Retrato del infante Carlos de Austria por Velázquez
FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Carlos de Austria, hijo del rey Felipe III y de Margarita de Austria-Estiria, nació en Madrid el 15 de septiembre de 1607. Luis de Cabrera de Córdoba, criado y cronista de Felipe II, en su libro Relaciones de las cosas sucedidas en la Corte de Madrid, desde 1599 hasta 1614, publicado en la imprenta madrileña de Martín Alegría en 1857, escribía: "Partieron sus Majestades de San Lorenzo a los 14 de éste [septiembre 1607], a las cuatro de la mañana, por llegar aquí [Madrid] el mesmo día, y se detuvieron solamente en el lugar de la Torre, donde comieron, y la Reina continuó su camino en silla como había venido hasta allí, y tres leguas antes de llegar entró en el coche de S.M. con mucha importunación que hizo para ello, y llegaron a palacio a las once de la noche, y el día antes se habían casado en San Lorenzo los condes de Olivares.
El día siguiente, sábado a las ocho de la mañana, comenzaron los dolores a la Reina y parió un infante a las nueve y media, el cual nació blanquecino y rodeada la vid al cuello, y por eso y porque no se tenía por de días le echaron luego agua de bautismo y le pusieron por nombre Carlos, el cual mejoró y tomó el pecho, y después acá ha mamado y llorado, y se dice que está bueno y la Reina así mesmo; la cual había tenido dos tercianas antes de partir a San Lorenzo en un día y caminado tres leguas en el coche con S.M. muy apriesa, si bien dice la Reina que se sentía preñada cuando le sobrevino la última vez su costumbre, y conforme a esto, el Infante ha nacido entrado en los nueve meses, pero si fuese otra cosa presto se hará la prueba, cumplida la cuenta que se hacía".
El infante Carlos de Austria fue bautizado el 14 de octubre en la capilla real por el cardenal y arzobispo de Toledo, Bernardo de Rojas, siendo padrinos de la ceremonia sus hermanos Felipe y Ana Mauricia. El maestro Gil González Dávila, cronista de Felipe III y Felipe IV, en el tercer tomo de su libro Historia de la vida y hechos del ínclito monarca amado y santo D. Felipe Tercero, publicado por Bartolomé de Ulloa e impreso por Joaquín Ibarra en Madrid en 1771, apuntaba que el infante Carlos era muy dadivoso y callado. De él se conserva un soberbio retrato realizado por Velázquez entre 1626 y 1627.
Relación de las cuentas de las fiestas celebradas en Calatayud por el nacimiento del infante Carlos de Austria. Libro del notario del regimiento, 1607. Archivo Municipal de Calatayud
Al conocerse en Calatayud la noticia del alumbramiento del infante Carlos, Gaspar de Sayas, justicia y juez ordinario de la ciudad, el doctor Miguel de Peromarta y Pedro Fernández de Moros, jurados preeminentes, Diego de Vera, almotacén, Gonzalo de Liñán, juez, Francisco Pérez de Aranda, Alonso Remírez, Domingo de Sos Algar y Tadeo Pardo, jurados y oficiales reales de la ciudad de Calatayud, mandaron dar un bando, para que nadie pudiera alegar ignorancia, notificando el nacimiento del infante Carlos. En él se mandaba que la noche del jueves 4 de octubre, día de San Francisco, para demostrar el gran contento y alegría por el feliz parto de la reina y el dichoso nacimiento del infante Carlos, todos los vecinos de la ciudad debían encender luminarias y hogueras en las puertas y ventanas de sus casas, como se acostumbraba hacer en el nacimiento de los príncipes, bajo una pena de 60 sueldos y tres días de cárcel. Para festejar el nacimiento del infante Carlos, la ciudad celebró también fiestas con música, luminarias, toros y calderetas.
El 7 de noviembre de 1607 se vieron en el Concejo las cuentas de estas fiestas y regocijos, que había celebrado la ciudad por el nacimiento del infante Carlos, cuyos gastos habían ascendido a 600 reales y 3 dineros. En ellas se anotaban varias partidas de gastos. Al correo que había traído la noticia del nacimiento del infante, se le gratificó con 8 sueldos. Otros 8 sueldos se gastaron en dos candados para San Iñigo. Entre los gastos también se anotaba lo pagado por la compra de tela a varios comerciantes de la ciudad, entre ellos a dos sombrereros. Se consignaba también lo que se había pagado a los ministriles, a las trompetas y por las cabalgaduras de las trompetas y de los atabales. Lo gastado por cuatro hachas que habían acompañado al justicia de la ciudad y que habían ardido en las casas de la ciudad durante las fiestas, más otra hacha que había servido para encender a los toros jubillos. En estas fiestas se corrieron dos pares de toros jubillos. Entre los gastos se consignaban cuatro cuernos para los jubillos, con los hierros y clavos para asegurarlos, con lo gastado en barrenar estos cuernos y colocarlos a los toros. También se anotaba lo gastado en lanzas para matar a los toros y lo que cobraron los carniceros por su trabajo.
