Uno de los famosos frescos eróticos de Pompeya (79 d.C.)
IGNACIO F. GARMENDIA | Fue el más joven de los cuatro grandes autores latinos nacidos en Hispania -"hijos de celtas y de iberos" y por lo tanto "hermanos en la alta casa de Remo"- que coincidieron en la prodigiosa Roma imperial del siglo I después de la Era, pero al contrario que los cordobeses Séneca y Lucano y que Quintiliano, natural de Calahorra, Marco Valerio Marcial regresó al solar originario y murió en su ciudad natal, la vecina Bílbilis, cerca de la actual Calatayud en la vasta provincia que los romanos llamaron Tarraconense.
Objeto de devoción y de escándalo, a menudo deformados por los traductores más pudibundos, los poemas de Marcial fueron extraordinariamente populares en su tiempo y han gozado de singular fortuna literaria, elogiados por Boccaccio, su redescubridor en la edad heroica del humanismo, y por muchos otros filólogos y escritores entre los que destacarían Quevedo o el medio paisano Gracián, muy partidarios ambos -también hubo detractores- del poeta epigramático por excelencia.
Desde el mismo Renacimiento, acaso en parte por un sentimiento de orgullo o heredad, la acogida de Marcial entre nosotros fue especialmente favorable y se cuentan por decenas los poetas y estudiosos españoles que celebraron, vertieron o comentaron sus versos, de modo que el rastreo permitiría trazar un linaje ininterrumpido hasta hoy mismo.
Publicada por Akal Clásica, una de las colecciones que han logrado resistir el arrinconamiento al que han sido sometidas las letras grecolatinas, la nueva edición de Rosario Moreno Soldevila y Alberto Marina Castillo, profesores de la Facultad de Humanidades de la Universidad Pablo de Olavide, se suma así a las realizadas por grandes traductores y escoliastas entre los que figuran sus maestros directos, Francisco Socas, Juan Antonio Ramírez de Verger y Juan Fernández Valverde, responsables de ediciones recientes que sus discípulos han tomado como modelo.
Busto de Marcial en Calatayud, de incierto aire rockabilly
La familiaridad de los editores con el poeta y su obra -Moreno Soldevila ha analizado en otros trabajos tanto la poesía de Marcial y su recepción e influencia como los motivos amatorios en distintos autores latinos, Marina Castillo dedicó su tesis doctoral al estudio de los bajos fondos en los 'Epigramas' del bilbilitano- queda clara en la impecable introducción al volumen, donde contextualizan muy precisa y elegantemente la figura de Marcial, su contribución y su posteridad, ampliando el marco del análisis con referencias a escritores contemporáneos de la talla de Chesterton, Ortega, Cocteau, Camus, Enzensberger, Magris o Azúa, o introduciendo conceptos actuales que pueden iluminar los propósitos del arte epigramático, por ejemplo cuando se refieren, en relación con la presencia de Marcial en sus poemas o con la tendencia de estos a dar cuenta de su génesis y contenido, a "eso que no sin pedantería damos nosotros en llamar 'metaliteratura' o 'autoficción'". En la misma dirección apunta la famosa cita de Whitman -"Esto no es un libro, / quien lo toca, toca a un hombre"- que abre el estudio, afirmación extensible, tanto en el amigo Walt como en Marco Valerio, a una sociedad entera.
Aunque la modalidad ha quedado en buena medida ligada a su nombre, Marcial no fue ni mucho menos el creador de los epigramas, cuya tradición se remontaba a los inicios de la literatura griega, si bien su configuración como género específico dataría de época helenística. Emancipado de la solemnidad asociada a su origen lapidario, como ha explicado Socas, el 'epígramma' fue adquiriendo esa proverbial ligereza que ya antes de Marcial se oponía a los tonos graves de la épica o la tragedia, introduciendo registros lúdicos, burlescos o satíricos -pero se trata de un juego muy serio, es decir muy cuidado en lo que se refiere a la forma- y un tratamiento del erotismo absolutamente desinhibido. El ingenio, la concisión, la mordacidad o la sencillez sólo aparente, sumados a los característicos giros finales, bruscos y sorpresivos, se han mantenido hasta nuestros días en los poetas vinculados a la tradición epigramática, que en muchos poemas de Marcial aparece muy vinculada a la celebración de la gran fiesta de aire carnavalesco, las Saturnales, con la que los romanos recibían el solsticio de invierno.
La complicidad que entabla con los lectores a los que se dirige expresamente, el modo en que encubre y a la vez medio revela la identidad de los personajes caricaturizados o lo que Borges, tan melindroso, denominó el arte de injuriar, son algunos de los rasgos con los que los editores distinguen la resuelta manera de Marcial, pero sobre todos ellos se impone su cualidad de gran retratista, que abarca todas las manifestaciones del "abigarrado paisaje humano" de la Urbe.
En los quince libros que conforman su obra completa, el hispanorromano se muestra como un poeta extremadamente autoconsciente, moderno también en ese sentido, que se ufana de su popularidad y vive tan obsesionado con la gloria como lo estuvo la mayoría de los antiguos, pero tampoco tiene empacho en presentarse como parásito, bufón o mercenario y de hecho adula a su patrón el emperador -casi todas sus entregas vieron la luz bajo el reinado de Domiciano, de reputación dudosa aunque probablemente distorsionada- sin recato ni medida. No estrictamente poética, pero valiosísima para los historiadores, es la información que aporta sobre la vida cotidiana y en particular sobre la de los estratos inferiores de una sociedad tan jerarquizada como la romana, habitualmente invisibles o ignorados por la alta literatura.
La 'mala lingua' de Marcial, repleta de usos populares y coloquiales que no solían considerarse aptos para la poesía, se refleja perfectamente en las versiones castellanas, donde lejos de buscar soluciones eufemísticas los traductores no han eludido, siguiendo a sus citados maestros, el léxico obsceno, vulgar o callejero que caracteriza buena parte -no toda, porque hay otros registros presentes en la colección, en la que el autor buscó una variedad que incluye momentos líricos e incluso dramáticos- de la obra marcialesca. De ella siguen admirando el humor, la frescura, el admirable desparpajo. La Roma del periodo de su máximo apogeo, en su grandeza y en sus miserias, sigue palpitando en estos versos con una intensidad inusitada.
Diario de Sevilla (11-8-2019)
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