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Las piedras de afilar de Aranda de Moncayo
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FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | Aranda, anda, si vas al pueblo, échate pan en la banda. Así reza una letrilla maldiciente. Para dar con esta rústica cantera de piedras de afilar, es preciso llegar hasta la plaza Mayor de la villa y tomar el camino con dirección al Cabezo Redondo. Faustino Sancho y Gil, que divisó de joven y desde aquella altura casi medio mundo, dejó escrito: "Si Espronceda hubiera existido, hubiera cantado en aquel sitio su himno inmortal". En el camino, algunos almendros descuidados y algún corro de tierra plantado de pipirigallo. A medio camino es preciso tomar un desvío que sale a nuestra diestra, dando con abundantes montones de cantos negruzcos. Los paisanos aseguran, como no iba a ser de otra manera, que allí tuvieron un poblado los moriscos. Y ya todo seguido se da con el barranco de Valdelatín, que corre por aquel paraje entre piedras rojas, parecidas a las de los montes de Albarracín, que por allí llaman rodeno, como a los pinos de aquella especie, y semejantes a las que flanquean el barranco de la Hoz, por donde discurre el río Gallo, que pasa lamiendo las viejas murallas de la muy noble ciudad de Molina de Aragón, bajo un puente romano construido con las mismas piedras.
Las aguas crecidas del barranco de Valdelatín, que con el barranco del Pozo van a morir al embalse de Maidevera, que alivia el estiaje del río Aranda, han ido tallando las rocas, ofreciendo una serpenteante y no menos impresionante garganta. Allí mismo, al borde del barranco que va y viene, sobre la masa pétrea horizontal, los canteros se aprestaban a tallar con cortafríos y macetas una piedra redonda de una sola pieza, que colocada en un eje, sirviera para afilar diferentes utensilios en las herrerías, armando una útil manivela, con un cuenco de agua dispuesto de tal forma, que al girar la piedra de amolar, se impregnara de agua y de esta manera se enfriase, contrarrestando las aparentes consecuencias del continuo restregón. Todavía pueden verse en este lugar algunas piedras, que en la necesaria operación de talla se quebraron, y los correspondientes huecos de aquellas que se consiguieron sacar enteras.
Las piedras que gastan todavía los escasos afiladores que van de pueblo en pueblo con su caramillo, pregonando su oficio, son de menor tamaño que éstas de las que ahora se habla, que se usaban, como ya se dijo, en las herrerías.
Camilo José Cela, en sus Notas de un vagabundaje por Ávila, Segovia y sus tierras, que tituló Judíos, moros y cristianos, cuenta que en el camino que iba de Turégano a Segovia se topó con un afilador que iba en dirección contraria a la suya y no se le ocurrió otra cosa que arrancarse en barallete, que no es más que una preciosa y a lo mejor ya perdida jerga gremial.
- mo che amece o corpurrio?
A lo que el afilador, con acento gallego de Nogueira de Ramuín, provincia de Orense, contestó de malos modos:
- da os guelfos te ticen, choulo de lorda!
La Migaña, tal como se conoce en Milmarcos, o Mingaña, nombrada en Fuentelsaz, que aunque guardan notables diferencias, comparten un origen común, es una jerga gremial utilizada por las cuadrillas de esquiladores o Juanmondas, y más tarde por los músicos o Trigos, en sus largos desplazamientos. Las cuadrillas de esquiladores, al mando del jefe o Maitan, salían a la primavera camino de tierras castellanas o aragonesas, según. La Migaña servía para la confidencial comunicación del grupo, cuando se encontraban delante del ganadero y tenían que discutirse los jornales o las condiciones de trabajo, sin que de ello se pudiera enterar el paisano.
En Milmarcos todavía se mantiene viva esta costumbre. Así lo escribe el profesor José María Miguel Hernández en su emotivo libro Milmarcos, crónica de la villa, que una tarde de julio encontré en el escaparate de una tienda de Ibdes.
Algunas palabras utilizadas en la Migaña tienen una clara y estrecha relación con productos, actividades y nombres aragoneses de la comarca de Calatayud, ya que Milmarcos siempre ha estado asomado a estas tierras. Así en esta jerga al ajo se le llama Ricla, a la fruta, La del Jalón, al tomate, Carenas, y al azúcar, Épila. A la botija se la conoce por Sastrica, al cántaro por Sastrica gros y al plato por Tobé o por Villafeliche. A la carta se la denomina Atecana y al correo Atecano. A la nieve se la conoce con el apelativo de Moncaya, al madrugar por Mainar, al tonto por Fiesta en Carenas, al huevo por Prisionero de Gelsa, al billete y al papel por Calmarza y a las alforjas por Las de Borja.
Y después de la faena, con los riñones deslomados, era siempre de agradecer un buen trago de vino. En Labros, lugar no lejano de Milmarcos, se cantaba:
Quedaos como un pairón,
idos de ver el vino
a mi boca con tal tino
cae desde el porrón...
Sea, pues.
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