El inicio
de la revuelta antiseñorial de Ariza
data de finales del siglo XV. Hacia 1490 los vasallos entablaron pleito
contra su señor, Guillén de Palafox, pretendiendo liberarse
de su condición por la vía legal. Previendo que, a pesar
de las razonas esgrimidas, la sentencia les iba a ser desfavorable, optaron
por apoyar sus pretensiones con las armas, llegando a sitiar a su señor,
el cual, una vez levantado el cerco, ordenó en represalia la ejecución
de los cabecillas de la revuelta.
Esta acción, en lugar
de conseguir el escarmiento de los súbditos, provocó la generalización
de la revuelta, que no iba a poder ser sofocada ni con la llamada sentencia
de Celada, dada por Fernando II a comienzos del siglo XVI: en esta
sentencia no quedaba recogida ninguna de la reivindicaciones de los vasallos,
por lo que, tras unos años de calma tensa, los vecinos de Ariza
volvieron a pleitear contra Rodrigo de Palafox, nieto de don Guillén,
negando al señor la potestad absoluta.
La nueva sentencia, dictada
por Carlos I y los cuatro brazos del reino, tampoco recogía las
aspiraciones de los vasallos y presentaba, además, el agravante
de que las sentencias de esta especie de tribunal eran inapelables, con
lo que se vedaba a los vasallos la posibilidad de alcanzar la libertad
por la vía legal. Los únicos medios eran las armas o un acuerdo
particular entre las partes; pero ambos sistemas contaban con unas posibilidades
de éxito prácticamente nulas, pues el interés del
señor coincidía con el del estamento nobiliario, que no podía
ver con buenos ojos cualquier movimiento tendente a alterar el orden social
establecido.
A pesar de las escasas esperanzas
de éxito, los vasallos volvieron a tomar las armas a la muerte de
don Rodrigo. La sangrienta rebelión, que no pudo ser abortada ni
siquiera con la intervención del gobernador de Aragón, Juan
de Gurrea, tendría su momento culminante en marzo del año
1561, fecha en que los vecinos de Monreal
de Ariza mataron de un disparo de arcabuz a su señor, Juan de
Palafox.
La represión subsiguiente
fue muy dura. El lugar fue quemado, la mayoría de las casas destruidas
y muchos de los vecinos que habían logrado huir a las Indias o a
Italia, eran castigados allí donde se les encontraba. Los que permanecieron
en el señorío pronto volvieron a reiniciar los pleitos con
renovados bríos y la inseguridad nuevamente se adueñó
del señoría.
Durante las cortes de 1585
se produjo un cambio de orientación en la política del monarca,
hasta entonces incierta: Felipe I (II) decidió apoyar abiertamente
la causa de los
Palafox, que había presentado un extenso ìgreugeî en las Cortes.
Ordenó el rey que se diera posesión del feudo al heredero,
Francisco de Palafox; que se castigara a los vasallos, haciéndoles
pagar grandes sumas de dinero por los daños causados, y que se les
desarmara, para evitar nuevas rebeliones. En el señorío se
instauró una paz tensa, dominada por el sentimiento de desconfianza
patente todavía en 1588, cuando, decididos los vasallos a colaborar
en la pacificación del reino, fueron rechazados por temor a que,
viéndose de nuevo armados, otra vez se rebelasen contra su señor.
(José A. Salas Usens)
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