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El frustrado convento de Saviñán
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FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El presbítero Pedro Gotor Calmarza, natural de Campillo de Aragón, es autor de un curioso libro que compré hace tiempo en una céntrica ferretería bilbilitana, que trata de la Sábana Santa que se conserva en la iglesia parroquial de Campillo. Esta copia de la Sábana Santa fue un regalo de Fr. Lucas Bueno Nuño, nacido en Campillo en 1599, religioso de la Orden de San Juan, Comendador de La Almunia y Samper de Calanda, arzobispo de Tesalónica, obispo de Malta y Gran Prior de la Religión. Fr. Lucas murió en la isla de Malta en 1669, recibiendo sepultura en la iglesia conventual de la Orden en La Valetta.
El P. Faci nos cuenta en su monumental Aragón, Reino de Cristo, que en 1650 la real casa de Saboya regaló al Gran Maestre de la Religión de San Juan una copia de la Sábana Santa que se conserva en Turín, quien, a su vez, la donó al obispo de Malta, Fr. Lucas Bueno, en 1852. Esta copia de la Sábana Santa fue enviada a Zaragoza, donde el Recibidor de la Orden de San Juan la entregó a Antón Bueno, justicia de Campillo, y a Andrés Martínez Bueno, quienes la entregaron a la iglesia y villa de Campillo el 11 de julio de 1653, en la ermita de Santa María Magdalena. El domingo 13 de julio el Licenciado Juan Sánchez, prior de la iglesia de Campillo la mostró al pueblo. Hasta el año 1703 se conservó de la misma manera que había llegado de Malta, enrollada en dos varas de ébano con sus cordones de seda encarnada, metida en una manga o bolsa de damasco carmesí, cerrada con tres llaves de las cuales eran depositarios el prior de la parroquia, el justicia de la villa y el pariente más cercano de Fr. Lucas Bueno. A los pies del Cristo Crucificado del retablo se colocó una caja de nogal, guarnecida con fajas de hierro, dentro de la cual se introdujo la caja de ébano. Cada Viernes Santo se exponía esta reliquia, prendida con alfileres, sobre dos lienzos atados a un bastidor. Pero se comprobó que la tela se ajaba y para evitar cualquier daño, se determinó hacer otro retablo mayor, con la caja y las puertas proporcionadas, a los pies del mismo Cristo. Acabado el retablo, se clavaron los dos lienzos que se tendían anteriormente sobre el bastidor, y sobre el segundo lienzo se dispuso la Sábana Santa, que se aseguró con tachuelas doradas. Todo esto ocurrió el 15 de febrero de 1703. En tiempos, la reliquia se enseñaba dos veces al año, el día del Viernes Santo y el 14 de septiembre. Una bula del Papa Inocencio XII, fechada en 1693, concedía indulgencias al altar de la Sábana Santa. Por entonces ya estaba fundada la Cofradía de la Vera Cruz y la Sábana Santa.
En el Padrón parroquial de 1932 aparece la familia Gotor-Calmarza residiendo entonces en Saviñán, en el número 16, segundo piso, de la calle de los Laureles. Estaba compuesta por Ángel Gotor Calmarza, de cincuenta y dos años, Juana Calmarza Arcos, de cincuenta y cinco, y por sus hijos Lucía, de treinta años, José María, de veintisiete años, presbítero y coadjutor de la parroquia de San Pedro de Saviñán, Ángel, de diecisiete años y Pedro, de catorce años. Con el tiempo, Pedro Gotor Calmarza fue presbítero y canónigo de la catedral de Sevilla, en donde publicó este libro sobre la Sábana Santa en 1978, contando con una segunda edición en 1991.
Otro de los personajes ilustres de Campillo fue Pedro de Gotor, canónigo de la catedral de Tarazona, donde tomó posesión de la dignidad de chantre en 1600. El canónigo Gotor acompañó a las monjas concepcionistas de Tarazona, para fundar en el Arcedianado de Calatayud un convento. El canónigo quiso gestionar la fundación de este convento en Saviñán, pero sus intentos fracasaron, fundando finalmente en Miedes. Desconocemos los inconvenientes que no hicieron posible la fundación de este convento en Saviñán.
