Villa de la provincia de
Zaragoza, situada en el somontano del Moncayo, en sus estribaciones meridionales.
Dista de la capital 99 kilómetros. Temperatura media anual, 11,5
grados C. Precipitación anual, 550 mm. Población: en 1999,
60 habitantes; en 1900, 345 habitantes; en 1950, 271 habitantes.
Oseja forma triángulo
con Aranda
de Moncayo y Jarque.
El desvío nace a la izquierda del río, en ruta hacia Calcena.
Es la zona más escarpada del somontano del Moncayo. El caserío
se encarama sobre un cerro, a 827 metros de altitud sobre el nivel del
mar.
Queda en pie un torreón
que corresponde al antiguo castillo, al decir los vecinos. Sus casas, cerradas
la mayor parte del año, se abren los fines de semana y durante el
verano.
El lugar, que según
Bielza de Ory perteneció en algún momento a la comunidad
de aldeas de Calatayud, fue, en el pasado, vereda, sobrecullida
y corregimiento de Tarazona, señorío eclesiástico
de aquel obispado, hasta 1834, en que alcanzó su independencia municipal
y formó su propio Ayuntamiento.
Oseja ofrece su pintoresquismo
al viajero, con sus casas apiñadas en el accidentado terreno, creando
acusados desniveles. Son de piedra y tapial, aunque algunas muestran recientes
romozamientos.
La iglesia parroquial está
dedicada a San Blas y es barroca. Tiene un breve campanario de dos vanos,
con remate moldurado el reloj se sitúa bajo uno de los ventanales-
y pequeña espadaña como remate.
Celebra las fiestas patronales
el 3 de febrero. No faltan, como es de suponer, las clásicas hogueras.
Además, el frío invita a ello. La escasez del vecindario
no obsta para que continúen en pie las tradiciones. Así,
todavía tiene razón de ser la típica romería
a la Virgen, cuando la primavera estalla en el Moncayo. La fecha variaba
de un año para otro, pero a partir de 1980 se acordó que
fuera el 26 de mayo. O bien en el domingo más próximo a ese
día.
Por lo general, los vecinos
esperan ilusionados la llegada de cada verano, porque es cuando regresan
muchos de los que se fueron, y el pueblo recupera la animación de
antaño. Es como si resucitara temporalmente, con la ilusión
de los mejores años de esplendor. (Alfonso Zapater)
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