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Historia de Molina de Aragón
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1º Cazadores, pastores y agricultores
MARIANO MARCO YAGÜE | La primera noción que hemos de conocer, para entender el camino de la historia, es de qué se sustentaban quienes lo poblaban y cómo lo conseguían.
Todas las historias nos hablan del hombre cazador. Los animales salvajes fueron la base para sobrevivir, y su lugar de vivir estaba donde existía la caza.
Es importante pensar que no había fronteras que limitaran los espacios donde unos y otros pudieran cazar. Solo la pieza abatida marcaba propiedad. Esto, propiedad, era un concepto desconocido.
La supervivencia exigiría la ayuda de los hijos para acorralar al animal más grande y conseguirlo. La fuerza del animal a derribar, exigió la unión de varios que formarían el grupo o la tribu.
Los frutos silvestres junto a la caza, los mantuvo alimentados y hábiles. Estos productos se daban por temporadas sin que los obligaran a permanecer en el sitio donde se criaban. Es decir, que no les limitó el espacio. Eran desconocedores de la extensión inacabada de sus territorios.
Cuando fueron domesticando aquellos animales salvajes, manteniéndolos junto a ellos, agrupados en rebaños, ralentizaron este caminar constante tras la presa. Ya tenían la presa con ellos, amansada.
Los pastores, así denominamos a los hombres que arreaban a sus ovejas o cabras o vacas o cualquier otra manada de animales, redujeron el espacio que recorrían siendo cazadores. Pero tampoco tenían fronteras ni límites de terrenos.
Su vida nómada se redujo, guiada por el caminar del ganado, que fue el que comenzó a señalar territorios.
Aún así, siguió siendo libre y sin espacios cerrados, sin demarcaciones, sin tropiezos con propiedades ajenas. Eran libres como el morro de la oveja que desconoce a quién pertenece la hierba que muerde. Solo otra oveja le puede impedir el mordisco, si ella lo comió primero.
El único opositor que tuvo el pastor fue otro pastor con su ganado, pero esto no ponía trabas a su actividad: pastoreaba por otro lado, cambiaba de rumbo.
La familia acompañaba siempre a unos y a otros, a cazadores y pastores. La movilidad dependía de los desplazamientos que ellos imponían.
La búsqueda de los frutos silvestres quedaba en manos de los que venían siguiéndolos, la familia, menos pendientes de la caza y del ganado. La libertad, es decir, la liberación de muros que limitaran sus movimientos, que impidieran recoger una u otra fruta, detenerse aquí o allí, hacía que su vida fuese libre de prejuicios y perjuicios.
Pero la enfermedad, el frío, el calor, las heridas y a veces la escasa alimentación que para los cazadores presentaba la naturaleza, hicieron la vida muy dura, tan dura que pronto prefirieron depender de los animales en manada aunque los limitara en sus incursiones y batidas.
El pastoreo imponía normas más estrictas, normas de dependencia de los animales a custodiar y dirigir buscando pastos más prósperos. Atenderlas en los partos, etcétera.
No abandonaron la caza siendo pastores.
La vida, aun libre y natural, duraba poco. La esperanza de vida era muy corta.
La incertidumbre del cazador la disipó el pastor que tenía el alimento a mano y la ropa para cubrirse y el calor del ganado que los rodeaba en los fríos invernales.
Los frutos del campo ofrecieron a quien supo y experimentó su cultivo, otros ingresos. La agricultura fue un nuevo paso para permanecer más estable, con menos movilidad.
El hombre ganó en comodidad, en cercanía al alimento y al espacio donde se criaba, se llamó propietario de la zona donde producía su alimento.
El lugar de trabajo se redujo, los límites lo encerraron. Aunque él mismo continuó actuando como pastor y como cazador, señaló lugares donde otros no pudieran cultivar.
Éste último, el agricultor, fue el creador de la aldea como lugar de refugio. Aunque en principio se acomodara en caseríos o pequeños hábitats individuales, pronto se unió a otros y formaron grupos que vivían reunidos, motivados por el mismo fin.
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