Castillo de Bordalba
Pequeño castillo de origen
musulmán que, tras la conquista cristiana, fue fortalecido como
defensa de la frontera aragonesa frente a los castillos sorianos de Monteagudo
y Deza. Siempre tuvo gran importancia para la Corona, pues su gobierno
recayó en tenentes nombrados directamente por el rey desde tiempo
de Pedro III el Grande, 1276. En este castillo se entrevistaron en 1296,
Jaime II y el infante de la Cerda buscando apoyo aragonés en su
lucha para conseguir la Corona de Castilla. Desde entonces sus hechos de
armas están plagados de conquistas por parte de los dos reinos fronterizos,
siendo tomado en la guerra
de los Pedros. En 1361, Pedro IV lo incorporó a la Corona y
veinte años más tarde los vendió a Guillén
de Palafox. En 1433, Alfonso V aprobó la venta hecha por Antonio
Palafox a Juan de Funes. Fue atacado en 1450, 1452 y 1457 por el conde
de Medinaceli en sus banderías contra Guillén de Rebolledo
Palafox, según Cristóbal Guitart.
Apenas quedan vestigios de
este importante castillo situado en los confines occidentales de la provincia,
en el límite con la de Soria. Se componen de un recinto ovalado
de unos cincuenta metros de eje máximo, en el que sobreviven dos
muros muy erosionados que se alzan en difícil equilibrio sobre las
rocas en las que se asientan. Son de gran anchura, gracias a lo cual se
mantienen en pie, aunque amenazan un inexorable desplome. Su altura no
es uniforme pero alcanza la cota máxima de tres metros, mientras
que su longitud se aproxima a los diez. Su obra es de tapial revestido
por mampostería, que conserva en su cara exterior, mientras que
en la cara interior ya se ha caído. En el centro del recinto o patio
de armas se aprecian los vestigios de un aljibe, a juzgar por la depresión
que forma en el suelo. A un nivel inferior quedan restos de un torreón
circular en el que se adivina el vano de una puerta que, a través
de un pasadizo en fuerte pendiente, comunicaba con el patio. (Aurelio Cabañas
Boyano)
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