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La casa de Lagasca en Encinacorba
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F. TOBAJAS GALLEGO | El 10 de septiembre de 1898, el diario republicano zaragozano La Derecha informaba que el municipio de Encinacorba había acordado dar el nombre de Faustino Sancho y Gil a la más principal de sus calles, celebrando de esta manera la terminación de la carretera que unía esta villa con Ainzón, por la que había trabajado Sancho y Gil. Actualmente, la calle que lleva desde el peirón de San Antonio, a la entrada de la villa, hasta la plaza de la iglesia, lleva el nombre de José Lacasa, que continúa en la de Mariano Lagasca. Al final de esta calle, en la esquina con la calle Ambel, todavía se conserva en pie la casa natal del más importante botánico español de su tiempo. Mariano Lagasca Segura, según avisa una placa, homenaje del Colegio Provincial de Médicos, con motivo de la II Reunión luso-española de Botánica en Aragón.
Lagasca nació en esta villa, situada al pie de la Sierra de Algairén, poblada de carrascas, el 5 de octubre de 1776. Sus padres querrán que sea eclesiástico, pero Lagasca será naturalista y médico. Ya en Madrid conoció a Cavanilles, que siendo en 1803 director del Jardín Botánico, nombró a Lagasca alumno pensionado, siendo su alumno predilecto, a quien le dedicará la especie Lagasca mollis Cav. Tras la invasión de 1808 y por indicación del naturalista y geógrafo alemán Humboldt, José Bonaparte encargó a Lagasca la dirección del Jardín Botánico de Madrid, pero Lagasca huyó a Salamanca para alistarse en el ejército español. A su vuelta es tachado de afrancesado. Aun así es nombrado director del Jardín Botánico, cargo que ostentará de 1814 a 1823, y que ocupará más tarde de 1837 a 1839. En 1821 es nombrado Diputado electo por Aragón y en la sesión de Cortes celebrada el 2 de marzo de 1822, bajo la presidencia de Riego, es elegido miembro de las comisiones de Instrucción Pública y Agricultura. Más tarde será tachado de traidor y reo de muerte, como todos los diputados que habían votado a favor de la destitución de Fernando VII, en la última sesión de Cortes celebradas el 11 de junio. Luego vino el exilio en Inglaterra. A la muerte del rey regresará a España, siendo de nuevo director del Jardín Botánico, muriendo en Barcelona en 1839. Desde 1995, Lagasca descansa en Encinacorba, después de haber estado a punto de ser traslado a la fosa común del cementerio de Poblenou.
Aunque se piense lo contrario, Fernando VII, el Deseado, frecuentó con cierta asiduidad los balnearios, para aliviar ciertas dolencias que sufría. Lo confirma un libro de Vicente Cadenas y Vicent, titulado: Jornada de Fernando VII y de Amalia de Sajonia en los reales baños de Solan de Cabras en busca del deseado sucesor. Juan Perucho cuenta otra anécdota real en sus Historias secretas de balnearios. Ocurrió en 1816, cuando Fernando VII pasaba unos felices días en los baños de Arnedillo, donde curaba unos dolores de una pierna. Ocurrió entonces que el rey, con tan mala fortuna, resbaló en estos famosos lodos y estuvo a punto de ser tragado por el volcán. Todavía pálido por el susto, su majestad, por real decreto de 29 de junio del mismo año, creaba el Cuerpo de Médicos Directores de Baños, a los que hacía responsables de aguas y lodos. En 1855, los baños de Arnedillo tenían a disposición de los bañistas diez balsas. El francés Laborde aseguraba en su libro de viajes por España, que en Arnedillo funcionaba una buena fonda, donde los bañistas de primera clase desayunaban chocolate, comían dos sopas, dos cocidos, tres entradas y postres, cenaban como si nada y tenían cama completa y ropa limpia para el baño. Los bañistas de segunda clase no cenaban, aunque merendaban chocolate, y en la comida tenían una sopa y dos entradas menos. Los bañistas de primera clase pagaban 16 reales y los de segunda 12 reales diarios.
Este verano visité el Jardín Botánico de Madrid. Recorriendo de parte a parte sus sombreados paseos, fui dándome cuenta de los ejemplares que allí prosperan. En uno de los parterres cultivados había un peral de mediana altura y en sus ramas colgaba una sola pera, de no despreciable tamaño. Mi confusión vino tras leer el rótulo que avisaba que se trataba de un ceremeño. En el libro de Agricultura General de Alonso de Herrera, rara obra publicada por vez primera en 1513, se habla como no de los perales. "Unos tempranos mucho, como las cermeñas, que generación de peras son, otros son tardios, otros mas tardios, y aun otros nunca maduran perfectamente la fruta en el arbol". Tenía razón Alonso de Herrera, pues las ceremeñas o cermeñas, de pequeño tamaño, maduran para el San Juan del solsticio. Toda una afrenta para el ilustre paisano Mariano Lagasca, que tiene una estatua en uno de los paseos del recinto, que como ya quedó dicho, fue Director y primer Catedrático del Jardín Botánico de Madrid, como bien declara por su parte el Elogio histórico debido a Agustín Yáñez de 1842. En casa del herrero...
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