En la segunda parte de las Glorias Religiosas de Calatayud y su Antiguo Partido, del presbítero Mariano del Cos, publicadas en 1845, junto a la primera parte debida a Felipe Eyaralar, director del Colegio de Humanidades de Calatayud, se escribía que la Comunidad de Calatayud fundó este convento de Miedes en 1613. La fundadora fue la madre Hipólita Torrijos, de Zaragoza, que entonces era monja del convento de la Concepción de Tarazona.
En el libro de Ordinaciones, Capitulaciones y Concordias para la fundación del Convento, el procurador general de la Comunidad disponía "que las catorce mil libras que están cargadas sobre la Comunidad y que su majestad a mandado dar a la misma Comunidad, en paga de lo que le debía, sirva para el monasterio de monjas que se ha comenzado a fundar en dicha Comunidad, empleándose las rentas della en dicho monasterio". Para ello la Comunidad se comprometía a dar cada año para su mantenimiento "ochenta cayces de trigo y veynte y cinco alquezes de vino", cuyo gasto se repartiría entre los pueblos y lugares de la Comunidad. El convento debía levantarse anexo a la ermita de San Blas, con huerta y todo lo necesario. Pero entonces sólo se edificó el ala derecha y las monjas tenían que acudir a la ermita de San Blas para sus rezos, según cuenta la abadesa a Carlos II en un memorial de 1665. El 5 de septiembre de 1668, la abadesa sor Francisca Melendo contrató la continuación de las obras con los obreros de villa Diego de Mendoza, de Calatayud, y José Gassén Aznar, de Zaragoza.
En este convento vivió sor Inés de Jesús Franco, de Acered, cuya vida relató Diego Franco de Villalba, oriundo de Belmonte de Gracián, en 1733.
El padre carmelita Faci, en su celebrado Aragón Reino de Cristo, contaba que una imagen del Niño Jesús, que pertenecía a sor Inés, quien lo vestía, se veneraba en una urna en la capilla colateral de la parte del Evangelio de la iglesia del convento. Para sor Inés el padre jesuita Francisco Franco trajo de Roma el cuerpo de San Alejandro mártir, que ocupó la misma capilla que el Niño Jesús, pero se cuenta que el Niño Jesús se quejó a sor Inés y el cuerpo del mártir se trasladó a la capilla de la parte de la Epístola.
El padre Faci relataba que este Niño Jesús se mostraba milagroso con las personas privadas de vista, pues Juana Osés, mujer que lo era de Juan Sánchez de Miedes, y María Delgado de Villafeliche la habían recobrado. En este convento también se guardaba una Cruz de madera de manzano, que lo era de sor Inés de Jesús. Su confesor, el licenciado Gaudioso Alexandro, aseguraba que sanó a la abadesa Josefa de San Miguel y a una mujer "espirituada" o endemoniada de Orera.
Por su parte el padre Faci señalaba que en el Coro alto de este convento había un Crucifijo que tenía la virtud de hablar a muchas religiosas y cuenta que llegó a abrazar a una de ellas. Un día de carnaval se le apareció a sor Josefa de la Encarnación López, quejándose amargamente de los oprobios que recibía en esos días de fiestas populares.
Por aquel tiempo sor María de San Antonio Vicente guardaba dos imágenes de Cristo crucificado. Una de ellas era de bronce y había pertenecido a la abadesa Ana María Teresa de Jesús y Langa, que lo guardaba en una pequeña arca, con algunos instrumentos de mortificación, a la cabecera de su cama. La otra era una estampa de papel. Sor María también guardaba un crucifijo que había pertenecido a la abadesa Hipólita Torrijos, fundadora del convento de Miedes.
Además, en este mismo convento se veneraba un cuadro que representaba a Nuestra Señora del Populo y una milagrosa imagen de Nuestra Señora del Rosario, que ocupaba una capilla del dormitorio de las monjas. Se cuenta que en una ocasión el Niño que sostiene en brazos la Virgen, colocó un rosario al cuello a sor Josefa de la Encarnación López. El padre Faci refería que en tiempos de sequía, la Comunidad subía a esta capilla del convento en rogativa. En la víspera de la fiesta del Rosario, la imagen se llevaba al coro, donde se veneraba todo ese día, para volver en procesión a su capilla. También en la mañana de Pascua de Resurrección, la Comunidad le daba la "enhorabuena, cantándole el Regina Coeli", haciendo procesión el día de la Asunción.
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