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MARTINEZ DEL LUNA, Pedro, Benedicto XIII, Papa Luna |
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Benedicto XIII representado como San Pedro, por Joan Reixach (atribuida), c. 1470-1485 Museo Arciprestal, Morella (Castellón) |
(Illueca, 1328 - Peñíscola,
1423). Cardenal y Pontífice aragonés, conocido como el Papa
Luna. Hijo de Juan Martínez de Luna y de María Pérez
de Gotor, vino al mundo en el castillo familiar de la citada localidad
zaragozana en la comarca del Aranda. Estudió Derecho canónico
en la universidad de Montpellier, donde obtuvo el grado de doctor en Decretos
dedicándose a la docencia durante algún tiempo, labor que
abandonó para abrazar la carrera eclesiástica. Regentó
sucesivamente las canonjías de Vic, Tarragona, Huesca y
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Mallorca.
Después fue canónigo de Cuenca, arcediano de Zaragoza y preboste
de Valencia. Su alto linaje aragonés y la valía demostrada
en sus estudios jurídicos le granjearon la confienza de la Curia
romana, por lo que el papa Gregorio XI lo designó cardenal-diácono
con el título de Santa María in Cosmedin en 1375.
El traslado del Papa desde Aviñón a Roma dio lugar al comienzo
del Gran Cisma de Occidente por la oposición del clero francés
a dicho traslado y a su muerte fueron elegidos Urbano VI en Roma y Clemente
VII en Agnani. El cardenal Luna tomó la causa de Clemente, poniéndose
a su servicio en Aviñón y actuando como legado pontificio
ante los reyes de Castilla, Navarra, Portugal y Aragón. De 1378
a 1389 residió habitualmente en España, pero sin abandonar
las buenas relaciones con Aviñón, por lo que Clemente VII,
correspondiendo a sus servicios le otorgó una décima trienal
en sus estados y le autorizó la fundación de la universidad
de Perpiñán. La actividad del cardenal aragonés lo
hizo famoso fuera de los límites de la Corona de Aragón,
e incluso el Papa en Roma, Bonifacio IX (que había sucedido a Urbano
VI) alabó su talento y sus méritos. Castilla aceptaría
por su mediación a Clemente VII en 1381 y Navarra en 1390, por lo
que finalizada su misión en España regresa a Aviñón
y a la muerte del Papa aviñonés sería nombrado para
sucederle, adoptando el nombre de Benedicto XIII. Su obstinación,
que le haría más famoso todavía si cabe, hizo imposible
la propuesta de mediación del rey Carlos VI de Francia y la de entrevistarse
con Bonifacio IX, y aunque en el concilio de Perpiñán se
declaraba su legitimidad, el posterior concilio de Pisa, en 1409, declaró
cismáticos a ambos pontifices y arbitró la elección
de un nuevo Papa (Alejandro, V) lo que obligaba a renunciar a los dos existentes
con anterioridad. Benedicto XIII no aceptó la solución refugiándose
en la Corona de Aragón. La posterior convocatoria de un nuevo concilio
que se celebraría en Constanza en 1414, logró la deposición
de dos de los papas y abrió el definitivo aislamiento de Benedicto
XIII, obligado a refugiarse en el castillo de Peñíscola.
Allí acabaría sus días abandonado por todos, aislado,
declarado hereje y excomulgado por el nuevo Papa, Martín V.
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