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Aluenda
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FRANCISCO TOBAJAS | Aluenda se sitúa en las faldas de la sierra Vicor, que Marcial llamaba Vadaverón. En el fogaje de 1495 aparece citada con doce fuegos, incluido el del cura mosén Francisco Martínez. Por Aluenda cruzaba el camino real, cuyo mantenimiento y arreglo correspondía al Concejo y a la Comunidad de Calatayud, invirtiendo en él el impuesto de generalidades del Reino. El tramo de Aluenda se encontraba en pésimas condiciones en 1587, cuando se presupuestaba su reparación en 2.000 ducados. En 1599 el cantero García Camaro arregló el camino entre El Frasno hasta Calatayud por 160 libras de a 10 reales. Los pedazos de la "horma" que se había caído, desde el puerto hasta Aluenda, se repararon con piedra seca. Los "sorruedos" de la carretera se "rehinchieron" con cascajo menudo, para que el agua filtrara bien, evitando que las aguas de los barrancos pudieran estropear el firme del camino, reuniéndolas en un desagüe común.
En 1707 el lugar de Aluenda contaba con veintitrés vecinos. El prior Monterde situaba a Aluenda sobre la carretera real, en un terreno montuoso con abundantes manantiales. Escribía que si en la sierra de Vicor, hacia la parte de Aluenda, se sentaban algunas nieblas, movía un aire sutil y frío llamado jumandil, que no llegaba más lejos de Morés. Si las nieblas se ponían en dicha sierra por la parte de Inogés, movía un aire fuerte, aunque no frío, que arrastraba árboles y tejados, aunque llegaba muy lejos. Mosén Vicente Martínez, cura ilustrado de Inogés, llamaba a este aire fuerte, toro. En Aluenda crecía el olivo y sobre todo los cerezos. En el barranco también se criaban castaños. Se cosechaba además zumaque y poco grano. En 1788 Monterde daba al lugar veinticinco vecinos.
Madoz, en su Diccionario (1845-1850), afirmaba que Aluenda contaba con veintidós casas y dos posadas. La iglesia estaba bajo la advocación de la Coronación de María Santísima. La servía un cura, un beneficiado, entonces vacante, y un sacristán. Al curato sólo podían aspirar los hijos del pueblo. El cementerio se encontraba a espaldas del templo. Aluenda tenía entonces dos fuentes, cuyas aguas se recogían en una balsa para regar. Se criaban cerezos, nogales y carrascas. El lugar tenía una dehesa para ganado de veinte yugadas. Contaba con veinte vecinos y noventa y cuatro almas.
Abbad, en su Catálogo Monumental, recogía que la pequeña iglesia de una sola nave estaba cubierta con bóveda de lunetos y ábside circular, guardando retablos de tipo popular. Destacaba una pintura sobre tabla de San Jorge, que databa del siglo XVI. La fachada de la iglesia conserva un útil reloj de sol y en la plazoleta luce una fuente de frías aguas, que siempre han de agradecer los viajeros.
Una vez perdido el antiguo camino real, luego carretera general, las ventas y más tarde los restaurantes perdieron ese trasiego de viajeros, cerrando sus puertas. Mas hoy las abre en este ameno y tranquilo lugar una casa de reposo y salud, una casa de retiro con platos variados y vegetarianos. A los viajeros que hasta aquel lugar se acercan en busca de sosiego, no les importa demasiado el terreno montuoso, las calles a medio asfaltar y la vegetación que cubre el impresionante paisaje. Al contrario, pues los curiosos se admiran que en las calles de Aluenda prosperen hasta las acelgas silvestres.
En 1836 el viajero y escritor suizo Charles Didier (Géneve, 1805), recorrió esta parte de Aragón en plena primera guerra carlista, 1833-1840. Cuando contaba cincuenta y nueve años y preparando un viaje a la India, quedó ciego y prefirió quitarse la vida.
En 1836 Didier relataba que partió de Zaragoza en diligencia y que la primera parada fue en El Frasno para almorzar. Entonces apareció una partida de carlistas en el monte, saliendo la milicia del pueblo, a pie y a caballo, a darles caza. Los viajeros siguieron camino y al poco rato vieron entorpecido el camino. Creyeron lo peor, la carretera interceptada, los carlistas… Pero se trataba de un baile campestre. La música de la guitarra, la flauta y el tamboril reunieron a los mozos y mozas en medio del camino. Bailaron boleros, alza pilili, cachuchas, las habas verdes de Salamanca y la jota aragonesa, que era la danza nacional. "La jota es totalmente rústica, pero muy entretenida y original". En el monte la milicia de El Frasno contemplaba la escena. Didier escribía: "¡Oh, país de contrastes y de contradicciones! Pueblo elegante y feroz que aúna el baile y la guerra civil, y para quien el asesinato y la danza poseen igual encanto! Si vuelvo alguna vez a este lugar, no haré clavar aquí una cruz fúnebre, sino un puñal coronado de mirto". La escena bien podía haber sucedido en Aluenda, aunque el viajero no lo confirma.
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