Torre de la iglesia de La Vilueña, vista desde su lado norte (Foto: A.
Sanmiguel) |
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pesar de su pequeño tamaño y su modesta apariencia, la torre
de La Vilueña tiene gran similitud estructural con la de Aniñón.
El pueblo de La Vilueña
está a unos 10 km. al SE de Calatayud,
en línea recta. En la Edad Media fue señorío de los
Zapata, y medievales son aún su iglesia con su torre y los restos
de un castillo
de tapial. La iglesia es de una nave, con cabecera recta y techumbre de
madera apoyada sobre tres arcos fajones. Podría ser del siglo XIII
o del XIV. La torre, situada a los pies, aunque algo descentrada, parece
ser construcción simultánea a la iglesia. No se mencionó
su carácter mudéjar
hasta 1982.
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Esta torre es de planta
cuadrada, de 4,40 m. de lado y su altura total, sin contar el remate, unos
18 m. Como es habitual se distinguen dos cuerpos, el inferior o de escaleras,
y el superior o de campanas. Esta diferencia interna se marca bien al exterior.
El cuerpo de escaleras es totalmente liso y solo presenta alguna aspillera
de iluminación. Al haberse desprendido en parte el revoco de yeso,
se aprecia su material constructivo, una tosca mampostería de cuarcitas,
la piedra común en el lugar. Poco antes de iniciarse el cuerpo superior
la ejecución pasa a ser de ladrillo, ensanchándose formando
lo que parece un antepecho, apoyado en ménsulas de ladrillos escalonados,
bajo la que hay una línea decorativa de esquinillas.
Aunque ahora se accede a
la torre desde el coro alto, las escaleras comienzan a nivel del suelo.
Enseguida podemos notar que su estructura es la típica del alminar,
con machón central cuadrado, desarrollándose entre este y
el muro exterior las escaleras de obra, que ascienden en sentido antihorario.
El abovedamiento de las escaleras es, como en Aniñón,
a base de tramos horizontales de cañón apuntado, siendo los
dos únicos casos en Aragón.
También como en Aniñón,
hay un tramo de bóveda por tramo de escalera. Pero hay algunas diferencias.
Aquí la obra no es de ladrillo, sino de hormigón de yeso,
fraguado con encofrado, del que se ven las huellas de las tablas. Además
el ascenso de las bóvedas es más rápido, estando el
arranque de cada bovedilla no al nivel de la arista superior de la bovedilla
inferior, como en Aniñón,
sino más alto, siendo la diferencia aproximadamente igual a la flecha
del arco de la bovedilla. Esto se corresponde con un también más
rápido ascenso del suelo, pues los rellanos, en lugar de ser planos
como en Aniñón,
tienen tres peldaños ìen pañueloî. Seguramente esto obedece
a las menores dimensiones de la torre, así como la utilización
del encofrado de hormigón de yeso y la mampostería, sin duda
más baratos que el ladrillo, se deberá a la menor disponibilidad
económica de esta pequeña localidad. No obstante es digna
de resaltar la coincidencia de este sistema de abovedamiento que, como
se decía al hablar de los distintos tipos, es habitual en Andalucía
y en el Magreb.
El cuerpo superior, que
como es habitual disminuye algo en planta respecto al inferior, también
muestra algunas características peculiares. Está hoy día
muy desfigurado, pero en el lado norte puede hacerse una lectura relativamente
fácil. El saliente que se observa al exterior comienza al nivel
del suelo interior. Por su altura de algo más de un metro serviría
como antepecho para poder asomarse a las ventanas sin peligro. Y es que
en cada uno de los cuatro lados hay, o había, un amplio ventanal,
que al interior arranca desde el suelo, y se cierra con arco levemente
apuntado. Difiere esta solución de otras ya comentadas de esta comarca,
y presumiblemente coetáneas, en que aquí no hay parteluz,
lo que, una vez más, puede deberse a sus dimensiones más
reducidas. Pero hay otra característica aún más singular.
Otros ventanales comentados, como en Belmonte
o Aniñón,
están rehundidos en un rectángulo a modo de alfiz. Aquí
el rehundido, cuadrado, enmarca solo la mitad superior del arco, a partir
de la imposta. Esta es realmente la forma clásica del califato de
Córdoba, que puede verse en el oratorio de la Aljafería,
y también en ventanas geminadas de alminares toledanos o andaluces.
Pero no, salvo esta, en torres mudéjares aragonesas. Aun así
en los casos antes citados los arcos son de herradura. Con arco apuntado,
como en La Vilueña, pueden verse en las portadas de la cercana iglesia
de Morata
de Jiloca, del siglo XIV, y en el mausoleo samaní de Bujara,
del siglo X.
Por encima de estos amplios
ventanales se encuentran, hoy apenas reconocibles, tres pequeñas
ventanitas por lado, siguiendo la tipología de otras torres cercanas.
Al interior pueden verse los arranques de cuatro trompas en arco apuntado
en los rincones que conformarían la base para un remate en pirámide
octogonal, ahora sustituido por un antiestético chapitel metálico.
La utilización del
cuerpo superior de esta torre como cuerpo de campanas presenta algún
interrogante. En Belmonte
se rompe el parteluz para colocar campanas grandes y en San Andrés
de Calatayud
se ensanchan brutalmente las ventanas con el mismo fin, por poner solo
dos ejemplos. Parece deducirse que inicialmente las campanas serían
pequeñas y estarían colocadas en el interior de la torre,
con andamiajes de madera. Sin embargo en La Vilueña la primera intervención
que altera la fisonomía original no es para ensanchar el vano, sino
para reducirlo, construyendo bajo el amplio arco apuntado uno de medio
punto más pequeño, se entiende que para colocar una campaña
pequeña. ¿Cómo serían pues y donde estaban
antes las campanas? Si de esto pudiera aventurarse que en su concepción
original la torre no disponía de campanas, ello nos induciría
a pensar en una cronología de época islámica.
En cualquier caso, esta
torre es un sencillo pero bello ejemplar, hoy completamente desfigurado
y desconocido. Una fácil y poco costosa restauración podría
devolverle su aspecto primitivo. (Agustín Sanmiguel Mateo)
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