EUROPA PRESS | El 8 de enero de 1601 venía al mundo el religioso y escritor español Baltasar Gracián y Morales. Aun en el caso de que no le conozcas por su nombre, es muy probable que alguna vez le hayas citado. Basta para ello que hayas dicho: "Lo bueno, si breve, dos veces bueno".
Nació en Belmonte, municipio a 12 kilómetros de Calatayud, en la provincia de Zaragoza. Este minúsculo pueblo (unos 238 habitantes), se llama desde 1985 Belmonte de Gracián en honor a su hijo más ilustre.
Con 18 años ingresó en el noviciado de los jesuitas, situado en Tarragona, lo que le llevó a estudiar dos años de Filosofía en Calatayud y cuatro de Teología en Zaragoza. Con 26 años se ordenó sacerdote y comenzó a impartir clases de Humanidades en el colegio de Calatayud. Su carrera eclesiástica estuvo muy ligada a la docencia, llegando a ser vicerrector del colegio de Tarragona de 1642 a 1644.
Paralelamente, desarrolló su carrera como escritor, la cual le supuso quebraderos de cabeza, enemistades, recriminaciones e incluso castigos en el mundo clerical.
Por ejemplo, la aparición de la tercera parte de 'El Criticón', su obra cumbre, le conllevó el reproche público del provincial jesuita de Aragón, la imposición por el mismo de una penitencia de ayuno a pan y agua, junto con la prohibición de escribir, y la privación de su cátedra de Escritura del Colegio Jesuita de Zaragoza.
En 1658, último año de su vida, fue enviado a Graus, pueblo del prepirineo oscense. Gracián llegó a escribir al General de la Compañía de Jesús para solicitar el ingreso en otra orden religiosa. Su petición no fue atendida, pero se le atenuó la pena y obtuvo cargos menores en el Colegio de Tarazona, localidad en la que murió el 6 de diciembre.
Entre su vasta obra, de estilo conceptista y sentimiento barroco, destacan títulos como 'Agudeza y arte de ingenio' (1648), 'Oráculo manual y arte de prudencia' (1647), 'El Discreto' (1646), 'El Comulgatorio' (1655), y la ya citada 'El Criticón'. Si hay algo por lo que su popularidad ha sobrevivido cuatro siglos es por sus máximas y aforismos, para las que sigue siendo un referente.
Como muestra te dejamos 25 de ellas:
1. Amar es el más poderoso hechizo para ser amado.
2. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo.
3. Cada uno muestra lo que es en los amigos que tiene.
4. Saber y saberlo mostrar es saber dos veces.
5. Cuando los ojos ven lo que nunca vieron, el corazón siente lo que nunca sintió.
6. Bien está dos veces encerrada la lengua y dos veces abiertos los oídos, porque el oír ha de ser el doble que el hablar.
7. El no y el sí son breves de decir pero piden pensar mucho.
8. El mentiroso tiene dos males: ni cree ni es creído.
9. En boca del mentiroso, hasta lo cierto se hace dudoso.
10. Todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo; incluso el que no tiene nada más, lo posee.
11. A los veinte años un hombre es un pavo real, a los treinta un león, a los cuarenta un camello, a los cincuenta una serpiente, a los sesenta un perro, a los setenta un mono, a los ochenta nada.
12. Discurren mucho algunos en lo que nada les importa, y nada en lo que mucho les convendría.
13. Discurrió bien quien dijo que el mejor libro del mundo es el mundo mismo.
14. El primer paso de la ignorancia es presumir de saber.
15. El que ríe por cualquier cosa es tan necio como el que llora por todo.
16. No hay peor descrédito que aborrecer a los mejores.
17. Hase de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos.
18. La felicidad de cada uno no consiste en esto ni en aquello sino en conseguir y gozar cada uno de lo que le gusta.
19. No hay hombre, por viejo que esté, que no piense que puede vivir otro año.
20. Sin valor es estéril la sabiduría.
21. Señal de tener gastada la fama propia es cuidar de la infamia ajena.
22. Hay mucho que saber, y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe.
23. Es cordura provechosa ahorrarse disgustos. La prudencia evita muchos.
24. Más valen quintaesencias que fárragos.
25. Errar es humano pero más lo es culpar de ello a otros.
Si Baltasar Gracián no consiguió con sus obras el aplauso unánime en vida, tampoco lo ha logrado 4 siglos después de muerto. Prueba de ello es este implacable poema que Jorge Luis Borges le dedicó, con el título 'Baltasar Gracián'.
Laberintos, retruécanos, emblemas,
helada y laboriosa nadería,
fue para este jesuita la poesía,
reducida por él a estratagemas.
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No hubo música en su alma; sólo un vano
herbario de metáforas y argucias
y la veneración de las astucias
y el desdén de lo humano y sobrehumano.
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No lo movió la antigua voz de Homero
ni esa, de plata y luna, de Virgilio;
no vio al fatal Edipo en el exilio
ni a Cristo que se muere en un madero.
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A las claras estrellas orientales
que palidecen en la vasta aurora,
apodó con palabra pecadora
gallinas de los campos celestiales.
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Tan ignorante del amor divino
como del otro que en las bocas arde,
lo sorprendió la Pálida una tarde
leyendo las estrofas del Marino.
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Su destino ulterior no está en la historia;
librado a las mudanzas de la impura
tumba el polvo que ayer fue su figura,
el alma de Gracián entró en la gloria.
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¿Qué habrá sentido al contemplar de frente
los Arquetipos y los Esplendores?
quizá lloró y se dijo: Vanamente
busqué alimento en sombras y en errores.
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¿Qué sucedió cuando el inexorable
sol de Dios, La Verdad, mostró su fuego?
Quizá la luz de Dios lo dejó ciego
en mitad de la gloria interminable.
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Sé de otra conclusión. Dado a sus temas
minúsculos, Gracián no vio la gloria
y sigue resolviendo en la memoria
laberintos, retruécanos y emblemas.
Europa Press (8-1-2016)