Para la corrida, se pagó al obrero de villa Pedro Muñoz por picar la plaza. También se anotaba lo gastado en llevar y distribuir la arena por el coso taurino y por quitarla, una vez acabadas las fiestas. Igualmente se apuntaba lo gastado en echar agua para las corridas, o sea, en humedecer o rojear la arena de la plaza, y por siete calderetas con su fuego, donde debieron acabar guisados los toros de las corridas.
La vida del infante Carlos de Austria fue muy corta, pues falleció el 30 de julio de 1632, cuando contaba 24 años, 10 meses, 15 días y 7 horas de vida. Jerónimo Gascón de Torquemada narró los últimos días del infante Carlos en su Gaçeta y nuevas de la Corte de España desde el año 1600 en adelante, que continuó su hijo Jerónimo Gascón de Tiedra y publicó el marqués de la Floresta (Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, Madrid, 1991).
Jerónimo Gascón relataba que el 24 de julio de 1632 habían dado al infante Carlos el Santísimo Sacramento y la Extremaunción, por no haber vuelto en sí "de un gran parasismo". A las diez de la noche, después de haberle dado "muchos garrotes y héchole muchos remedios humanos", llevaron a su aposento el cuerpo de San Isidro Labrador, que le hizo volver en sí. Más tarde llevaron a palacio a Nuestra Señora de Atocha con mucha prisa, acompañada de luces y señores, con todos sus frailes cantando letanías. A la una y media de la madrugada llevaron a Nuestra Señora de los Remedios, del convento de la Merced, con procesión de todos sus frailes y la congregación de Esclavos, con hachas blancas y su Guión.
A las seis de la tarde del día de Santiago Apóstol, hubo procesión general con todas las religiones, como el día del Corpus, llevando en ella a nuestra Señora de la Almudena. Dos días más tarde se llevó a palacio a Nuestra Señora del Buen Suceso y la imagen de San Antonio de Padua, que se veneraba en el Hospital de la Corte. El día 28 se llevó ante el infante el cuerpo de San Francisco de Borja, de la Compañía de Jesús, acompañado por doscientos religiosos de su orden, con velas blancas y sobrepellices. En procesión llevaron también a Nuestra Señora del Rosario, con todos los religiosos de la orden de Santo Domingo.
Pero a las dos y cuarto de la madrugada del 30 de julio falleció el infante Carlos. El marqués de Torres, mayordomo del rey, dio orden para que los santos cuerpos y las santas imágenes que estaban en el aposento, se llevasen al convento de San Gil de frailes franciscanos descalzos, cercano del palacio, y de allí se trasladasen a sus casas respectivas en procesiones generales, lo que se llevó a cabo en los seis días siguientes.
Seguidamente los cirujanos de cámara abrieron el cuerpo del infante y lo embalsamaron, sacando todos los órganos corruptibles, como tripas, asadura, ojos, sesos y lengua, que se llevaron a enterrar a la iglesia de San Juan, parroquia del palacio real.
Vistieron al infante armado sobre jubón y calzón de tela de plata, bastón de general, botas blancas, espada y espuelas de oro, sombrero grande negro, vuelta a la copa la falda, con plumas blancas atravesadas y la manopla de la mano izquierda caída. Lo colocaron sobre una cama de plata de martillo, con tela de oro y plata de matices, con dosel de lo mismo. En los tres altares de esta galería, donde se depositó el cuerpo del infante, se celebraron todas las misas que se pudieron decir desde las cuatro de la mañana hasta las dos de la tarde, igual que en todas las iglesias de Madrid. La misa de cuerpo presente se dijo en esta galería, celebrando el obispo de Cuenca, Enrique Pimentel. Su hermano, el rey Felipe IV, muy afectado según las crónicas, no asistió a los funerales del infante Carlos. Por la tarde todas las religiones fueron a la corte a decir el responso. A las diez de la noche bajaron el cuerpo del infante fallecido, para trasladarlo a San Lorenzo del Escorial. Toda la grandeza y nobleza de la corte lo acompañó hasta la Casa de Campo.
El maestro Gil González Dávila también señalaba que "hasta los niños hicieron en la Corte extraordinarias demostraciones, haciendo procesiones con los pies descalzos, y en los Conventos y Parroquias se dixeron muchas misas, y se hicieron señaladas rogativas" Unos días muy tristes, pues "hasta las piedras lloraron esta pérdida", según escribía Jerónimo Gascón de Torquemada.
|