En las inmediaciones de Calatayud, las tierras de labor
alternan con los grandes espacios sin cultivar
Recursos. Su utilización
La Cordillera Ibérica
comparte con toda área montañosa los obstáculos derivados
de la altitud y de la ausencia de espacios favorables para una ocupación
del suelo continua y permanente -que define una buena utilización
agraria-, pero no comparte, sin embargo, las ventajas de la montaña
derivadas de una climatología que favorece la formación de
espacios forestales y pastizales, recurso tradicional de la montaña:
esta cordillera es fría y seca, maciza y compartimentada al mismo
tiempo, y sobre todo constituye un área aislada, ya históricamente,
con relación a los centros dinámicos de utilización
del suelo. Por todo ello, el uso agrícola del suelo se caracteriza
por su discontinuidad espacial y escasa proporción en el conjunto
de los usos del suelo; mientras que los espacios no cultivados, de uso
forestal y ganadero, aunque superiores en extensión, son cualitativamente
pobres, con un índice de cubrimiento arbóreo muy bajo. En
definitiva, un uso del suelo que revela claramente la hostilidad del medio
natural y que es el soporte de una población poco densa y en constante
decrecimiento.
Ahora bien, la Cordillera
Ibérica es extensa y variada, cubre el SO de la provincia de Zaragoza
y más de los dos tercios de la de Teruel; en consecuencia,
esta visión de conjunto ha de matizarse y presenta una gran variedad
de usos del suelo, que pasamos a describir a continuación, por lo
que al sector zaragozano hace referencia.
Los espacios cultivados se
localizan en dos unidades de relieve, que ofrecen, por su topografía
y sus suelos, ventajas relativamente favorables; estas unidades son: la
gran depresión longitudinal ibérica, extendida desde el norte
de Calatayud
hasta Teruel, formando un largo corredor axial; y los llamados "campos"
(Used, Bello, Visiedo; ya en la comarca de Daroca y en la provincia de
Teruel), que se identifican con grandes superficies aplanadas, herencia
de una evolución geomorfológica compleja. Ambas unidades
están ocupadas por espacios cultivados compactos. Fuera de estas
áreas, los espacios cultivados se disgregan en pequeños enclaves
alojados en valles y depresiones abiertas en las montañas, cuyas
dimensiones varían en función del dispositivo del relieve
y de la entidad de población que las trabaja.
El espacio cultivado de la
depresión longitudinal ibérica tiene una utilización
agrícola cualitativamente diferenciada. El sector comprendido en
la provincia de Zaragoza, en torno a Calatayud,
la podemos definir como un espacio de policultivo donde alternan tierras
de labor en secano, cultivos permanentes arbustivos (viñedo y olivares)
y el policultivo de regadío intensivo ligado a los ríos Jalón,
Jiloca,
Ribota
y Perejiles.
Este policultivo se traduce una gran variedad de vocaciones agrícolas
debido a un mayor periodo vegetativo, por la menor altitud relativa de
esta área, respecto al sector Calamocha-Teruel, y la disponibilidad
de agua para riegos.
Los espacios en enclaves
constituyen verdaderos islotes de utilización agrícola en
medio de extensas áreas montañosas. Los factores topográficos
condicionan dos tipos de ocupación: los espacios alojados en valles
abrigados con disponibilidades de agua para el riego, con una agricultura
de policultivo arbustivo y pequeñas vegas, como es el caso de los
valles longitudinales del Isuela,
Aranda,
Grío
y el propio Jalón
entre Huérmeda y Ricla. Los espacios que ocupan afloramientos de
rocas margo-arcillosas por encima de los 1.000-1.500 metros, limitan el
uso del suelo a los cereales en parcelas abancaladas.
Los espacios naturales ocupan
el resto del territorio no utilizado por los cultivos. Dos modalidades
de utilización pueden darse: el aprovechamiento forestal y los pastos,
amén de otros aprovechamientos más esporádicos, como
la caza, canteras, esparcimiento turístico, etcétera.
Potencialmente, la vegetación
de la Cordillera Ibérica entre dentro del área de bosques
mediterráneos continentales formados por frondosas y coníferas.
Las primeras están constituidas por carrascales (encinas), la asociación
de quejigo-encina, y, a partir de los 1.200 metros, los robledales (rebollos).
Por encima, o asociadas a las frondosas, están las coníferas
supramediterráneas de pino silvestre y laricio, en las áreas
más secas y frías los sabinares, y en los suelos arenosos
el pino rodeno. Ahora bien, estas formaciones forestales, que presumiblemente
cubrieron la cordillera, han quedado en su mayor parte destruidas o intensamente
degradadas, siendo sustituidas por un matorral abierto con árboles
intercalados, sobre todo en las áreas donde afloran las calizas.
Sólo en las regiones
de mayor altitud y aislamiento se han conservado buenos bosques, que constituyen
un uso interesante del suelo. El Moncayo, es su vertiente NE, posee robledales
y hayedos que cubren el suelo desde los 1.000 metros a los 1.800 metros
de altitud.
Fuera de estos núcleos
forestales de aprovechamiento económico, se conservan bosques residuales,
de interés económico nulo, pero de gran importancia ecológica
como puntos de apoyo para la restauración vegetal; tales son los
encinares de las sierras de la Virgen y Algairén. El intento de
reconstruir los espacios forestales se ha llevado con éxito, mediante
repoblaciones de coníferas (pinos negral y pinaster) en las sierras
de Vicor,
Algairén y Paniza. (Salvador Mensua Fernández)
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