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Hace 80 años unas fuertes tormentas
anegaron las tierras ribereñas del Jalón

SANTIAGO GIMENO VAL | Si hay noticias que se repiten en el tiempo, son las referidas a los estragos producidos por las tormentas. En este caso me refiero a las lluvias caídas en el entorno del Jalón que tuvieron su punto culminante el día 19 de julio de 1932 cuando se desbordaron los ríos, anegaron las huertas y se destruyeron las cosechas. Si ya eran muchas las calamidades que acompañaban al hombre del campo en su tarea diaria, las lluvias torrenciales que acaecieron en ese momento supusieron un grave mazazo a sus economías y a su empeño por vivir de la tierra. De este suceso se cumplen en estas fechas 80 años, suceso lamentable que nos ha acompañado muchas veces a lo largo del tiempo.

UNA GRAN CATASTROFE AGRICOLA
EN LA REGION ARAGONESA


A CONSECUENCIA DEL TEMPORAL DE LLUVIAS SE DESBORDAN LOS RIOS JALON, JILOCA, PEREJILES Y QUEILES, Y ARRASAN GRANDES EXTENSIONES DE CULTIVOS, OCASIONANDO DAÑOS INCALCULABLES EN LAS COSECHAS

¡Cruel verano, que dejará perdurable recuerdo amargo y huellas de ruina y desolación que no se borrarán en mucho tiempo!
   Día a día, desde que empezó la recolección, asistíamos al espectáculo doloroso de la merma de cosecha cuando ya el labrador la consideraba asegurada. Ha llovido a diario de borrasca, pero, como este régimen atmosférico no suele ser permanente, se estimaba ocasional el tiempo adverso abrigándose la confianza de que en cualquier momento el verano recobraría sus fueros y con ellos los suyos la normalidad de las tareas agrícolas. Mas la realidad ha hecho prevalecer el desengaño. Y a estas alturas las mieses emparvadas, convertidas las borrascas en temporal, se pudren en las eras; las hacinas están totalmente caladas por el agua; el grano se estropea y en muchas partes se ha perdido la esperanza de que pueda proseguirse la trilla. ¡Cosa raramente vista! Conocemos muchos casos en que, germinado el trigo desprendido de las haces, rodean los montones de mies verdes franjas de trigo recién nacido.
   Contrasta oír a un labrador. Si antes de segar, dicen los muchos con quienes hemos hablado, el pedrisco o cualquier otra calamidad hubiese destruido la cosecha, la desgracia la habríamos conllevado con la resignación de tantas otras veces, pero tenerla ya en la era y verla perdida porque no ha habido un solo día, unas horas, para efectuar la trilla, no es dolor, sino desesperación. Es como si se nos arrebatara lo que a costa de esfuerzos y sacrificios hemos allegado y asegurado en la casa a disposición de las necesidades familiares.
   Pero las desdichas, por grandes que sean, se ofrecen a veces insaciables. No reconocen límites y no las aplaca la magnitud del estrago ni el número de víctimas. Es un fatalismo de las fuerzas naturales que no entiende de la congoja de los hombres.
   Así ha ocurrido ahora. El temporal de lluvias reciente ha colmado la desventura. Los ríos, desbordados, han llevado la inundación a magnitudes excepcionalmente conocidas. Y esto ha acontecido en todos los ríos principales y sus afluentes que surcan el suelo aragonés. El Jalón, el Huerva, el Queiles, el Huecha, aumentado su ya crecido caudal del temporal de lluvias con las aportaciones aniquiladoras de las barranqueras convertidas en torrentes, han hecho del día de anteayer una efeméride aragonesa verdaderamente trágica. La extensión de la calamidad alcanza a gran parte de la tierra de Aragón.
   Rara será la huerta que no haya quedado inundada y cuya destrucción no sea completa. Multitud de pueblos se han visto aislados y amenazados de desaparición. Las comunicaciones han quedado totalmente trastornadas. Vías férreas, carreteras y caminos están cubiertos por las aguas. Los transportes han sido ayer, y lo serán en algunos días, empeño heroico. A fuerza de tanteos y rodeos, de tiempo e incomodidades, algunas líneas de automóviles han conseguido que la incomunicación no fuera completa. Sin embargo, la incomunicación es absoluta entre muchos lugares vecinos. Y de los incomunicados nada se sabe; pero sí alienta el temor de que hayan sido víctimas de una desdicha irremediable.
   Las tristes páginas de las inundaciones de Murcia y Consuegra parecen haber reservado un margen a Aragón para que nuestra tierra fuese medida con el mismo inexorable rasero de aquellas calamidades históricas.
   Copiosa es la información que a continuación publicamos. Ya en ella van incluidos estragos sin cuento; pero, desdichadamente, los hace adivinar mayores.
   ¡Verano cruel! Repetimos. Su recuerdo se asociará a las fechas fatídicas. Aquellas en que el hambre y las pestes fueron azote no olvidado. ¡Año fatal para el campo! ¡Año implacable en el aniquilamiento del brío del agricultor aragonés, ahora descorazonado, aferrado al agro, que le traiciona!

Publicado en el Heraldo de Aragón el 21 de julio de 1932

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