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La fuente de Paracuellos de la Ribera
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F. TOBAJAS GALLEGO | Como la mayoría de los pueblos, Paracuellos tiene una fuente de agua clara y bullidora en la plaza Mayor del lugar, que igual podría llevar el nombre de Baldomero Mediano y Ruiz, un ilustre paisano. Pero ya sabemos que la memoria de las gentes es flaca y su afecto voluble y tornadizo. En fin, que nadie es profeta en su tierra. No ocurre igual con su Patrón San Pedro Bautista, oriundo de San Esteban del Valle, provincia de Avila, que sufrió martirio en el Japón el 5 de febrero de 1597, y que seguramente sustituyó en su patronazgo a San Roque, que tiene dedicada una ermita en las cercanías del pueblo, a la cual se adosó el camposanto.
Al parecer en 1600, tres frailes franciscanos volvieron a España y entregaron a Fr. Pedro Campos, Provincial de los Descalzos de San José y además natural de Paracuellos, la rótula de San Pedro Bautista y un relicario, que sin más demora envió a la iglesia de su pueblo. Se trata de un Niño Jesús de marfil, sentado dentro de una peana de plata sobredorada. Entre los pies de la silla y con cristales se encuentra la reliquia de San Pedro, beatificado por Urbano VIII el 14 de septiembre de 1627 y canonizado por Pío IX el 17 de septiembre de 1861.
Cada año los lugareños festejan a su Patrón en fechas tan rigurosas, encendiendo en la plaza una gran hoguera que no se deja apagar día y noche. Antaño era costumbre que el Prior de la Cofradía recordase al Concejo que por su cuenta e intervención, debía cortar en el carrascal de la Umbría y en el chaparral del Calvario, veinticinco o treinta cargas de leña, por medio de limpia, para la hoguera de la fiesta del cinco de febrero. Es en estas fiestas cuando los paisanos bailan y bailan el villano, una danza popular muy animada, en la que antaño las mujeres iban descamisando a los hombres y aun dejándoles en calzones, al relente de las frías noches de febrero. Y quizá después del baile y la chirigota fuera preciso remojar el gaznate con el agua de la fuente. Y vuelta a empezar.
Eugene Poitou, consejero de la corte imperial de Angers, recorrió España allá sobre 1867, viajando de Zaragoza a Madrid en tren, pasando como no por Paracuellos. Entonces el viaje duraba doce horas. "Si la marcha es lenta, en compensación no hace ninguna parada, ni para desayunar ni para comer; y los que son tan imprudentes como para no abastecerse a la salida de abundantes provisiones, corren el riesgo de llegar a Madrid en ayunas. Debo decir, no obstante, para ser totalmente veraz, que en las estaciones se nos ofrece siempre grandes vasos de agua fresca. ¡Agua, agua fresca! es un grito que se oye por todas partes y constantemente en España, tanto en invierno como en verano. Este es el pueblo más sediento de la tierra. El otro día, en Alsasua, mientras la nieve caía y tiritábamos bajo un cierzo punzante, se nos ofrecía agua fresca". Vaya casualidad. En febrero y para las fiestas de San Pedro, el agua de la fuente de Paracuellos refresca como ninguna.
Y es en las plazas de los pueblos y no en otro sitio, donde suele encontrarse la fuente y el abrevador, y celebrarse los mercados y las fiestas, y saludarse las mozas de cántaro con los mozos que las festejan un día y otro día. Gustavo Adolfo Bécquer en su Carta V escrita en el Monasterio de Veruela, pinta la plaza de Tarazona en un día de mercado, fijando su atención en la gente. "(...) cuando en uno de sus extremos y cerca de una fuente donde unos lavaban las verduras, otros recogían agua en un cacharro o daban de beber a sus caballerías, distinguí un grupo de muchachas (...)", que bajaban cargas de leña al mercado desde el cercano pueblo de Añón, que distaba a tres horas de camino.
Eugene Poitou describe igualmente una plaza de Zaragoza con su fuente y sus gentes. "En medio de la plaza hay una fuente pública. Aquí vienen las jóvenes a coger agua en grandes cántaros de forma antigua, que llevan a la cabeza o en la cadera. Los aguadores traen aquí sus asnos para llenar los odres o las vasijas de ancha panza con que van cargados. Aldeanos envueltos en sus mantos están sentados o tumbados al sol sobre los bancos, ocupados en no hacer nada. Mujeres que van a la iglesia, vestidas de negro, medio veladas bajo la mantilla, pasan arrastrando sus largos vestidos por el polvo con una dignidad singular. Sacerdotes pasean gravemente, tocados con ese extraño sombrero de un metro de largo, con grandes alas dobladas por los lados, que Beaumarchais ha popularizado entre nosotros vistiendo ridículamente a Basile, y que difícilmente puede verse por primera vez sin reírse. Hay en este mundo movimiento sin agitación, y sobre todo una especie de lentitud grave y reposada; nada de esa prisa febril, de esa turbulencia afaenada que se ven en las ciudades del Norte. Estas gentes jamás tienen prisa; se dejan dulcemente vivir, y consideran que la vida y el sol son dos cosas que merecen ser gozadas". Aun con todo, Poitou no estuvo nunca en las fiestas de Paracuellos. ¡Vaya por Dios!
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