Villa de la provincia de
Zaragoza, a 110 kilómetros de la capital. Situado en el Sistema
Ibérico, junto al río
Piedra, afluente del Jalón,
próximo al embalse
de La Tranquera, a 724 metros de altitud. Temperatura media anual,
12,3 grados C. Precipitación anual, 450 mm. Población: en
1998, 318 habitantes; en 1900, 942 habitantes; en 1950, 1.061 habitantes.
Comprende las entidades de población de Lugar Nuevo y Monasterio
de Piedra.
Cuando el embalse
de La Tranquera inundó las mejores tierras de labor, Nuévalos
vivió una prolongada agonía, y sus más de mil habitantes
quedaron reducidos a la tercera parte. Se inició un éxodo
amargo y doloroso; su génesis y su proceso dieron pie a una novela
original de Santiago Lorén, a la sazón médico en Calatayud
y su zona de influencia, en la que también se encontraba Nuévalos.
Salió ganando, en cambio, el pintoresquismo del paisaje, aunque
ya se mostraba antaño en plenitud de belleza, son su tipismo incomparable.
Además, Nuévalos siempre contó con la ventaja de tener
en su término municipal, a sólo un kilómetro de la
población , el monasterio
de Piedra, esa extraordinaria maravilla única en el mundo.
El caso es que el pantano
cambió la vida del pueblo, y en adelante primó el turismo
sobre la agricultura, y comenzaron a surgir nuevos hostales y restaurantes,
y hasta un camping. Instalaciones todas ellas situadas abajo, junto a la
carretera.
La patrona de Nuévalos
es la Virgen de los Albares, cuyas fiestas se celebran en la última
semana de agosto. La Virgen de los Albares recibe culto en su ermita,
y las fiestas se inician con una misa, ofrenda de flores y salve. Al día
siguiente se va en procesión desde la parroquia a la ermita, donde
se oficia la eucaristía. En la parroquia tiene lugar también
una misa baturra, y a la salida de obsequia a todos con un vino de honor
y "tortos" bendecidos.
Hace ya unos años
en Nuévalos se resucitó la popular tradición de la
matancía de cerdos, de tal manera que se cumple el rito públicamente
y de manera multitudinaria. El Ayuntamiento corre con los gastos,
y se sacrifican varios cerdos para que propios y extraños puedan
participar del insólito espectáculo. Se invita a todos, en
una mesa monumental que se instala al aire libre, en el pabellón
municipal, de manera que el acto sirve para congregar a centenares de personas
procedentes de distintos lugares. (Alfonso Zapater Gil)
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