Alzado de la iglesia |
Sobre el caserío destaca,
además de la cuadrada torre defensiva de piedra blanca, que da nombre
al lugar, el tempo parroquial, coronado por una torre algo elevada, otra
no tanto, y cuatro torrecillas.
Al aproximarse, se observa
que esos puntos sobresalientes,
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remates de los contrafuertes de la construcción,
se comunican por una galería de arcos apuntados, circundando el
edificio, al que además de lugar para la oración se le confía
las misiones de vigía y refugio del vecindario en momentos bélicos.
Éstas últimas,
tareas fáciles de comprender, dada la situación de la localidad
en la ruta castellana y el momento en que el obispo turiasonense, de estirpe
bilbilitana y muy unido a Pedro Martínez de Luna, Pedro Pérez
Calvillo, corriendo el año 1367, concede autorización para
levantar la iglesia. Nos encontramos en plena segunda fase de la guerra
de los Pedros. La obra no concluirá hasta el mandato episcopal de
Juan de Valtierra, comprendido entre 1410 y 1433, entre los reinados de
Fernando I y Alfonso V, siendo pontífice máximo Benedicto
XIII.
La sobriedad de la decoración
exterior sólo se rompe, con moderación, en el trazo del ladrillo
de la torre principal, y con cierto esplendor en el adorno gótico
de la puerta principal, durante muchos años ocluida.
El interior, de una sola
nave amplia, en la que el espacio para los fieles es tan largo como ancho,
si bien el coro y las capillas absidales forman un conjunto rectangular.
Esa traza, conocida como planta de salón, se da en otras iglesias
del área bilbilitana, como Morata de Jiloca, Tobed y la primitiva
ermita de Nuestra Señora de la Peña en Calatayud. Esta singular
composición hace descansar el apoyo de las techumbres en los gruesos
contrafuertes, receptores de la bóveda de crucería de arcos
diagonales, iniciados en ménsulas empotradas en el muro. Contrafuertes
huecos para permitir el desarrollo de escaleras auxiliares y que también
sirven para limitar las cuatro capillas laterales.
Su diseño, debido
al poder que en aquel momento tenía la aljama judía bilbilitana
y la concordia reinante entre los tres credos, nos hace mirar al modelo
de la importante sinagoga toledana.
La cabecera, más baja
que la nave, corrida en su interior, aparece limitada por tres arcos apuntados
y alineados, siendo el central de mayor altura.
En la reciente restauración
de ese espacio, ha dado cobijo a cinco piezas de gran interés: los
retablos góticos de San Félix, San Andrés y San Martín,
éste último firmado por Benito Arnaldín, con taller
abierto en Calatayud en el primer tercio del siglo XV; y los otros dos,
que la investigación de Fabián Mañas fecha entre 1430
y 1445, atribuyéndolos a los más directos discípulos
del anterior maestro. Dentro del conjunto ha venido a tener espacio un
precioso Calvario, tallado en madera, policromado, de mediados del siglo
XIII. Así como una interesante imagen de la Virgen, en pie, de unos
60 centímetros de altura, policromada, ajustada al gusto gótico
incipiente.
Al pie de la nave, donde
se abre la puerta principal, apoyado en el centro sobre dos columnas de
piedra y en los extremos en la fábrica, vuela un sobrio y bellísimo
alfarje decorado en rojo y dorado, que en su franja inferior, escrito en
los más puros caracteres góticos, desarrolla el texto del
Avemaría.
Cinco delicados ventanales,
configurados en yeso endurecido y óculos de fina lacería,
se encargan de proporcionar una tenue iluminación al interior, permitiéndonos
apreciar la decoración esgrafiada y pintada en delicados tonos,
que siguen siendo, en gran parte, los del momento de construcción,
para desarrollar bellísimos motivos geométricos.
En la capilla lateral, entre
el acceso usual y el ábside plano aparecen retablos barrocos de
San Félix y otras devociones.
En los altares se muestran
tablas del gótico tardío, mazonerías renacentistas
y conjuntos barrocos de calidad, componiendo uno de los conjuntos más
interesantes del arte aragonés. Esto resulta sorprendente
en una localidad que nunca tuvo nutrido censo.
Las buenas relaciones del
obispo Pérez Calvillo, y el hecho de que en ese caserío tuviesen
domicilio eventual destacas familias bilbilitanas como los Sanz de Larrea,
Arén, Torremilano, Arias, etcétera, que buscaban aquel ambiente
durante el verano y en los casos de epidemias o revueltas, puede ayudarnos
ha comprender este hecho. (José Galindo Antón)
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