Iglesia parroquial de Nuestra Señora del Castillo |
Aniñón, a 15
km. al norte de Calatayud,
es hoy con sus aproximadamente 1.000 habitantes el pueblo más próspero
del valle o rambla del Ribota. La iglesia está en lo alto, dominando
el caserío, y es tardogótica, de la segunda mitad del siglo
XVI, si bien posee un curioso hastial mudéjar a poniente, de difícil
datación y complejo significado arquitectónico.
La torre, que es lo que
aquí interesa, se encuentra adosada al lado noroeste de la iglesia,
hacia su mitad, y es claramente anterior al templo. Sorprende por su notable
tamaño, unos 30 m. de
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altura (sin contar un recrecimiento del siglo
XVI) y una base de 7,5 m. Ha sido restaurada hace unos diez años,
según proyecto del arquitecto Javier Ibargüen. Tiene dos cuerpos,
el inferior con estructura de alminar, y la decoración es a base
de ladrillo resaltado y muy poca cerámica. En algunos aspectos muestra
claras similitudes con las torres descritas anteriormente, mientras que
en otros presenta novedades.
Hoy la torre presenta dos
accesos. Uno desde la iglesia, a nivel del suelo mediante una escalera
estrecha que parece hecha con posterioridad. El otro acceso se efectúa
desde una dependencia en el lado noreste y a unos 7 m. de altura y podría
ser el original. En su interior se aprecia inmediatamente la estructura
con machón cuadrado y el poco habitual abovedamiento de los tramos
de escalera, ya que es a base de bóvedas de cañón
apuntado horizontales, de ladrillo, una por tramo, que se van escalonando
en cada ángulo. En los rellanos, la altura de la bóveda es
de unos 4 m., que se reducen a poco más de 2 m. en el último
tramo, bajo el suelo del cuerpo superior. Sorprende en general la esmerada
ejecución, con una planta perfectamente cuadrada y gran regularidad
en las escaleras, cuatro peldaños por tramo y rellanos lisos.
Sobre estas bovedillas en
cañón apuntado ya hemos tenido ocasión de hablar páginas
antes, al tratar de las bovedillas en general. En Aragón solo se
dan similares en la torre de La
Vilueña, si bien es verdad que pueden derivar, o al menos están
estrechamente relacionadas, de las de cañón. Estas son de
uso común en Andalucía y el Magreb, aunque hay precedentes
orientales mucho más antiguos.
El cuerpo superior es ligeramente
más estrecho que el inferior, y presenta la misma disposición
que el de Belmonte,
abierto a los cuatro lados por sendos ventanales de arco apuntado entrecruzado
y sobre ellos cuatro ventanitas apuntadas por lado. En los rincones se
aprecian los restos de cuatro trompas que servirían para formar
la base de una pirámide octogonal, sin duda la cubierta primitiva,
antes de ser eliminada por el recrecimiento del siglo XVI. En cuanto al
exterior, la torre ostenta abundante e interesante decoración.
Pero es de notar que la
decoración se extiende notoriamente más en uno de los lados
que en los otros tres. En el lado suroeste, que es el que mejor se ve desde
el pueblo, comienza la labor decorativa del ladrillo a unos 8 m. de altura,
mientras que en los otros lados, y en los tres por igual, se inicia a unos
13 m. Lo primero puede interpretarse como una intención de enfatizar
la decoración en el lado desde donde es mejor la vista. De lo segundo
se deduce que, si esta torre estuvo adosada a un templo anterior al actual,
este tendría escasa altura, menos de 10 m., pues no se observan
señales de que haya habido un edificio yuxtapuesto a la torre, en
los lados que son observables. Cabe pensar si la torre sería exenta
en origen. En cualquier caso, el templo al que perteneciera sería
bajo y orientado hacia el noroeste (o si se prefiere, hacia el sureste).
La base de la torre la forman
cuatro hiladas de sillería caliza bien escuadrada de 1,6 m. de altura,
con un suave biselado en su parte superior que da paso a la obra de ladrillo.
No es seguro que esta base sea de la obra original, ya que es la misma
piedra empleada en la construcción de la iglesia del siglo XVI,
y podría ser un añadido de esa época, bien con intención
de refuerzo o de enlazarla constructivamente con el nuevo templo.
En el lado suroeste, el más
ampliamente decorado, se inicia la ornamentación con un friso de
grandes rombos, en el que caben dos en altura y siete en longitud. Este
motivo es nuevo, respecto a las torres antes descritas, y, como ya se ha
dicho se da también en el ámbito turco-iraní. Por
encima hay una banda de las llamadas en ìzig-zagî, con ladrillos inclinados
alternativamente a izquierda y derecha. Es también un tema nuevo
que probablemente derive de la espina de pez, presente en las torres de
Maluenda,
Belmonte
y Ateca.
