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 SEMANA SANTA BILBILITANA

Algunos de los personajes bíblicos
que desfilan en la Semana Santa bilbilitana
(Foto: A. Sanmiguel)

Podrán los espectadores contemplar, entre otros muchos personajes, a Jael, acompañada de dos niñas que, inocentemente, llevan un martillo y un largo clavo. Los instrumentos que utilizó la buena de Jael para atravesar la cabeza del desgraciado Sísara, como reza, en latín, la cartela que ella sostiene. Mujer decidida era también Judit, quien desfila con su espada manchada se sangre tras haber decapitado al general Holofermes, cuya cabeza recién cortada lleva en sus manos su joven criada.

Pacífica, señorial, y con lujoso atuendo, se muestra en cambio Balkis, Reina del País de Saba, el actual Yemen, en Arabia. Digamos de paso, como nota curiosa, que Calatayud fue fundado en el siglo VIII por árabes yemeníes, por lo que la presencia de la reina Balkis aquí cobra especial significado. El pobrecillo Isaac lleva un fajo de leña que serviría para quemarlo después de que su padre Abraham, que le sigue con su espada, le degollara en sacrificio divino, lo que afortunadamente no ocurrió. Melquisedec, en cambio, ofreció pan, que lleva en una bandeja, antecedente de la eucaristía de la Última Cena. Moisés, naturalmente, lleva las tablas de "Los Diez Mandamientos", pero también el bastón y la serpiente con los que intentaba atemorizar al Faraón. Tras los estandartes multicolores de las doce tribus de Israel, llega el rey David con el rabel (a veces un arpa), cuya música consolaba al afligido rey Saúl. El rey Salomón porta una espada desenvainada, evocando el famoso "juicio salomónico" en el que propuso cortar por la mitad a un recién nacido. Entre mayores y menores, diecisiete son los profetas que siguen, encabezados por Isaías. Van ataviados con túnicas, mantos y gorros de distintos colores, y en las cartelas que llevan, figura, en latín, algunos versículos de sus profecías.

Comienza el Nuevo Testamento con el simpático coro de niños hebreos, el "Hosanna", portando palmas, que preceden a Jesús entrando en Jerusalén a lomos de una borrica, sencillo paso escultórico adornado con naranjas. Le siguen los estandartes de las Cuatro Virtudes, cada una de su color. El resto de la procesión la componen diecisiete pasos que van mostrando distintas escenas de la Pasión, desde la Última Cena, hasta San Juan y las Tres Marías llorando la muerte de Jesús. Antes, casi todas estas peanas se llevaban a hombros, pero ahora van sobre ruedas. La mayoría son escoltadas por las más de diez cofradías que existen en la actualidad. Como ocurre en otros lugares, cada cofradía lleva sus propios hábitos, cruces, banderas, trompetas, tambores, matracas, etc.

Pero, entre estos pasos, aún hay grupos de personajes, entre los que destaca por su carácter pagano el de las doce sibilas, profetisas de la antigüedad clásica, en cuyas profecías se han querido ver anuncios de la Redención. El grupo, formado por chicas vestidas de blanco y azul, con tenue velo, estuvo a punto de ser suprimido por su dudosa vinculación con la Historia Sagrada. Otro grupo, verdaderamente original, lo componen una docena de niños pequeños, con túnica morada y corona de espinas, que llevan azotes, clavos, cruces y otros símbolos de la Pasión.

La figura principal de la procesión, el Cristo Yacente o "Salvator", llevado a hombros, va precedida por un piquete de anacrónicos soldados romanos cuyo atuendo recuerda a los alabarderos del siglo XVI. Le siguen un negro palio, José de Arimatea y Nicodemus (los "enterradores"), las tres Marías, terno de sacerdotes, y más romanos con su centurión Longinos, conocido como "rey de los judíos", y al que un paje sostiene la larga capa.

Termina la narración religiosa con la reina Santa Elena, madre del emperador Constantino, llevando en sus manos la "Verdadera Cruz", que desmenuzada casi al infinito, se encuentra en los innumerables "Lignun Crucis" de todo el mundo, uno de los cuales sale también en esta procesión, al igual que una "Santa Espina" de la corona de Cristo. Como es natural, cierran la procesión las autoridades, acompañadas de banda de música.

Una vez llegada la procesión a la plaza del Mercado o plaza de España, en el centro del casco antiguo, y hacia las nueve y media de la noche, comienza la ceremonia del Santo Entierro. El ataúd con el puerto de Cristo se coloca sobre un catafalco. Las tres Marías lo perfuman, y José de Arimatea y Nicodemus esparcen incienso. El centurión Longinos se asegura de que el cadáver no saldrá del ataúd, clavando las cuatro esquinas de la tapa. Tras finalizar el acto, la procesión retorna con rapidez a la iglesia de San Juan, yendo algunas cofradías directamente a sus sedes. A pesar de lo que se conmemora, el ambiente es festivo. Porque todos saben que, tras el silencioso Sábado Santo, el domingo tendrá lugar la Resurrección. Y así todos los años. (Agustín Sanmiguel Mateo)


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