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La capilla del conde de Contamina en la iglesia del convento de San Francisco de Calatayud


Retablo del desaparecido convento de San Francisco

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | El convento franciscano de Calatayud, de la misma época del de Tarazona y algo posterior al de Zaragoza, se fundaría hacia 1230. Gonzalo de Liñán lo mandaría reconstruir en 1376, tras la guerra de los dos Pedros. En la segunda parte de las Glorias religiosas de Calatayud y su antiguo partido, de Mariano del Cos, de 1845, se dice que en el pavimento del presbiterio había una losa que señalaba ser el sepulcro de los condes de Contamina, marqueses de Bárboles, barones de Sigües, y señores de las villas de Cetina, Sisamón y Troncedo, datada en el mes de julio de mil seiscientos noventa y cuatro. En la tercera capilla del lado izquierdo se conservaba una lápida de Teresa Manrique y Albaro, camarista de la reina, hija del mariscal de Campo Diego Manrique, y otra de la esposa del corregidor y caballero del hábito de Santiago, José Rada y Rodríguez, que había fallecido en 1782 Mariano del Cos añadía que detrás del altar mayor había una capilla destruida, a la que se accedía por una puerta que había a mano izquierda del altar. A los lados de la capilla había varios nichos y en uno, algo descubierto, se veía un cadáver con hábito muy bien conservado, lamentando esta situación de abandono. Este mismo comentario se recogía en el diccionario de Madoz. Tras la desamortización de este convento de los franciscanos, sería ocupado por las monjas clarisas, que se trasladarían a Corella por el tiempo de la Segunda República Española, debido a la inseguridad que producía en la comunidad religiosa, la constante amenaza de ser incendiada la iglesia.

Próximo ya a su fin, José María López Landa y Salvador Amada Sanz llevaron a cabo una campaña fotográfica del monumento, cuyo material, según la guía de Borrás y Sampedro, se guardaba en el Instituto de Enseñanza Media. En el número 221-222, de noviembre-diciembre de 1951 y enero-abril de 1952, de la revista Aragón, Salvador Amada publicó un pequeño artículo sobre esta iglesia del convento franciscano, que entonces estaba destinada a fábrica de envases para fruta. Ya entonces también se había vendido el retablo, que fue a parar a la iglesia de San Juan Bautista de Arganda del Rey, Madrid. Salvador Amada se fijaba en la capilla de los Liñán, de estilo barroco, cuya bóveda estaba decorada con figuras bíblicas en yeso. Debajo del antiguo coro, se conservaba un escudo de alabastrina con las armas de los Liñán, que con las obras de un tabique, había quedado dividido en dos partes.

En la época del catálogo monumental de Abbad, sólo se conservaban las capillas del lado del evangelio, pues las otras habían sido derribadas. La iglesia, de propiedad particular, continuaba como fábrica de envases.

La cesión de esta capilla a los condes de Contamina, se llevó a cabo a principios del siglo XVIII. El 7 de abril de 1704, el Capítulo de frailes del convento de San Francisco, compuesto por unos cuarenta padres, entre lectores y predicadores, se reunieron por mandato del guardián y con licencia de fray Francisco Diago, lector jubilado y provincial. Para entonces habían recibido una petición de Alonso Antonio Liñán Fernández de Heredia, conde Contamina y Castel Florido, marqués de Bárboles, barón de Sigües, Rasal y Villel, señor de Cetina y Sisamón, además de patrón y bienhechor del convento franciscano de Calatayud, que deseaba engrandecer y mejorar el transagrario del altar mayor, con la construcción de un panteón para sepultura de sus antecesores y sucesores. Para esta obra ofrecía gastar alguna cantidad, siendo además de mucha utilidad al convento, por las limosnas que darían lugar los sufragios que se celebrarían en su memoria.

Por este motivo, el capítulo cedió al conde de Contamina todo el ámbito del transagrario, que se correspondía con el altar mayor de la iglesia, con la parte de la huerta necesaria para levantar este panteón, que debía construirse con la elevación necesaria, sin perjudicar las luces de la iglesia del convento. El capítulo cedía también el despojo de las tres paredes del transagrario, exceptuando ventanas y puertas.

Las condiciones se otorgaron ante el notario Pascual Antonio Cebrian. El conde de Contamina y sus sucesores debían mantener a sus expensas el edificio del panteón y transagrario, teniéndolo bien reparado y conservado. Si el guardián le hubiera avisado para su reparo y no lo hubiera llevado a cabo, gastando el convento alguna cantidad en estas obras, el conde debía resarcirle esta cantidad. En caso de negarse, el panteón quedaría para beneficio de la comunidad.

Los machones que tenían entonces las paredes del presbiterio y altar mayor de esta iglesia, que correspondía con el ámbito del transagrario, habían de quedar libres, sin poder picarlos para la construcción del panteón.

La pared que se levantara en la huerta para la capilla panteón, había de ser de sillería la primera hilada, para que el agua de la acequia que pasaba por la huerta, no le hiciera daño a la pared. El conde debía dar paso a la huerta, en compensación del terreno que tomaba de ella para su panteón.

Asimismo, el conde debía retirar el lavatorio del lugar que ocupaba entonces, trasladándolo a dónde mejor pareciera al guardián. Todos los demás despojos quedarían a beneficio del convento. Los escombros de la obra que quedaran en la huerta, una vez concluido el panteón, debía retirarlos el conde de Contamina.

El conde, que vivía en Madrid, aceptó estas condiciones por medio de su procurador, al que había otorgado poder en la capital, el 22 de marzo de aquel mismo año. El conde era también patrón único del convento de San Pedro. El provincial Fr. Francisco Diago dio su licencia para esta cesión, constándole la utilidad que iba a reportar al convento de San Francisco de la ciudad de Calatayud.

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