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Oráculo del cortesano
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Marc Fumaroli (Marsella, 1932), catedrático de la Sorbona y del Collège de France, y a quien se deben algunos de los mejores ensayos de las últimas décadas -El Estado cultural y La República de las Letras, entre ellos- ha evocado la memoria de la pluma clásica y refinada, perseguido el sueño de Petrarca y revivido el tesoro de los autores de la Antigüedad con gran apego al legado grecorromano. Dado el estado de abandono de los estudios clásicos resulta comprensible que recurra con tanta frecuencia al preciado consuelo de las humanidades. Los griegos designaron con la palabra paideia la esencia de la cultura; los romanos hablaron de civilitas, para referirse al "amor de la civilización", o urbanitas, por el vínculo social que crea una cultura compartida, cultivando una especie de contrabandismo del conocimiento.
En su último ensayo, Fumaroli reconstruye el fenómeno social y cultural que supuso la publicación en Francia de Oráculo manual y arte de prudencia, de Baltasar Gracián, tras la Reforma, en una época de fractura entre razón y fe. El jesuita aragonés propuso en su obra, que en España vio por primera vez la luz en 1647, un perfil moderno de laico, con experiencia moral y política, en la medida de las insidias que promovía el conflicto bélico entre estados de una misma confesión. Casi cuarenta años después en Francia comenzaba a librarse la famosa pelea de los antiguos y los modernos, que se extenderá por el resto de Europa. Convencidos de su superioridad sobre los antiguos en el orden de la ciencia y la tecnología, los modernos marcaron, sin embargo, un retorno estético y político hacia la Antigüedad: la simplicidad luminosa del estilo, la libertad viril del civismo, reavivando la "guerra de gustos" en la Europa de la Ilustración.
En 1684 se puso a la venta en París la obra de Gracián provista de una epístola dedicada a Luis XIV. El traductor, Amelot de la Houssaie, cambió el título original por el de L'Homme de Cour (El cortesano). Durante décadas en el país vecino, sirvió como un manual de conquista de cierto poder, libro de texto del dandismo o cinismo posmoderno, cuando no un manual práctico para los tribunales republicanos o algunos hombres ambiciosos hábiles, cuenta Fumaroli. El erudito y teólogo jesuita resume perfectamente la fertilidad de ese cuerpo. Era un humanista consumado y un escritor famoso. Participó en las discusiones de entonces y perteneció a la República de las Letras de su tiempo. También enseñó la Sagrada Escritura. En Zaragoza halló el observatorio -y eso sí que es un mérito- donde tomarle la temperatura al mundo moderno, civil y político, y en el que madurar sus pensamientos moralistas y satíricos.
Publicó libros de bolsillo, delgados y pequeños, en los que regalaba a sus lectores laicos máximas brevemente comentadas y fáciles de memorizar sobre el arte de lidiar con el toro peligroso e impredecible de la novedad. Como cuenta Fumaroli en el preámbulo de su ensayo, para los franceses la publicación del libro de Gracián, firmado por un autor reconocido por su gran erudición, lo reunía todo para atraer a los lectores de tratados de cómo saber manejarse entre los grandes. Otro hecho que servía de acicate para su lectura era el antijesuitismo del traductor que, en el prólogo, se encargaba además de resaltar la condición de jesuita del autor.
Eso despertó la curiosidad entre los lectores mal dispuestos con la Compañía de Jesús, "tan célebre como controvertida". Pero Gracián no era un intelectual fácil de clasificar por la orden a la que pertenecía. Apenas cuarenta años antes bajo el reinado de Felipe IV, su audacia, explica Fumaroli, había sido presentarse como un jesuita combativo en lo más enconado de la lucha espiritual de su siglo, confiado "en poder perfeccionar la singularidad de los mejores y de enseñarles cómo no ser víctimas del flujo y reflujo comunes de la fortuna y de la opinión". Más tarde en Francia, y coincidiendo con el traslado de la corte del Gran Rey a Versalles la lectura de la traducción de la obra del jesuita propondría un nuevo estilo: la forma de actuar y de reaccionar frente a lo extraordinario. Hay que tener en cuenta que bajo Luis XIV, el cortesano pasó a ser el protagonista. Su educación y conducta se basó en el arte de gobernarse a sí mismo como un ser indispensable del régimen. El libro, además de anticiparse a los postulados del Siglo de las Luces, resultó ser un auténtico éxito.
La Opinión de Málaga (28-4-2019)
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