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La ermita de San Félix de Morés

FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO | La ermita de San Félix, Patrón de Morés, de planta rectangular con cabecera plana, fue construida con piedra sillar las esquinas y con mampostería el resto. Según reza una inscripción, se restauró en 1690, sustituyéndose la cubierta de madera por la actual bóveda de lunetos, decorándose uno de los arcos con lacería en yeso. La iglesia se pintó totalmente de negro, cubriéndose con escenas de caza, debidas a los pintores Diego González, Miguel Ponce y Fernando Ponce, fechadas en 1699. El retablo, fechado en 1658 y aún de tipo herreriano, se hizo con limosnas, acabándose el 25 de julio. En la primera bóveda de la derecha, una inscripción señala: En el año de 1698 la volvieron de bóveda Martín Angiz y Pedro Verdexo e hizo el balagoste Pascual Martínez. La blanquearon Pedro Berdejo y Bartolomé Domingo. Y en la pared viene apuntado: La hicieron entre 60 cofrades y los asistentes fueron el Licenciado Félix Gil y Joseph Quenca, ayudó a pintar Diego Garcés.

El púlpito lo pintó Eusebio Obazo, siendo jefe de la estación de Morés, el 6 de mayo de 1866, según queda escrito en él.

A San Félix se le solemniza con un piadoso novenario. El 29 de mayo, víspera del día del Santo, se llega en procesión hasta la ermita, donde se celebran las Completas, regresando después a la parroquia, donde el 30 de mayo se celebra la misa del Patrón.

Faustino Sancho y Gil, hijo ilustre del pueblo, publicó en la revista malagueña El Museo, el 25 de julio de 1880, un artículo titulado "El rosal del ángel", basado en una antigua tradición que debió oír de labios de sus mayores. Según la cual, la ermita de San Félix de Morés se encontraba al pie de un monte y entre olivos, rodeada de un jardín, con un rosal singular, donde cantaba y anidaba un ruiseñor. Sus rosas servían para adornar el altar de San Félix y los muchachos, después de la ceremonia del día del Patrón, entonaban un himno en torno al rosal. El sacerdote bendecía los capullos, que las mujeres devotas recogían para colocarlos en casa como talismán. Este rosal era conocido por todos como el rosal del ángel. Los más viejos vecinos de Morés contaban, quizá al amor de la lumbre las frías noches del invierno, que cada día al amanecer caía del cielo una escalinata de rosas, por las que bajaban los ángeles a regar el rosal de San Félix y de paso cortaban las rosas que necesitaban para renovar la corona de la Virgen.

Johan Huizinga, en su inquietante Otoño de la Edad Media, cuenta que por 1500 los naturales de un pueblo de la Umbría italiana quisieron matar al ermitaño San Romualdo, que debía vivir contento y feliz, con el pretexto de no perder sus huesos. Con la misma intención, a los monjes de Fossanova, lugar donde murió Santo Tomás de Aquino en 1274, atemorizados por la posible pérdida de aquellas santas reliquias, no se les ocurrió otra cosa que quitarle la cabeza y confitar el cadáver del santo maestro.

En los informes debidos al obispo Conrado de Hildesheim y al abad Hermann de Georgenthal, comisarios papales, acerca de las declaraciones de los testigos de Marburgo en 1235, se dice que durante el tiempo que se tardó en enterrar el cadáver de Santa Isabel de Turingia, un desenfrenado tropel de devotos arrancaba trozos de los paños con que estaba envuelto el rostro, pelos, uñas, trozos de las orejas, e incluso los pezones de los senos.

Se cuenta también que con ocasión de una fiesta solemne, y después de una copiosa comida, Carlos VI de Francia repartió las costillas de San Luis, su ilustre antepasado, entre Pierre d'Ailly y sus primos Berry y Borgoña, tocando a los prelados una pierna.

Pero quizá el colmo de los colmos sea la muerte de su serenísima majestad el rey Felipe III de Aragón y IV de Castilla, que murió en su cama de palacio, con la beatífica momia de San Isidro Labrador a un lado. El rey galán, al que se le llegaron a contar nada más y nada menos que treinta y dos bastardos habidos con una actriz apodada La Calderona, fue muy aficionado al entretenimiento asaz gracioso y ocurrente. Lo cuenta don Jerónimo de Barrionuevo, que sentó plaza de periodista en la villa y corte, en sus celebrados Avisos. Este precursor del periodismo sensacionalista cuenta el 27 de febrero de 1654: "Su Majestad ha ordenado no vayan mañana a la Comedia sino mujeres solas, sin guarda-infantes, por que quepan más, y se dice la quiere ver con la Reina desde las celosías y que tienen algunas ratoneras con más de cien ratones cebados para soltarlos en lo mejor del festejo, así en cazuela como en patio, que si sucede, será mucho de ver y entretenimiento para sus Majestades". Con toda seguridad, aquella escena debió ser verdaderamente memorable. Señoras gritando, señoras histéricas, señoras desmayadas y los reyes de las Españas, sin nada mejor que hacer, riéndose a carcajadas. ¡Vaya proeza!

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