Sobre esta banda va un ancho panel que es como uno de rombos en miniatura,
quedando simplemente como cruces rehundidas, cuatro por alto y dieciséis
a lo largo.
Aparece después un
friso especialmente interesante, formado por arcos mixtilíneos entrecruzados,
cuyo origen próximo está en la Aljafería hudí,
en Zaragoza. Aquí estos arcos, en número de ocho, y que se
apean sobre pilastras, se cruzan dos veces. Sigue otra banda en ìzig-zagî,
igual a la antes mencionada. Todos estos frisos decorativos van separados
por una línea de esquinillas, seis en total. Termina este primer
cuerpo con una cornisa de ménsulas a base de ladrillos a tizón
en voladizo, que por arriba se unen aproximando las hiladas. Es también
un elemento nuevo.
En el cuerpo superior, algo
más estrecho como ya se ha dicho, hay un gran ventanal rehundido
en un rectángulo, a modo de alfiz, con arco apuntado y parteluz
del que salen semiarcos hasta los ángulos superiores del rectángulo,
igual que en Belmonte.
Por encima, y entre dos líneas de esquinillas, el entrecruzamiento
de arcos de medio punto genera cinco vanos en arco apuntado. En las albanegas,
y sobre un fondo de yeso blanco, van colocados discos acuencados de cerámica
vidriada, similares a los de las torres ya descritas. Son de color amarillo
melado y hay cinco en cada albanega entera, donde se disponen en forma
de T. Si cabían tres en las albanegas cortadas de los extremos,
había 26 discos por lado, es decir 104 en total en la torre. La
mayoría se han perdido y no han sido repuestos en la restauración.
Pero hay un detalle que llama la atención y que recuerda algo ya
comentado respecto a la torre de Ateca.
Estos arcos entrecruzados van colgados, lo que hace presumir que se apoyarían,
o al menos así estaría pensado, en columnillas de cerámica,
suponemos que amarillas. Hubieran sido 40 en total. Podrían haberse
perdido todas, o tal vez no llegaron a colocarse. Se remataba este segundo
cuerpo, al igual que el primero con una cornisa de mensulillas del tipo
ya mencionado. Y la coronación sería, como se deduce de los
restos que se aprecian en el interior, una pirámide de base octogonal.
Esta pirámide fue demolida para sobreelevar la torre unos metros
más, con un cuerpo de la misma anchura en el que se abre un ventanal
en arco de medio punto entrecruzado, y que se cubre con sencillo tejado
a cuatro aguas. Con toda probabilidad este recrecimiento se produjo al
construir el actual templo, en el siglo XVI. Al ser este más alto
que el anterior, se pensó que la torre también debería
ser más alta. Hay que notar un cierto respeto a la torre, pues aunque
se eliminó su terminación original, los vanos añadidos
muestran la intención de enlazar con los antiguos. Siguiendo los
criterios actuales, en la reciente restauración se ha respetado
este añadido, aunque ello suponga, para el no entendido, dificultar
la interpretación del monumento.
Respecto a su cronología,
como es habitual, no hay datos documentales, y es difícil pronunciarse
tomando en cuenta sólo los elementos formales. Algunos son arcaizantes,
dentro del ámbito que tratamos, y otros son corrientes hasta el
siglo XV, pero siempre pueden encontrarse precedentes más antiguos.
Sería interesante, mediante una exploración arqueológica,
intentar averiguar a qué tipo de edificio perteneció esta
torre. En todo caso sería mucho más modesto y bajo que la
actual iglesia, con lo que hay que concluir que la torre, en el momento
de su construcción, aún tendría más protagonismo
visual que el que hoy tiene. Además de su evidente función
de atalaya, dada su situación y altura, su perfecta construcción
y rica decoración sugieren un valor simbólico, y quizá
más propio que de un pueblo, de un distrito o un reino, como ya
aventuré que pudo haber ocurrido con la torre de Ateca.
Seguramente coincidiendo
con la renovación general del templo, ya a finales del siglo XVI,
se recrece la antigua torre ya descrita, para lo que hubo que desmontar
el remate primitivo, sin duda en forma de pirámide octogonal. El
recrecimiento, de unos cinco metros de altura, sin decoración, presenta
en cada lado un amplio vano con arcos de medio punto entrecruzados, con
parteluz, recogiendo las formas preexistentes. A pesar de que desvirtúa
la composición y la silueta de la interesantísima torre primitiva,
se ha respetado en la reciente restauración. Si algún día
se decidiera su supresión, ello no plantearía ningún
problema técnico ni apenas económico. (Agustin
Sanmiguel Mateo)
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