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El olvidado aniversario de Joaquín Dicenta
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JAVIER BARREIRO | Se discutió durante mucho tiempo si Dicenta había nacido en 1862 o 1863, finalmente, la balanza pareció inclinarse hacia la primera fecha. De cualquier modo, nadie celebró, ni siquiera recordó, el año pasado, la efemérides de ese ciento cincuenta aniversario. Lo haremos en este para restañar en mínima porción un olvido más.
El día 3 de febrero, fecha en la que se conmemora un santo tan aragonés como San Blas, nacieron, con treinta y nueve años de diferencia, dos de los escritores más importantes y, por añadidura, más populares, que ha tenido Aragón en su historia: Ramón José Sender y Joaquín Dicenta. Si el primero es suficientemente leído y conocido, aunque persiste el feo vicio de articular su nombre como palabra llana, cuando debe pronunciarse como "vender", "tender", "pender" o cualquier otra palabra similar, el segundo es un absoluto olvidado. Los 151 años que se cumplen dicho día de su nacimiento en Calatayud son un buen motivo para sacarlo a la palestra y reivindicarlo.
Aquel 3 de febrero de 1862, la madre de Joaquín, esposa de un militar que viajaba desde Alicante a su nuevo destino de Vitoria, hubo de detenerse en Calatayud para dar a luz. Joaquín nunca volvió para vivir en Aragón y, sin embargo, él se dijo siempre aragonés y defendió con uñas y dientes en cualquier foro esa identidad, con la que, al parecer, se identificaba. Eso sí, tanto su padre, Manuel Dicenta, como su madre, Tomasa Benedicto, eran naturales de Zaragoza.
La biografía de Joaquín Dicenta es un ejemplo de desmesuras y de bohemia perseguida y vivida con la máxima intensidad. Su obra también se caracteriza por ese tono desgarrado, combativo y humanísimo, siempre luchando por la causa de los desfavorecidos hasta el punto de que, a raíz del estreno en 1895 de su drama Juan José, Dicenta se convirtió en emblema de las reivindicaciones populares y obreras. De hecho, esta obra es, probablemente, tras Don Juan Tenorio, la más representada en el teatro español desde su estreno hasta que fuera prohibida y borrada por el franquismo.
La suerte de Dicenta en Aragón no fue tan poco brillante como lo es hoy, donde ni siquiera en Zaragoza tiene la calle a él dedicada que gozan escritores de mucho menor fuste. Un busto, modelado por el gran Honorio García Condoy, se erigió en 1927 para ser colocado en la Plaza del Carbón. En 1936 fue abatido pero, por suerte, no destruido, por lo que hace unos años se restituyó, pero en otra localización mucho más alejada: El Parque Grande, donde es objeto del consentido vandalismo que afecta a todo nuestro patrimonio.
Quizá Dicenta sea hoy más conocido por sus descendientes que por sí mismo. Su hijo, también de nombre Joaquín, fue el autor de Nobleza baturra y otras populares obras de teatro. Otro hijo, Manuel, fue un excelente y muy conocido actor, que también se especializó en la recitación de poemas, actividad que en muchas ocasiones llevó al disco. Natalia y Daniel Dicenta también pertenecen a la saga. Y otros, menos recordados, pero también afectados por el virus del arte.
Ojalá todos ellos heredaran también el alto sentido de la justicia y empatía con los desfavorecidos que afectó a Dicenta y que plasmó en su abundante aunque desigual obra que abarcó todos los géneros, aunque su principal medio de expresión fue el teatro. Además del Juan José, El señor feudal, El lobo, Daniel, El crimen de ayer y muchas otras, fueron obras que dejaron impronta en los escenarios españoles. Pero, desde hace tres cuartos de siglo, ni se le representa ni apenas se editan sus obras.
Aragón Digital (4-2-2013)
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