MIGUEL ÁNGEL ORDOVÁS | Hay en todas las obras de Gracián un punto de vista moral para dar instrucciones de uso sobre cómo moverse ya sea en el mundo terrenal (caso de los cuatro primeros) o en el espiritual (como sucede en El Comulgatorio). Y si la Agudeza supone un exhaustivo catálogo de cómo poner el concepto y el ingenio al servicio de la pluma, El Criticón es su demostración práctica en una barroca visión alegórica de la sociedad en la que vivió, marcada por un pesimismo desalentado en donde el saber tiene que batirse con la apariencia y la vacuidad.
El estilo de Gracián se construye en torno a la agudeza, un término íntimamente ligado a los de ingenio y concepto. El propio autor define este último como "un acto del entendimiento, que exprime la correspondencia que se halla entre los objectos"; cuando esa correspondencia es particularmente sorprendente (cosa que realiza el ingenio), se convierte en agudeza.
No fue Gracián el primero en utilizar estos términos, que eran usuales en las preceptivas de la época; pero el jesuita los exprimió hasta sacarles todo su jugo a base de contraposiciones, dobles sentidos y correlaciones. De ahí proviene también su famosa concisión: a Gracián le gusta alcanzar el máximo significado con la mínima expresión, lo cual le hace muy exigente con el lenguaje y, en consecuencia, con el lector.
En sus tres primeros tratados morales Gracián repasa aspectos concretos. Así, su héroe no es tanto la persona que realiza hazañas admirables, sino la que se convierte en ejemplo de virtud: "Es la virtud hija de la luz auxiliante; y así, con herencia de esplendor. (…) Todo héroe participó tanto de felicidad y de grandeza, cuanto de virtud, porque corren paralelas desde el nacer al morir".
Para El Político, Gracián pone como ejemplo a Fernando el Católico, como dice desde las primeras líneas de la obra: "Opongo un rey a todos los pasados, propongo un rey a todos los venideros: don Fernando el Católico, aquel gran maestro del arte de reinar, el oráculo mayor de la razón de Estado". En El Discreto, por fin, Gracián receta "genio e ingenio" para todos aquellos que quieran alcanzar el difícil arte de la discreción.
No resulta descabellado afirmar que el Oráculo Manual y Arte de Prudencia, publicado por primera vez en 1647, es el compendio de sus tratados morales (Morales, por cierto, era el segundo apellido de Gracián). Ahí se recogen 300 máximas, posteriormente desarrolladas, que forman un "epítome de aciertos del vivir" cuya fama ha llegado hasta hoy. Es bien sabido que una edición de bolsillo de este libro fue best seller en Estados Unidos en 1992; pero anteriormente, pensadores como Schopenhauer, Voltaire o Nietzsche habían declarado su admiración hacia el ideario graciano.
De más difícil asimilación para el lector moderno es la Agudeza y Arte de Ingenio, un exhaustivo muestrario de la agudeza: catalogadas según el artificio que las cause (agudeza por semejanza, exageración, ficción…), Gracián reúne numerosos ejemplos de autores clásicos (entre ellos, Marcial) y contemporáneos suyos, que dan cumplida cuenta de este artificio retórico.
Precisamente será en El Criticón, la única novela de Gracián, donde se conjugue su visión moral del mundo con la estética mostrada en la Agudeza. Publicada en tres partes desde 1651 hasta 1658, cada una de ellas está bajo la advocación de una época de la vida humana: juventud, madurez y vejez. Su argumento es el viaje iniciático de dos personajes, Andrenio y Critilo, a través de un mundo (mejor, de un universo) plagado de reinos y personajes simbólicos, y que supone una descripción alegórica de la sociedad contemporánea de Gracián.
Eludiendo peligros como el despeñadero de la vida, la plaza del populacho y corral del vulgo, el anfiteatro de monstruosidades o la cueva de la nada, los dos peregrinos llegan al cabo a la isla de la Inmortalidad, donde por fin pueden descansar. Muchas veces se ha comparado El Criticón con la pintura de El Bosco; a otro pintor amante de lo visionario como Antonio Saura también le tentó ilustrar esta novela de imaginación desbocada y estilo retorcido y difícil.
Por último, El Comulgatorio es quizá la obra menos conocida de Gracián. Curiosamente, fue la única que firmó con su nombre. Para eludir la censura jesuítica se camufló (aunque poco) tras seudónimos, y únicamente en este tratado de cómo debe comparecer el fiel para tomar el sacramento de la eucaristía se dio a conocer como autor.
Vísperas de Nada (24-12-2014)
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