comitiva real. A mano derecha de los viajeros, se levantaba una sucesión de montañas, como murallas de piedra. A la izquierda se desplegaba la rica y cuidada vega del Jalón. No tardaron en pasar por Terrer, siguiendo por Ateca, Alhama y Ariza, donde se despidieron las autoridades de Zaragoza.
En la sesión del Ayuntamiento de Calatayud celebrada el 16 de octubre, el presidente propuso el nombramiento de un concejal, con otro de la comisión de festejos, para que formaran un inventario de los efectos empleados en los pasados festejos, con motivo de la visita real, quedando depositados bajo dos llaves en las casas consistoriales, entregando un ejemplar de este inventario y una llave al alcalde, y otro con la otra llave al depositario de los fondos municipales, cuyo nombramiento recayó en José Tolosa.
El 27 de octubre se vio una carta del vicario general, Joaquín Higueras, en la que invitaba a la corporación a un Te Deum. Tendría lugar en la colegiata de Santa María el domingo 28, a las diez de la mañana, en agradecimiento por el fin del viaje de sus majestades, que habían sufrido un atentado a la llegada a la capital. El 19 de octubre, antes de su entrada en Madrid, la reina había pasado revista a las tropas de la guarnición de Torrejón de Ardoz. Pero al cruzar por la Puerta del Sol, la reina fue objeto de un atentado. Flores lo achacaba a las doctrinas de aquel tiempo, que comenzaban a alzarse contra el trono que, para subsistir, tendría que hacerse constitucional y parlamentario. La crónica del viaje terminaba con una relación de las alhajas, que Isabel II había regalado a las personalidades que le habían atendido, con otra de los donativos en metálico, que alcanzaron la suma de 1 803 843 reales de vellón, con la consignación de los beneficiarios de los mismos. En esta última relación, se consignaba la entrega al alcalde de Calatayud de 40 reales, con destino a los pobres y a los establecimientos de beneficencia de la ciudad.
En esa misma sesión del 27 de octubre, el ayuntamiento nombró a una comisión, compuesta por Larraga y Heredia, para que, con el diputado provincial del distrito, informaran a la corporación de la resolución de varias gestiones, relacionadas con el abono de los gastos ocasionados por la visita real.
El 17 de noviembre el alcalde, con los mayores contribuyentes, dieron a conocer los gastos ocasionados por los festejos celebrados en honor de la comitiva real, presentando una cuenta al por menor, con documentos y recibos, que justificaban las cantidades pagadas por la comisión.
El 24 de noviembre, el cura ecónomo de San Pedro de los Francos dirigió una exposición al obispo, para que designara a la persona que debía reconocer la portada principal de la iglesia, que se encontraba en estado ruinoso. La torre inclinada de esta parroquia, sería desmochada el 9 de junio de 1840, con motivo de la pernocta de la reina gobernadora en el palacio del barón de Warsage, la noche del día 16 de aquel mismo mes.
El 27 de noviembre se informó que el ayuntamiento no contaba con fondos suficientes, para pagar los gastos que habían tenido lugar con motivo de la visita de la reina, con otras atenciones de la corporación, acordándose tomar a préstamo de la Caja de Descuentos de Zaragoza 40.000 reales, que Manuel Viedma había facilitado al ayuntamiento, a pagar en noventa días, debiendo otorgar la garantía el presidente y Ramón Melendo, respondiendo con ellos toda la corporación.
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